Sobre un amor desesperado, romántico y provocador
En Lo prohibido, musical de Betty Gambartes y Diego Vila, su protagonista absoluta, A lejandra Radano, recibe, estudiadamente, cambios de vestuario y de calzado: botas hasta la rodilla o stilettos siempre con imponentes tacos aguja, de charol y colores llamativos. En ese detalle, podría sintetizarse la propuesta: preciosista y antinaturalista. La maquinaria de este divertimento que bien cabría en un café concert, acompañado de una copa, funciona con elegancia y emoción. Pese a tratar sobre el amor y el dolor, no hay desborde permitido. El pequeño chiste, la sonrisa –no la carcajada– desarman el dramatismo, excepto por algunos brillantes espacios de Radano y el envolvente cuarteto musical, de chelo, vientos, piano y batería.
La platea, que ronda cierta edad madura en promedio, susurra las canciones archiconocidas que construyen un collage con el que se arma el argumento. Amalia (Radano) está en pareja con Roli (Michel Noher), un atractivo joven que es hijo de Rolando (Juan Darthés), el marido de ella, supuestamente muerto en un accidente, quien parece regresar luego de haberse escondido en una isla por casi ocho años. El peculiar triángulo –inquietante, provocador– nunca sucede, salvo en el conflicto interno de Amalia. Ella dialoga con el fantasma del ausente. “Te extraño”, toma él a Manzanero; “¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no vienes?/ Ven que te espero, ven que me muero, ven”, le contesta ella y resuenan ecos de Libertad Lamarque. El repertorio romántico latinoamericano estructura parte del diálogo que tiene, además, una voz en off, cual narrador de radionovela. Hay referencias al universo del cine y las telenovelas. Todo tiene el sabor de ser una remake, un regreso nostálgico a un tiempo con olor a naftalina (excepto el personaje de Roli, bien resuelto con la frescura del actor elegido, quien representa precisamente el presente, el hoy, la modernidad). Pero los pioneros no perdonan, y cuando Darthés canta y gesticula Como lo hice yo, la comparación con Sandro es implacable; lo mismo cuando juega a ser un James Bond y reaparecen las estampas de Sean Connery o Roger Moore… El vuelo de las canciones sí fluye cuando se libera el corset de la imitación, cuando aparece la profundidad de la palabra en la carnosa voz de Radano, atravesada por, pero a la vez libre de, tantos antecesores, y se entrega a Inolvidable o va cerrando, glamorosamente, con “el amor es para mí siempre lo mismo”, de Amantes a la antigua, de Roberto Carlos.