EN DEFENSA DE EMPRESAS Y CEOS
Sorprende el sensato Sergio Sinay vertiendo en su columna del domingo 5/2 y su réplica del 19/2, lo que, creo, son afirmaciones y generalizaciones arbitrarias. No sé como evalúa la eficiencia empresarial Sinay, pero a mi entender, basta con observar los gráficos de evolución de la población humana mundial, y la esperanza de vida humana al nacer en los últimos 5 mil años de historia, para agradecer la eficiencia empresarial alcanzada. En efecto, a partir del establecimiento del pensamiento científico y la consecuente revolución industrial, ambas variables a la vez se han disparado exponencialmente, para gran sorpresa de Thomas Malthus. Las empresas nacen como natural necesidad de la revolución industrial. Han sido el vehículo que posibilitó dichas espectaculares mejoras, y los CEO, sus conductores. Eso no los hace actores únicos o primordiales, pues sin instituciones y dirigentes eficaces en política, cultura y ciencia, ello tampoco hubiese sido posible. O quizás nos hubiésemos extinguido en guerras u otras desmesuras. Pero negar la eficiencia empresarial parece temerario. Del mismo modo, caracterizar al CEO como su caricatura de fines de los 80, que fue el “yuppie” (de young urban professional), además de irreal e injusto, no parece prudente. Una empresa, como un barco o una orquesta, naturalmente, necesita un conductor responsable. Este deberá satisfacer, conciliando en armonía, las necesidades de su contratante, su pasaje o público, su tripulación u orquesta y la sociedad en la que todos están inmersos. Para hacerlo bien, requiere conocimiento técnico, experiencia, sensibilidad humana (para armonizar), prudencia (sentido de la realidad), integridad (idoneidad moral) y sentido de la oportunidad. Como en todo, los habrá buenos y malos, mejores y peores. Pero no se puede caracterizar a “los capitanes de barco” tomando como referencia a Francesco Schettino (capitán del naufragio del Costa Concordia).
Pablo A. Iriso pabloiriqui@gmail.com