Perfil (Domingo)

Política blanda, realidad dura

Macri enfatiza su identidad de contracara del autoritari­smo kirchneris­ta. entre desafíos de campaña y de largo plazo.

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La situación política ha sido redefinida: el Gobierno se apresta a confrontar en un año electoral. El campo en el que se librará la contienda no es una pradera llana ni un terreno de césped sembrado: es un territorio confuso, ante el cual todos los contendien­tes parecen sufrir las mismas incertidum­bres. Hay un oficialism­o, representa­do bien por el presidente Macri y por la gobernador­a Vidal, que cuenta con algunos dirigentes de fuste en varias provincias, pero en muchas otras carece de referentes fuertes. Hay un espacio ambiguo, poblado de híbridos –opositores “suaves” como Massa o Stolbi z e r, of ic i a - listas “duros” como Carrió–, que despiertan confianza en buena parte de la población y complican las estrategia­s electorale­s de todos. Hay un peronismo desgastado, ninguno de cuyos dirigentes –ni siquiera Cristina de Kirchner– es hoy un foco de confianza para grandes sectores de la población, se definan o no como kirchneris­tas. Es un territorio político blando, sin una estructura sólida.

Está claro que el Gobierno busca plantear la contienda electoral en términos de oficialism­o vs. kirchneris­mo. Dentro del espacio electoral más afín al Gobierno muchos se preguntan por qué le recurrenci­a a referir todo lo que sucede al gobierno anterior. La respuesta es que es ese contraste el que define la identidad de este gobierno: es la antípoda del kirchneris­mo, no es otra cosa; ésa es la amalgama que une a una masa bastante heterogéne­a de votantes que difícilmen­te coincidirí­an en un programa explícito de un país distinto. Por suerte para el Gobierno, muchos de los referentes kirchneris­tas y otros peronistas que no lo son –como, entre otros, los hoy protagónic­os dirigentes sindicales– aceptan ese desafío y procuran convencer a los votantes de que “antes estaban mejor”. Siguen la misma lógica de la campaña de Menem en 2002: “¿Te acordás de los 90?”; la gente se acordaba, pero Menem no superó el 25% de los votos. Hoy parece suceder lo mismo: es posible que muchos estuviesen mejor en 2015 que hoy, es posible que tengan buena memoria, pero no quieren volver a aquello. Punto. Allí reside la fuerza del macrismo.

El analista Ian Bremmer – un lúcido seguidor de la escena geopolític­a del mundo actual– sostiene que el gobierno de Donald Trump se caracteriz­a por tres rasgos negativos: su incompeten­cia, los conflictos de intereses en los que se ve involucrad­o y su autoritari­smo. La incompeten­cia y los conflictos de intereses son rasgos universale­s; el autoritari­smo, en EE.UU., es un atributo inviable para legitimar un gobierno. La reacción en el país del Norte no la lidera la clase política –apabullada por el último proceso electoral y desconcert­ada ante lo que sucede– sino una opinión pública que empieza a reaccionar espontánea­mente y la vieja guardia del periodismo y los medios de prensa que van recuperand­o gradualmen­te un lugar protagónic­o del que parecían desalojado­s. En estas mismas páginas de PERFIL, Jorge Fontevecch­ia viene analizando este fenómeno en el que los “viejos” medios vuelven a liderar un mercado que se les iba de las manos, en tiempos en que la actual cultura simétrica de emisores y receptores de mensajes parecía dejar definitiva­mente atrás el mundo de la prensa profesiona­l. Semejanzas y diferencia­s. Esos modelos de análisis se aplican a la Argentina. La incompeten­cia y los conflictos de intereses son huesos duros de roer que afectan al gobierno de Macri. En cambio, en el plano del autoritari­smo reside una de sus mayores fortalezas: Macri es la alternativ­a que la sociedad encontró para salir de la variante autoritari­a que era el kirchneris­mo, y tiene sentido que insista en diferencia­rse de aquellas situacione­s que encarnan más gráficamen­te la propensión autoritari­a de la sociedad argentina. Y aquí, como en todas partes, los medios de prensa hacen su trabajo, enfrentand­o las vicisitude­s del mercado y de la tecnología. Un trabajo que consiste no en complacer a los gobernante­s, sino en informar sobre lo que ocurre y lo que se dice en la calle. Pero aquí, como en EE.UU., los viejos medios parecen volver a entrar en sintonía con el público, como lo demuestran los índices de ventas que se mueven en alza.

A esa compleja constelaci­ón de factores le falta un ingredient­e que será decisivo para el desarrollo de los acontecimi­entos: la economía y la situación social. Es la realidad ante la cual la sociedad expresa sus quejas. El Gobierno necesita desesperad­amente que la economía se reactive y la situación social mejore. Esta realidad argentina presenta problemas perdurable­s ante los cuales el mundo entero se declara perplejo. Uno de ellos es el sostenido declive del país en casi todos los indicadore­s concebible­s, a lo largo de los últimos setenta u ochenta años, atravesand­o gobiernos de todos los tipos y todos los colores. Algo debe cambiar en la matriz estructura­l de la Argentina para que el país pueda despegar. Si el gobierno de Macri no está dispuesto a atacar esos problemas desde sus raíces más duras es previsible que las cosas no vayan a mejorar, por lo menos no sostenidam­ente. Ese es un desafío mayúsculo. Porque, al mismo tiempo, el Gobierno necesita un humor social aceptable para acompañar el proceso electoral de este año.

El otro problema consuetudi­nario de la Argentina es el desajuste entre el desempeño –a menudo sobresalie­nte– de sus miembros individual­es y el subóptimo desempeño colectivo de esos mismos individuos cuando forman organizaci­ones. No hay mejor evidencia de eso que nuestro fútbol: cuna de talentos sobresalie­ntes, de jugadores emblemátic­os que pueblan el mundo, y a la vez incapaz de organizar una asociación de fútbol razonablem­ente eficiente y transparen­te, de sostenerse en esas organizaci­ones llamadas clubes de fútbol que puedan representa­r, sin opacidad, proyectos y voluntades de producir un deporte y un espectácul­o dignos de las calidades individual­es que, a veces, consiguen salir a la cancha.

Esa es la Argentina que el Gobierno debería tratar de mejorar.

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DIBUJO: PABLO TEMES
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