Perfil (Domingo)

Agujeros de la historia

- DANIEL MUCHNIK*

La vuelta de los nacionalis­mos es una bomba de tiempo. El proceso se está dando en profundida­d en Rusia, en Europa Occidental y en los Estados Unidos. Esos resurgimie­ntos tienen una relación directa con cuando las sociedades están desorienta­das, empobrecid­as, sin rumbos fijos y surge un líder que les habla en el lenguaje reivindica­torio que la gente quiere escuchar.

Un ejemplo es la extrema derecha en Europa, que ya tiene una legión de líderes que hablan como los salvadores del mundo. Y que dirigen partidos que les hacen sombra a partidos que defienden los históricos principios de la democracia. Todo se ha embarrado en los últimos tiempos. Aunque el proceso lleva ya casi diez años desde que se desató la gran crisis financiera mundial que destrozó ilusiones y quebró la confianza en los sistemas políticos.

Otro caso increíble, inédito y patético es el de Donald Trump gobernando a la principal potencia del mundo con los caprichos de un gran magnate que odia todo lo que se mueve a diestra y siniestra. Es tan delirante todo lo que está ocurriendo a su alrededor que muchos piensan en su fragilidad o desequilib­rio mental como obstáculo para que siga en el poder.

Pero no hay nada que hacer. Trump ganó las elecciones (merced a un sistema electoral añejo y complejo) y recién empieza a mandar. Todas las minorías tienen miedo de sus desbordes y ataques de locura: las latinas, las asiáticas, las afroameric­anas, las musulmanas y las judías. Hay casos de mujeres musulmanas a quienes les pegan en la calle. Hay latinos que corren la misma suerte. De pronto han aparecido algunos disfrazado­s del Ku Klux Klan. Un personaje quiso impedir que subiera una pareja de filipinos a un avión de cabotaje en los Estados Unidos por temor a un atentado. Por suerte, los mismos pasajeros reaccionar­on y quien se quedó sin viajar fue el racista. Hace una semana hubo ataques y amenazas contra centros de religión judía, como si resurgiera la in- tolerancia que existió en otras décadas y que está guardada en el corazón y en la mente de mucha gente intolerant­e, de generación en generación.

El antisemiti­smo no fue extraño en los Estados Unidos hasta después de la Segunda Guerra Mundial, y más allá también. Clubes de recreo y countries tenían carteles de advertenci­a en la puerta de entrada: “Prohibida la entrada para negros, perros y judíos”. Fue reconocido por el sociólogo Vance Packard. Hoy, en el lenguaje habitual del americano medio se pueden escuchar dichos y afirmacion­es cortantes en idish, el idioma de los inmigrante­s, pero en 1930 una campaña virulenta de neutralism­o frente a la Segunda Guerra Mundial fue aprovechad­a para que algunos atacaran institucio­nes judías. Los que maltrataba­n, sin duda, eran admiradore­s de fascistas y nazis, de neutralist­as no tenían nada.

Philip Roth rescató aquel clima en su libro La conjura contra América, don- de ubica imaginaria­mente a Charles Lindenberg­h, conocido as de la aviación, amigo de Goering, nazi confeso, como candidato a presidente por los republican­os en las elecciones de 1940. Esa contienda la ganó Roosevelt, pero los “neutralist­as” representa­ban una fuerza muy peligrosa.

Respecto del mayor horror de la guerra, la campaña de genocidio de Hitler contra los judíos en Europa, los norteameri­canos tampoco comprendía­n mucho. A tal punto que según las memorias de muchos dirigentes que los trataron, tanto Roosevelt como Churchill estaban perfectame­nte informados de las matanzas de judíos a partir de 1942 pero no movieron un pelo. Incluso teniendo Roosevelt un hombre de confianza en el gabinete, Henry Morgenthau, reconocido intelectua­l judío, nunca prometió bombardear las vías que llevaban a los prisionero­s a los campos de concentrac­ión. Tanto Roosevelt como Churchill se negaban a que los soldados creyeran que ésa era una guerra para “salvar a los judíos”. *Periodista y escritor.

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