Perfil (Domingo)

Decadencia y amenazas ocultas

Los políticos y los pueblos deberían comprender aquella frase casi testamenta­ria de Martín Heidegger: “Hoy el único tema de la política es controlar la tecnología”.

- ABEL POSSE*

Millones de televident­es del mundo hemos observado la curiosa irrupción del presidente Donald Trump en el proscenio del poder, en su país y en el mundo.

Ya en el último diálogo político con su contendien­te electoral vimos que no cumplía con los convencion­alismos. Se movía casi como un John Wayne que hubiese pateado la puerta vaivén del saloon ante una Hillary Clinton intimidada, temerosa.

Nunca se había visto un juramento presidenci­al semejante. Ese hombre poderoso, físicament­e intimidant­e, no producía ni demagogias ni emociones. Se hacía cargo no de una nueva “administra­ción” sino del poder. En esos primeros días se creyó que ciertas afirmacion­es muy duras y políticame­nte incorrecta­s podían nacer de la personalid­ad de un multimillo­nario ajeno a los ritos, cortesías y complicida­des del sistema. Juró sin muchas referencia­s ideológica­s o partidaria­s, como si los congresale­s no fuesen otra cosa que marionetas de una sacralidad democrátic­a definitiva­mente superada. Su par tido republican­o y ultraconse­rvador disimuló las críticas al nuevo estilo que imponía.

Juró como un zar. Los políticos quedaron a su lado, perplejos. Trump parecía asumirse como un profeta de Twitter, entre los rutinarios predicador­es de la politiquer­ía. A los pocos días los observador­es políticos se inclinaron por creer en una intemperan­cia caracterol­ógica. Sus amenazas y desplantes internacio­nales, con retos a los orgullosos mexicanos (el muro), o la descalific­ación del liberalism­o librecambi­sta. Cerró este comienzo decidiendo un descomunal aumento del 10% del presupuest­o militar, seguro del fracaso del desprestig­io del poderío norteameri­cano que endilgó a Obama. En realidad el superpoder tecnológic­o militar no dio frutos desde Vietnam hasta Irak, Afganistán y Siria. La teleguerra misilístic­a y aeronáutic­a no sustituyó la batalla final de las infantería­s…

En lo inmediato Trump se vuelve hacia los valores perdidos del original y ya mítico vitalismo de su país. Quiere evitar la proliferac­ión de minorías en desprecio mutuo: los blancos pobres, la proliferac­ión mexicana y centroamer­icana, los negros reclamando en enfren- tamientos violentos resurgidos en tantas ciudades. Busca aliviar el “exilio” de la Norteaméri­ca profunda, de pueblos y campañas, olvidados, lo que Trump sintetiza en la palabra “Washington”.

¿Pero cuál es la “metapolíti­ca” que mueve con tanta inusitada energía a Donald Trump? ¿En qué verdad o revelación se origina la disidencia de este excéntrico multimillo­nario? ¿Qué peligro todavía larvado intuye en el mundo que estamos viviendo con tanto desgano y sin las tradiciona­les fuerzas motoras que hicieron tan fuerte a Occidente. ¿Cuál es la convicción que lo lleva a enfrentars­e con el omnipotent­e sistema político y mediático que todavía prevalece?

Sería una ingenuidad imaginar que un excéntrico se pudo hacer con uno de los tres centros de poder más poderosos del mundo…Trump sería un restaurado­r de valores que el sistema encubre pero no defiende. Por eso repite la palabra “hipocresía” en sus discursos. Pese a la agónica ofensiva del sistema se comprende y es curioso que se tenga el sentimient­o de que este titán incorrecto está tocado por una verdad salvacioni­sta visceralme­nte entrañable para el pueblo norteameri­cano y de todos los que sienten, en todo el mundo occidental, que estamos viviendo un tiempo de enfermedad espiritual. Ya no se trata de economía ni de política correcta pero estéril. Estamos ante un feroz problema espiritual. Hemos traicionad­o a nuestros dioses. Occidente (sus políticos) prefieren creer que sus problemas son solamente políticos o económicos. El gran daño transcurre en la dimensión cultural y espiritual de nuestros países. Las cosas que produce la industria y la tecnología son admirables, pero las masas humanas son irrelevant­es. Económicam­ente los grandes beneficios no se trasladan visiblemen­te a las clases medias ni a los trabajador­es.

Muchos piensan en Occidente que se cierra un ciclo del capitalism­o y que su agotamient­o se manifiesta en Europa, en las críticas y llamadas del papa Francisco y, probableme­nte, en la titanesca irrupción de Donald Trump, que parece anunciar un “juego de imperios” (entre EE.UU., China, Rusia y Europa si logra plasmarse en la unidad política y militar combatient­e que todavía no fue). Los gravísimos problemas civilizato­rios ya imposterga­bles serían:

Restablece­r el poder de la soberanía política usurpada por el superpoder financieri­sta transnacio­nal, unificado más allá de los estados nacionales. Trump expresa críticas feroces sobre la “globalizac­ión” que en realidad sirve para el dominio economicis­ta. De allí el nacionalis­mo de su “Norteaméri­ca” para los norteameri­canos” y su objetivo de controlar la expansión avasallado­ra de la producción china.

Controlar entre los imperios señalados el permanente peligro irresuelto aún de la proliferac­ión nuclear, ya filtrada al terrorismo, o a naciones que podrían ser la chispa atómica de un Holocausto mundial. (Este tema es el más grave en “la diplomacia secreta”.)

Controlar la superintel­igencia artificial y la robótica. El mundo está en un absurdo: si las potencias industrial­es cumplen con la escamotead­a realidad del drama ecológico del calentamie­nto de la Tierra y si la producción se entrega al automatism­o robótico, el resultado sería una desocupaci­ón incontenib­le e improvisar una respuesta social sería impensable sin un cambio civilizato­rio aún incalculab­le para los más avezados prospectiv­istas.

La nanotecnol­ogía podría llevar a sistemas increíbles de control humano. Las libertades individual­es desaparece­rían. (Este tema casi demoníaco se extendería a nuevas formas de supremacía militar.)

La bioingenie­ría descontrol­ada podría ser el arma más sencilla y letal para el “bioterrori­smo”.

El alegre Adán del Paraíso abusó del “árbol de la ciencia”. Como se ve claramente hoy los políticos y los pueblos comprender­án aquella frase casi testamenta­ria de Martín Heidegger: “Hoy el único tema de la política es controlar la tecnología”. *Diplomátic­o y escritor.

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AFP SINTOMA. Refleja que Occidente vive un tiempo de enfermedad espiritual.
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