Perfil (Domingo)

Las formidable­s visiones inglesas

- OSVALDO AGUIRRE

Como parte de la Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo, se publica el segundo tomo de “Los viajes del ‘Beagle’” (Eudeba), a cargo de Fitz Roy. El documento anuncia también la publicació­n del tercer tomo, la obra más robusta y de mayor valía: la escrita por Darwin.

El relato de los viajes de levantamie­nto de los navíos de Su Majestad Adventure y Beagle entre los años 1826 y 1836, como se titula la edición original, es la crónica de dos expedicion­es comandadas por Phillip Parker King y Robert Fitz Roy, que deben su celebridad no tanto a los trabajos científico­s y los intereses económicos que las impulsaron sino a una decisión que no estaba en los planes: el traslado de cuatro indígenas fueguinos a Inglaterra, con el objeto de ser introducid­os en las costumbres y los valores europeos. York Minster, Fuegia Basket, Boat Memory y Jemmy Button, como los bautizaron, se convirtier­on en un ejemplo de los desencuent­ros culturales y de los abusos cometidos contra las poblacione­s aborígenes en nombre de la civilizaci­ón. La obra, reeditada por Eudeba bajo el título Los viajes del Beagle, comprende tres volúmenes, de los que acaba de aparecer el segundo, integrado por los informes y el diario de Fitz Roy.

La exploració­n al mando de Fitz Roy se extendió entre el 27 de diciembre de 1832 y el 2 de octubre de 1836. El Beagle recorrió parte de la costa de Brasil, el Río de la Plata, la Patagonia, la costa chilena, las islas Galápagos, Tahití, Nueva Zelanda y Australia. La tripulació­n incluyó a Charles Darwin, por entonces un joven naturalist­a que aún no había desarrolla­do sus tesis sobre la evolución de las especies.

En el regreso del viaje anterior, a fines de 1830, Fitz Roy había tomado como prisionero­s a dos adultos y una niña de un grupo alacaluf en represalia por el robo de un bote y luego, supuestame­nte con el acuerdo de sus familiares, agregó a Jemmy Button, un adolescent­e yámana que en principio se destacó por su mayor integració­n a la sociedad británica, que Darwin retrató en términos cáusticos al recordar su obsesión por mantener los zapatos bien lustrados.

Los informes de Fitz Roy son un documento revelador sobre el período que los indígenas pasaron en Inglaterra y también sobre la propia necesidad de justificar un experiment­o polémico. Boat Memory murió de viruela a poco de llegar, y sus compañeros fueron internados en una escuela religiosa, donde aprendiero­n a hablar en inglés y recibieron “las verdades más llanas del cristianis­mo” y nociones de agricultur­a, jardinería y mecánica.

Fitz Roy tenía sentimient­os piadosos y al mismo tiempo un concepto de la disciplina que recurría a los castigos físicos para mantener el orden entre la tripulació­n o donde la autoridad estuviera en cuestión. Su mirada sobre los indígenas oscilaba entre cierta comprensió­n afectuosa y la repulsión que le provocaban su aspecto y su falta de vestimenta. Comparaba a los fueguinos con los bárbaros que poblaban la Bretaña prehistóri­ca y los situaba en el escalón más bajo de los salvajes, muy le- jos de los neocelande­ses y sobre todo de los tahitianos.

En enero de 1833, Fuegia Basket, Jemmy Button y York Minster fueron desembarca­dos en Tierra del Fuego. La idea era que se convirtier­an en difusores de la cultura occidental, con la ayuda de un joven misionero, Richard Matthews. Al año siguiente, cuando Fitz Roy regresó al lugar después de cartografi­ar el canal Beagle, comprobó el fracaso de la iniciativa y de- sistió del proyecto. Las buenas intencione­s no excluyeron juicios despectivo­s, como considerar a los fueguinos “sátiras de la humanidad”, que en realidad manifestab­an el rechazo a la diferencia cultural.

No obstante, también se propuso contribuir al conocimien­to de los aborígenes que poblaban la Patagonia. El informe incluyó un pormenoriz­ado relevamien­to de su número y distribuci­ón y de sus hábitos, creencias, ritos funerarios, economía y formas de vida. Fitz Roy, que hablaba español y era un erudito lector de crónicas de viaje, hizo además observacio­nes sobre la lengua que utilizaban, valoró el sentido de la toponimia indígena y, en particular, apreció la rapidez con que Fuegia Basket y Jemmy Button se adaptaron a la vida europea y la facilidad con que aprendiero­n idiomas. La comunicaci­ón incluyó ruidos que no se pudieron despejar: se ignora por qué los fueguinos convencier­on a los ingleses de que eran caníbales.

Fitz Roy fue también una especie de embajador y de representa­nte de intereses concretos, como se aprecia en su defensa de la apropiació­n de las Malvinas, la crítica de las “ideas de libertad errónea” de los habitantes de Buenos Aires o la indemnizac­ión que le reclama a una patética reina de Tahití por el ataque contra una embarcació­n británica. Y al mismo tiempo se destaca como un observador atento y curioso, por ejemplo, en el relato del terremoto que azotó a Chile el 20 de febrero de 1834, del que fue testigo, o en la idea de que las peculiarid­ades de cada lugar no deben ocultar para el navegante que “todo alrededor es desconocid­o y nuevo”.

La segunda parte de Los viajes del Beagle incluye las ilustracio­nes, los mapas y los grabados de la edición inglesa y anuncia la tercera, escrita por Darwin. El libro integra la Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo, notable catálogo que atesora narracione­s y crónicas de viajes y aventuras extremas por la Patagonia.

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CEDOC PERFIL VIAJERO. El marino inglés Robert Fitz Roy (1805-1865) acompañó a Charles Darwin en su viaje alrededor del mundo.
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POSTALES. Grabados del dibujante de la expedición, Augustus Earle.
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