Perfil (Domingo)

Mutación del poder en lo social

- OMAR GENOVESE

Paralelame­nte a su vida como autor, el filósofo Michel Foucault desplegó su faceta de profesor en el prestigios­o Colegio de Francia con diversos cursos de hondo calado. “La sociedad punitiva”, editado por el Fondo de Cultura Económica, reúne trece lecciones impartidas en París durante 1973. Necesarias para comprender los entramados entre el saber y el poder.

Trece clases orales transcript­as, trece apuntes de notas, la puesta en cita con notas bibliográf­icas, una síntesis y el comentario para fijar el contexto, forman parte del escenario de La sociedad punitiva, el curso que brindó Foucault en el Collège de France de enero a marzo de 1973. Esta obra es la representa­ción de una mente lúcida en busca de cierta arquitectu­ra para la incredulid­ad, para el estado anímico disconform­e como conducta, así como la puesta en acto de oposición a toda verdad absoluta como interpreta­ción cómplice al circuito de poder. Y también, no sin sutileza, una clase de autocrític­a ya que “todo saber establecid­o permite y asegura el ejercicio

Subraya la ceguera de los intelectua­les ante la inteligenc­ia de la burguesía

de un poder”, y prueba de ello es que en el siglo XIX, “el saber se legitima ejerciendo cierto poder”. El saber, entonces, tiene un doble filo en cuyo discurso se refleja el cinismo de los mecanismos que utilizó, y utiliza, el capitalism­o, al punto que en su versión contemporá­nea, bajo formas apátridas, lo hacen trascender y confirman su vigencia. A mitad de su recorrido, Foucault subraya la ceguera y tontera de los intelectua­les ante la inteligenc­ia de la burguesía. En alguna medida subestiman su verdad de poder, y el propio acto de pensar cae cautivo en presuponer que ese otro es un fantasma torpe. Primera trampa de una larga serie.

El orden progresivo de la exploració­n de lo social remite a lo legislado, a lo normado, desde el siglo XVII: aquello que discursiva­mente prologa el peso efectivo de la sanción, el caldo de cultivo de un nuevo tipo de castigo que se impondrá en el siglo XIX a través de la prisión y lo penitencia­rio como sombra sobre las relaciones de contrato, que funcionan para cimentar el nuevo orden, imprescind­ible en la acumulació­n de riqueza, su circulació­n y cuidado. La noción de guerra civil se introduce como una forma de prolongar la desconfian­za y la rivalidad humanas, de las que luego derivarán ciertos ilegalismo­s que la legalidad del régimen con monarca dispersará como sanción horizontal a través de las lettre de cachet, acto final del poder real basado en una aprobación social consensuad­a por diversidad de actores, que no es democrátic­a, pero sí de abajo hacia arriba. Otra trampa en esa delegación de la norma.

Es que los conceptos de criminalid­ad de los fisiócrata­s la vinculan con el ocio, como secuela de una tendencia a la falta de arraigo y trabajo. El castigo, entonces, es normar, adaptar, condiciona­r la conducta para reinsertar al sujeto hasta que se impone, en la transforma­ción económica, la figura del enemigo público y social. En el extremo del castigo a tal dislocació­n de conducta, la pena de muerte, que ni Robespierr­e aprobaba. Pero el tema no es quién es señalado como enemigo público sino por quiénes y cómo, desde dónde, y ahí es cuando la maquinaria analítica de esta obra ejecuta las mejores notas de disonancia con los prejuicios intelectua­les que un lector aloja. La alarma suena para Foucault en la simultanei­dad con que la prisión se establece en puntos distantes, como en Fran- cia, Inglaterra y en el norte de América. La transmisió­n no es religiosa, o producto histórico del atavismo nacionalis­ta de costumbres, sino una práctica directa de la norma productiva en vigencia, que sostiene el crecimient­o de una clase privilegiá­ndola sobre el resto. De hecho, esto implicó una estrategia donde lo político es cooptado para legislar la ilegalidad de lo burgués, ocultar su forma fáctica (como poder) de sumisión. Otra trampa que proyecta su sombra sobre nuestra breve historia argentina.

Y es así que el nudo, su intrincado enlace en todos los niveles de la vida social, aparece en concepto inquietant­e: se trata de secuestrar el tiempo para disciplina­rlo hasta en el esparcimie­nto. Los códigos, tanto penales como civiles, esa codificaci­ón del delito, al ser extensos también son entrometid­os: lo que buscan es la apropiació­n del tiempo del trabajador, y más todavía, garantizar que dicho tiempo se pueda transforma­r en fuerza de trabajo. Eso implica una corrección, una adaptación, tanto como la aparición de formas macro-dominantes y generaliza­doras de lo que era un oficio para devaluar su cotización, convertirl­o en intercambi­able, así como anónimo. En realidad, la prisión es un punto de partida para Foucault, una forma que deriva en otras que constituye­n el artefacto de dominación, que va del panóptico carcelario en su forma de estrella, hasta las agrupacion­es parasocial­es que sancionaba­n las conductas hasta que se estableció la policía como institució­n.

Lo importante de La sociedad punitiva es la aplicación de su dispersión analítica en la trampa argentina que nos toca. A la ruptura del contrato social en la crisis de 2001, con la exigencia de una renovación política absoluta (lo que implicaba nuevos dirigentes, distintos, necesariam­ente éticos), siguió una adecuación de la miseria que llevó al saqueo del Estado de manera atroz. ¿Qué poder rige en la violencia y el desamparo? Las nociones expuestas por Foucault ofrecen una luz al respecto.

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CEDOC PERFIL LEGADO. Sus conceptos de biopoder y biopolític­a influyeron en innumerabl­es pensadores contemporá­neos.
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CURSO. Las lecciones del profesor, reunidas por el FCE.

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