El reverso de la experiencia
Katsikas
En más de un aspecto, Katsikas es un rompecabezas, pero uno cuyas piezas casi nunca encastran sino que se superponen, obligándonos a leerlo en capas
Autor: Pedro B. Rey Dibujos: Eduardo Stupía Género: cuentos Otras obras del autor: Transcripciones y translaciones, Círculo vicioso Editorial: Leteo, $ 250
La era digital ha dilapidado una serie de conceptos. En rigor, parte de lo conceptual en sí mismo. ¿Cuántos escuchan hoy un disco completo, y más allá, cuántos evitan el random o la tentación de zigzaguear o picar, es decir, ese modo de incorporar la información al vuelo y luego pasar a otra cosa? ¿Cuántos escuchan hoy un disco “en orden”, de principio a fin, comprendiendo que se trata de una obra completa, una sola obra, y que en la base de su asimilación anidan las nociones de progresión y secuencia? La o las preguntas podrían extenderse a otros campos, y no hay duda de que la literatura es uno de los más conflictivos para ello, en particular en lo que concierne a la mayoría de los libros de poesía y los de cuento, lo que equivale a pensar en distintas partes confluyendo en un todo. Resulta indispensable dialogar con esa noción de totalidad para abordar la lectura de Katsikas, de Pedro B. Rey, un libro notable que además inaugura el prometedor sello Leteo, cuyos editores son Jorge Consiglio y Christian Kupchik.
Katsikas podría definirse como un conjunto de relatos, sí, pero entre sus rasgos esenciales está la manera en que no sólo las historias se referencian unas a otras sino cómo también se entrelazan y/o diluyen, al punto de que en algunos casos se torne dificultoso establecer un protagonista. En más de un aspecto, Katsikas es un rompecabezas, pero uno cuyas piezas casi nunca encastran sino que se superponen, obligándonos a leerlo en capas, sucesivas y a la vez simultáneas. Textos enmarcados, visiones, sucesos que se desarrollan en sincronía y que a cada momento intentan justificarse, encontrar su real sentido, desplazándose en el tiempo. Casi ninguna de las historias contiene eso que en términos más o menos tradicionales podría llamarse “comienzo”, pero todas tienen un fin, o bien se disparan y repliegan y contorsionan como si todos los caminos condujeran a Roma. Allí parece estar el núcleo silencioso de este libro: ya no aquello de que la literatura se despliega en apenas un puñado de temas, sino que en realidad hay uno solo, y la manifestación de ese único tema es la necesidad de encontrar la justificación de cada existencia.
Con mucho de ese sentido trágico, pero al mismo tiempo utilizando un narrador casi documental, intensamente distanciado y por momentos con rasgos autoparódicos, Rey les suelta la mano a sus personajes en el desierto de sus vidas, sin una sola respuesta. Así, el genial Anton Webern se topa estúpidamente con la muerte, pero el hombre que lee su biografía –un tal Katsikas– se encuentra a la deriva, como en una cápsula de tiempo. Salinas, el jockey que comanda las acciones en el segundo de los relatos, estira la realidad como si supiera que sólo puede caer en el abismo, y desde una perspectiva particular es observado por alguien que vive otra ruina. Ese testigo –bajo el inverosímil nombre Dédalo Giorgione– es algo así como el negativo de Katsikas, su esperanza remota, y ambos protagonizan el tercer cuento, pero no así sus vidas: uno preso de lo que pudo ser, otro al que sólo le queda la escritura. Una banda de forajidos, en el siguiente, elige espejarse en un abanico de célebres escritores rusos –Lermontov, Puchkin, Blok, Gorki– de un siglo atrás,
pero descubrimos que un nombre siempre es mucho más que eso. El quinto relato es un opus: todo termina, pero todo continúa hundido en el misterio.
“Lo único que le interesaba, no obstante –subraya el narrador en ese relato final a propósito del Katsikas escritor–, era el reverso de la experiencia personal”. Sobre ese reverso, y también sobre sus pliegues, está construido este libro, en el que Rey nos recuerda que la experiencia es intransmisible, y sin embargo la literatura debe morir una y otra vez en el intento.