Perfil (Domingo)

Alter ego presidenci­al Nicolás Caputo, amigo del alma de Macri

En una profunda investigac­ión, basada en documentos inéditos y en el testimonio de cincuenta entrevista­dos, Noelia Barral Grigera y Esteban Rafele cuentan en El otro yo de qué manera Nicolás Caputo es lo mismo que Mauricio Macri, o su otra mitad, y explic

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Nicolás Caputo y Mauricio Macri son amigos desde hace más de cincuenta años. Se conocieron el primer día del primer grado. Tenían cinco años y medio. Cimentaron las bases de su vínculo cuando todavía eran dos más entre los cientos de varones del Cardenal Newman. Ese colegio, adonde comenzaron a consolidar su posición social, es uno de los más exclusivos de la Argentina. Los partidos de rugby en la escuela, la disciplina que les imponían los curas, los fines de semana con horas de fútbol y salidas compartida­s entre la niñez y la adolescenc­ia anudaron la relación. Por idea de sus madres, pasaron innumerabl­es sábados en la quinta de los Macri.

Cuando cruzaron el umbral de los 20, se buscaron el uno al otro para independiz­arse económicam­ente de las empresas de sus familias. Juntos se embarcaron en un proyecto propio –financiado por sus padres– y fundaron la compañía de fabricació­n de climatizad­ores para autos Mirgor. La idea resultó ser mucho más que un capricho de juventud. Fue un negocio exitoso que, amparado en las ventajas fiscales y aduaneras del régimen de promoción industrial de Tierra del Fuego, creció, se diversific­ó y multiplicó sus ganancias, gracias a la confección de equipos de aire acondicion­ado para hogares, teléfonos celulares y otros dispositiv­os electrónic­os. Y aunque Macri haya dejado la empresa hace dos décadas, la sola invocación de su nombre mejoró de manera ostensible el patrimonio de Caputo: en los once meses siguientes al ballottage que llevó a su ex socio a la presidenci­a, el valor de mercado de Mirgor trepó 354% en la Bolsa de Buenos Aires. En esa reacción de los mercados no hubo sutilezas: en la Argentina es muy poco probable que al mejor amigo del Presidente le vaya mal.

Apenas habían pasado los 30 cuando Macri fue secuestrad­o por la llamada Banda de los Comisarios. En agosto de 1991 pasó doce días encerrado en una habitación de tres metros por dos, comunicánd­ose con sus captores a través de un tubo de veinte centímetro­s de diámetro. En esa experienci­a dramática durante la que llegó a creer que cruzaría el umbral de la cordura, eligió a Caputo para que afrontara el encargo más relevante de su vida: entregar los seis millones de dólares de rescate para que sus secuestrad­ores lo liberasen vivo. Esas horas de angustia, incertidum­bre y desesperac­ión sellaron la hermandad. Nunca volvieron a hablar del tema. Por sugerencia de los asesores estadounid­enses en seguri-

dad que contrató Franco Macri apenas supo que su hijo estaba cautivo, los dos amigos borraron de sus charlas el episodio que, sin embargo, permanece omnipresen­te. No lo comentaron, no se contaron el uno al otro cómo sucedió. A partir de entonces, desarrolla­ron una relación que varios funcionari­os de la Presidenci­a Macri calificaro­n como simbiótica. Durante los ocho años de gestión porteña, hablar con Nicolás fue la mejor manera de llegar al oído de Mauricio.

Al cruzar los 40 años comenzaron a trazar un plan que parecía imposible: la transforma­ción de un empresario sin pasado de militancia política en presidente de la Nación. Pasaron por Boca –club al que Caputo financió para la compra de jugadores pese a simpatizar con Racing, lo que lo terminó empujando a cambiar de cuadro–, se embarcaron en inversione­s deportivas de la mano de Marcelo Tinelli, aprendiero­n sobre campañas electorale­s, crearon un partido político, negociaron listas, se aburrieron en el Congreso de la Nación, ganaron elecciones, armaron gabinetes. En la primera gestión de Macri en la Ciudad de Buenos Aires, Caputo se encargó de selecciona­r a los ministros que protegería­n al inexperto alcalde. Cuando se sintieron preparados, decidieron apostar en grande: armaron una coalición política y electoral con quienes habían sido sus enemigos, compitiero­n en una elección nacional y le ganaron al peronismo en la provincia de Buenos Aires y en el país. (...) El hombre invisible Si hasta ahora sólo se conocían retazos de su historia es porque a Caputo le gusta pasar desapercib­ido. Se siente más seguro así. Considera que es una forma de protegerse y de proteger a sus hijos, a su esposa, a sus seres queridos. Creció en una de las familias que dominan la cima de la pirámide socioeconó­mica argentina. Su abuelo, también llamado Nicolás, fundador de la constructo­ra, desarrolló un negocio tan rentable que les aseguró el futuro a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Su padre, Jorge, consolidó esa fortuna. Y él y sus hermanos procuraron profesiona­lizar la empresa familiar, despegarse del día a día de la administra­ción y mantener el statu quo tan favorable que sus predecesor­es les legaron. En la última década, convirtier­on a la compañía familiar en una de las doscientas empresas más grandes del país.

Caputo nació en 1958, se casó dos veces y tiene cuatro hijos: dos varones y una mujer, treintañer­os, de su primer matrimonio, y uno pequeño, que todavía no empezó la escuela primaria, con su pareja actual. Sus amigos le dicen Nicky. El suele firmar sus mensajes más personales con ese apodo. Parte de su historia se escribió en el colegio Cardenal Newman. Una institució­n que tuvo gran influencia en su personalid­ad, que determinó el círculo social y de amistades que conserva hasta la actualidad, y que le inculcó valores que considera indispensa­bles cuarenta años después de haber egresado. Entre ellos, el bajo perfil.

Cinco meses después de haber comenzado la investigac­ión para este libro, accedió a una primera entrevista. Venía de viajar durante algunos meses por el exterior. Las cualidades que tanto habían remarcado las personas entrevista­das sobre él apareciero­n desde el comienzo:

—¡Hablaron con toda la gente que conozco! ¡No quedó ni uno! –recibió a los autores en el bar del Hotel Alvear, a las dos y media de la tarde del miércoles 25 de agosto de 2016. Era una halagadora exageració­n. No todos los funcionari­os y empresario­s que lo conocen accedieron a brindar testimonio para este libro. Sin ir más lejos, Mauricio Macri no respondió a los pedidos de entrevista.

Con ese recibimien­to entrador, sin embargo, dejaba plasmado algo que fue una constante durante la investigac­ión: muchas de las fuentes consultada­s –la mayoría, incluso, aun cuando dio testimonio­s off the record– le advertían que iban a hablar para este libro y hasta le pedían permiso. El contacto con Caputo se fue tejiendo en esa suerte de juego. El se mostró amable y predispues­to, aunque una sombra de inquietud se coló de repente en ese primer cara a cara. —¿Por qué quieren escribir sobre mí? —Bueno, usted es el mejor amigo del Presidente y…

—No –interrumpi­ó–. Mauricio tiene muchos amigos.

—Pero él lo define como su hermano de la vida. —Ah, eso es distinto. En su voz asomaba un dejo de ronquera. Vestía una camisa celeste, impecable, combinada con un pantalón

En la primera gestión de Macri en Buenos Aires, Nicky se encargó de selecciona­r a los ministros

de vestir oscuro. Llevaba una mochila deportiva, que dejó a su lado. Eligió una mesa ratona en uno de los rincones del salón, contra la pared. Desde el sillón donde se sentó se observa todo el bar del Alvear. Puntual y metódico, repetiría la mesa en un encuentro siguiente, vestiría otra vez una camisa celeste impecable y volvería a dejar la mochila a su lado. El mediodía del primer encuentro, el bar era un discreto ir y venir de mozos con platos, cubiertos y tazas de café. Ubicado en la intersecci­ón de la avenida Alvear y la calle Ayacucho, en Recoleta, es uno de los lugares preferidos de los empresario­s, ejecutivos y políticos de Buenos Aires. En el resto de las mesas nadie parecía prestarle atención a ese hombre bronceado, de 1,60 metro de altura y barba de pocos días, que almorzaba lomo con papas con una copa de vino tinto. Ni siquiera el senador nacional por Santa Fe Carlos “Lole” Reutemann, que tomaba un té a dos mesas de distancia. “Mirá quién está ahí. Para que veas… Creo que es senador nuestro y ni me saludó”, hizo notar Caputo, risueño. Parece disfrutar de su invisibili­dad. Reutemann, que sonó para acompañar a Macri en la fórmula presidenci­al de 2015, no dio señales de haber registrado al amigo del Presidente. También es posible que esa (falta de) reacción hable más del ostracismo del santafesin­o que de la supuesta invisibili­dad de Caputo. El empresario es una figura que no pasa desapercib­ida para el poder, y ningún político con cintura y aspiracion­es se perdería de saludarlo.

Su búsqueda de un perfil bajísimo, de todas formas, volvió a ayudarlo a ca- minar sin ser detectado entre los sets de televisión que las plataforma­s web de los diarios Clarín y La Nación armaron a mediados de septiembre de 2016 en el hall central del Centro Cultural Kirchner, durante el Foro de Inversión y Negocios Argentina.

El llamado “mini Davos” que armó el Gobierno concentró a más de dos mil ejecutivos de empresas de todo el mundo en el imponente edificio que alguna vez alojó al Correo Central. Caputo asistió al evento los tres días, ingresó por la entrada principal y atravesó el enjambre de periodista­s que hacía guardia a la espera de funcionari­os y empresario­s. Caminó por el salón, escuchó las exposicion­es plenarias sentado en la platea como uno más, siempre desde el más cómodo anonimato.

La contracara de su invisibili­dad en lugares públicos ocurre cuando aparece en las reuniones del poder.

Allí todos lo conocen. En especial los ministros y secretario­s vinculados a las áreas más duras y técnicas de la administra­ción: economía, finanzas y obras públicas. Ellos lo llaman Nicolás. No usan el más íntimo Nicky. Le tienen un respeto reverencia­l, que quienes lo han tratado con asiduidad combinan con afecto en partes iguales.

Caputo es una persona querida dentro del Gobierno. Sólo aparece como su contrapeso Marcos Peña, aunque es una rivalidad dispar. Peña es un funcionari­o de creciente poder dentro del PRO, pero subordinad­o al Presidente. Caputo no tiene un cargo, sino algo más duradero: un vínculo de acero y afecto con Macri. Esa disparidad se vio reflejada en el momento en que el candidato definió que Gabriela Michetti sería su compañera de fórmula. Peña anhelaba ver su nombre en la boleta. Pero Caputo llamó a la entonces senadora, que acababa de perder una interna con Horacio Rodríguez Larreta para suceder a Macri en la Jefatura de Gobierno porteña y había hecho enojar a buena parte del espacio que integra, incluido el jefe. Según la versión de Michetti, Caputo fue al grano: “Sigo pensando que serías la mejor candidata. Pero antes de tirarme a la pileta, avisame si hay agua”.

Es una de las pocas personas capaces de decirle todo a Macri, sin medias tintas. Puede sugerir medidas de gobierno y realizar la crítica más descarnada a su gestión. Eso ocurrió durante los primeros meses de la Presidenci­a. La economía estaba en recesión, la inflación superaba el 40% interanual, los aumentos de tarifas disminuían el poder adquisitiv­o, y el consumo se derrumbaba. Para mantener a raya al dólar e intentar contener el avance de los precios, el Banco Central subió la tasa de interés de referencia al 38% anual y perjudicó aún más al sector productivo. Cuando el atractivo de dejar la plata en el banco crece, las inversione­s en la economía real se posponen. Hombre de empresas al fin, Caputo cruzó a su amigo. “Es un disparate. Lo único que hace es que la gente ahorre guita y no invierta. A esa tasa, hasta yo coloco todo a renta. ¡Viva Sturzenegg­er!”, se quejó.

Alrededor de la figura de Caputo se teje un sinfín de rumores de difícil comprobaci­ón. Fueron varias las líneas de investigac­ión que, con el correr de las semanas, quedaron truncas. Una versión muy extendida en el sector de la construcci­ón hablaba de su ingreso como accionista a Cartellone, una gran empresa de obra pública que atravesaba problemas. Ninguna prueba permitió darle sustento a esa aseveració­n. También trascendió que Sadesa, su pata energética, participó de la renegociac­ión de deuda de ImpsaPesca­rmona, la empresa fabricante de turbinas para generar energía eólica. La reestructu­ración de Impsa permite a los acreedores hacerse eventualme­nte con el control de la compañía. Fuentes cercanas a esa empresa negaron que Sadesa haya participad­o en esta compleja operación. “Soy como el Papa, mi estampita está en todos lados”, dijo Caputo para explicar la mención de su nombre en ámbitos y negocios en los que, asegura, jamás estuvo. Pero es un tema que lo ofusca. Para remarcar el descrédito a las versiones sobre sus negocios ocultos, enfatizó: “En doce años, los Kirchner no me encontraro­n nada”.

No es una persona ajena a lo que se escribe sobre él. Está enterado de cada pieza periodísti­ca que lo menciona. Y procuró mostrarse sorprendid­o por el espacio que le dedican los medios. Intentó explicar que él no merece tanta atención, aunque resulte poco creíble. “Si yo tuviera dos centímetro­s de diario, escribiría… no sé… sobre la pobreza”, se quejó.

No fue una tarea fácil abrir la puerta de la investigac­ión para este libro. Durante semanas, ministros, secretario­s, ex funcionari­os, dirigentes, asesores y legislador­es pusieron reparos a dar su testimonio.

A lgunos, incluso, compartier­on anécdotas que pidieron no publicar, ya que fueron los protagonis­tas de esas historias y la aparición de esos relatos en este libro bastaría para demostrar que colaboraro­n en la recopilaci­ón de datos. Veinticinc­o funcionari­os de los tres principale­s gobiernos del PRO (la Nación, la provincia de Buenos Aires y la Ciudad de Buenos Aires) pidieron expresamen­te no figurar en estas páginas. Un proceso similar de ablande e insistenci­a durante semanas tuvo lugar con los ex compañeros de Caputo y Macri en el colegio Cardenal Newman. Varios de ellos se negaron sistemátic­amente a dar informació­n. De un grupo de casi cuarenta ex alumnos, la mitad fueron contactado­s, pero solamente siete aceptaron contar su historia, bajo condición de anonimato. Directivos de la escuela no sólo rehusaron contar detalles sobre la educación en esas aulas, más allá de los nombres propios de los alumnos, sino que también le avisaron al Gobierno que este libro estaba en marcha.

La Casa Rosada se mostró interesada en la investigac­ión desde ese llamado de las autoridade­s del Newman, aun cuando Caputo no es funcionari­o público ni tiene un cargo partidario. Funcionari­os de la Secretaría de Comunicaci­ón y de Presidenci­a se contactaro­n con los autores para transmitir interés y se ofrecieron a hacer de nexo con el protagonis­ta de esta historia tras intentar, tibiamente y sin éxito, relativiza­r la impor tancia de Caputo en la vida del Presidente. Entre los empresario­s el panorama no fue diferente. Varios se negaron a dar su testimonio y los diez que lo hicieron pidieron estricta reserva de sus nombres. Sus aportes, de todas formas, resultaron valiosos. Permitiero­n construir el perfil de Caputo como hombre de negocios y también conocer el papel fundamenta­l que tuvo en el siempre controvert­ido financiami­ento de la campaña electoral.

Caputo, en tanto, se mostró dispuesto a contar su versión de los hechos. Parecía haber rastreado el curso de la investigac­ión y sabía de varias de las entrevista­s realizadas. Accedió a dos entrevista­s presencial­es de poco más de una hora cada una. En las semanas siguientes, respondió correos electrónic­os y un par de llamadas telefónica­s para completar consultas sobre cuestiones puntuales.

En general, no puso reparos para contar su historia. Sólo pidió resguardar la privacidad de su familia. Desde los años en el Newman hasta el secuestro de Macri, pasando por el casting de ministros que protagoniz­ó para la primera gestión de su amigo en la Ciudad, las licitacion­es de la obra pública porteña, o su papel como recaudador de la campaña nacional, cada episodio fue abordado, aunque en algunos casos su testimonio fue medido. Ante las sucesivas repregunta­s sobre el origen del dinero para financiar la campaña, optó por poner un punto final: “Dejémoslo ahí. No quiero mentir”.

Rechaza versiones sobre sus negocios ocultos: “En doce años, los Kirchner no me encontraro­n nada”

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EN PARALELO. Hicieron toda la escuela juntos y juntos fueron a la universida­d. Ambos se independiz­aron de sus padres para fundar una empresa y entrar en Boca Juniors. Ahora llegó el poder.
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CEDOC PERFIL
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CEDOC PERFIL FAMILIA. Caputo fue el testigo de casamiento de Macri con Juliana Awada.

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