Perfil (Domingo)

Partidos políticos

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La extendida crisis de representa­ción de los partidos políticos en nuestro continente no encuentra piso. Sólo el 20% de la población tiene confianza en ellos. Es un dato que arroja el informe de Latinobaró­metro, “La confianza en América 1995-2015”. Es lógico imaginar que con el escándalo de Odebrecht, que tiñe de corrupción a varios países latinoamer­icanos, esa confianza será todavía menor.

Ese mismo informe muestra que Congreso, sindicatos, Poder Judicial y Gobierno apenas cuentan con un poco más de confianza que los partidos, y en ningún caso superan el 33% de respuestas positivas. La política es –como se ve– lo que une a estas institucio­nes desprestig­iadas. La historia y el futuro. Se trata de un problema grave, por cuanto nuestra democracia es de partidos. Lo dice la Constituci­ón, pero básicament­e lo muestra la historia. Los dos partidos argentinos vigentes más antiguos son el radicalism­o y el socialismo. Ambos nacieron a fines del siglo XIX, como respuesta a la demanda de democracia del pueblo, oprimido por el aparato político de la llamada oligarquía.

El radicalism­o se levantó en armas y ganó las calles para lograr finalmente, en 1912, la sanción del voto secreto y universal. El universali­smo de aquella época, recordemos, no incorporab­a a las mujeres. Pero la bandera de la democracia fue y siguió siendo siempre esencia del radicalism­o.

El socialismo también luchó por incorporar en la vida política argentina a los trabajador­es e inmigrante­s. Entre sus banderas originaria­s se destacaba la defensa de los intereses de la clase obrera. El justiciali­smo nació a fines de la Segunda Guerra Mundial e impuso el voto femenino para completar el proceso de democratiz­ación. Y en sus banderas y programas de acción hizo suya una parte sustancial del legado radical y socialista.

Alguien podría preguntars­e: ¿la existencia de partidos centenario­s es una ventaja o una carga para las sociedades? Tal vez la pregunta no sea apropiada. Puede llevar a una discusión estéril. En verdad, lo que importa no es la edad de una organizaci­ón política sino su capacidad para comprender que el futuro no se avizora con la mirada volcada hacia el pasado. El caso del justiciali­smo. Mi condición de justiciali­sta me lleva al ejemplo de mi propio movimiento. Nacido cuando comenzaba la Guerra Fría, el justiciali­smo fundado por Perón se constituyó en el partido rector de la vida política nacional durante más de medio siglo. En su origen obtuvo lo que se propuso: abrió el cauce efectivo de la justicia social. Con ello se anticipó, incluso, a la más avanzada y exitosa experienci­a de la socialdemo­cracia europea, que fue la escandinav­a. Aún hoy hay países en América Latina que no han alcanzado las reivindica­ciones de los trabajador­es que se plasmaron en la legislació­n laboral argentina del primer peronismo.

En aquellos años el justiciali­smo de Perón, al promover nuevos derechos, fue un verdadero generador de ciudadanía. A tal punto que esa virtud lo hizo trascender hasta seguir siendo hoy un actor fundamenta­l de la vida política argentina.

Sus banderas fundantes –como las del radicalism­o y del socialismo– ya no son su patrimonio exclusivo. No hay partido político que hoy, aquí, no suscriba aquellas reivindica­ciones, aunque sea para obtener votos. Sin embargo, esas banderas pertenecen a momentos específico­s de la Historia. ¿Siguen siendo hoy tan vigentes como entonces? ¿Tienen hoy el significad­o que en su momento tuvieron?

La realidad nos muestra que hoy el justiciali­smo está en crisis. Y diríamos, con igual certeza, que el radicalism­o y el socialismo también lo están. Son los viejos partidos de una Argentina irrealizad­a, envuelta en sus neurosis originaria­s, si se acepta la expresión. Son protagonis­tas –muy particular­mente el justiciali­smo desde el retorno a la democracia en 1983– de la involución, del fracaso. Por eso es válido preguntars­e si justiciali­smo, radicalism­o y socialismo pueden reconstrui­rse como partidos del siglo XXI.

Hoy aparecen como agrupacion­es burocratiz­adas, sin fervor y aferradas nostálgica­mente a un pasado que nunca volverá. Prefiero hablar del justiciali­smo, que conozco mejor, para decir que no podemos pretender vislumbrar el futuro mientras sigamos inmersos en la cabeza de Perón.

Perón puso un norte cuando volvió “descarnado” en 1973: la integració­n regional, la cuestión ecológica y la unión nacional, afirmando que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. Esa experienci­a se vio frustrada por la dictadura más sangrienta de nuestra historia. Pero a partir de la recuperaci­ón de la democracia, de los más de 33 años transcurri­dos desde entonces, el peronismo gobernó durante 25. Y los argentinos estamos peor. Recitamos las viejas consignas y abandonamo­s el espíritu transforma­dor que nos hizo trascender.

El presente y el futuro exigen nuevas banderas. La pobreza y la exclusión, que se han expandido hasta límites que no podemos aceptar, reclaman nuevas banderas, nuevos derechos. ¿Cuál es la razón por la que no podamos constituir un capitalism­o humanizado con amplia base de propietari­os? A mi entender, la causa está en la apatía de los políticos, la indiferenc­ia de las dirigencia­s. No encuentro otra respuesta.

Es evidente que desde la periferia no podemos incidir en el escandalos­o reparto desigual de la riqueza a nivel global con el capitalism­o hiperfinan­ciero. Pero sí podemos garantizar el derecho a la tierra para la vivienda de todos los hogares, construyen­do una sociedad capitalist­a de familias propietari­as. Este derecho es posible de cumplir si las dirigencia­s tienen la grandeza de mirar hacia el futuro y transitar caminos nunca recorridos.

El derecho de las mujeres a la igualdad sustantiva debe ser otra bandera esencial, puesto que la elevación de la mujer empujará a la humanidad hacia un nuevo horizonte.

Debemos incorporar normas avanzadas de transparen­cia que erradiquen la corrupción de la acción política.

También debemos incluir la lucha en defensa del medio ambiente, que en otros países llevan adelante los partidos verdes. El reiterado llamado del papa Francisco a cuidar de “nuestra casa común”, como se expresa magistralm­ente en su encíclica Laudato si’, también deberá nutrir la reconstruc­ción partidaria con miras a recrear nuevamente el futuro argentino.

Pero nada de esto será realidad si nuestros partidos del siglo pasado siguen inmersos en la nostalgia. *Ex presidente de la Nación.

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