Alicia detrás del espejo (de alejandra)
“La búsqueda de los paradigmas, de los ejemplos, ha llegado a ser terriblemente obsesiva”, escribe Alejandra Pizarnik en su Diario, en la entrada del lunes 21 de febrero. Allí continúa describiendo uno de esos hallazgos, de su busca obsesiva: “El primero fue Alicia Penalba, la visita a su estudio lujoso, su vestimenta de amazona gorda, con manos de obrera, pantalón negro, casaca de cowboy, avanzando a los taconazos por su estudio como un rico propietario por su estancia jugando con el látigo. Nos dijo los nombres de sus esculturas como una madre sus hijos, diciendo los nombres con una justeza y un sentido de la propiedad y del derecho, toda ella proclamando a los gritos que fue pobre y ahora es rica y famosa, toda ella la imagen de alguien que ‘se hizo’ mediante disciplina y fuerza y vigor y voluntad”. La descripción física y los modos que Pizarnik nota en Penalba son síntomas. Por un lado, de la personalidad de la artista argentina, que desde hacía mucho tiempo vivía en Francia y había llegado a ser reconocida. Por el otro, de los que presenta la escritora. Esa inseguridad contrasta perfecto con los detalles: manos de obrera, pantalón negro, cowboy y taconazos, por mencionar algunos que trazan un perfil muy masculino y poderoso. Después será la madre de esos hijos que son sus obras. Un mundo dicotómico y desplazado. No es la partición de géneros normalizada. La que hace la poeta para hablar de Penalba está medio chanfleada. Una dualidad a la deriva que propicia un pasaje. Va de lo masculino a lo femenino y después, de arriba hacia abajo: fue pobre, ahora es rica. Penalba “se hizo”. Pizarnik la rehace.