Otra forma de vida
Una mujer tras el vidrio empañado del relato. Es el aliento de la respiración, del enunciado que opaca cualquier hipótesis: Carla Maliandi lo expande en la lectura, arrastra hacia sí el interés del lector, lo hace suyo arropando un misterio literario que no deja de interrogar por la ausencia. ¿En qué lugar exacto de la sumatoria de párrafos se encuentra el tiempo de una novela? ¿Cómo el metrónomo de los eventos configura la suspensión de lo siniestro como una sombra sutil?
La cuerda en este breve instrumento tensa cuatro de sus partes: escape, soledad, muerte y embarazo. Y tal vibración produce una extraña mezcla de registros en un segundo exilio heredado, en las dudas existenciales del fracaso amoroso, en el suicidio de una desconocida que desata la intervención fantástica, así como en el crecimiento de una esperanza que ya no está en Heidelberg, en una Alemania de postal que recuerda al trineo Rosebud de El ciudadano Kane.
¿Acaso la narradora sin nombre evoca una infancia perdida? Algo más: la pérdida de la identidad, de la lengua madre (si es que una madre es menos que eso), de los límites entre el deseo y la autoestima, de la fuerza por forjar un futuro. La experiencia de vivir fuera de lugar es una búsqueda de esas pérdidas, o el luto de todas las muertes que provoca salir de la existencia de los otros buscando el olvido.
Escapar de todos los lugares comunes. Desaparecer por propia fuerza sin motivo aparente. Un desafío para otra forma de vida, tal vez un riesgo excesivo que conduce al ciclo eterno de la melancolía. Queda en suspenso qué es el destino para quien cayó en el abismo de los hechos, cuando decir no parece imposible y la felicidad toma forma de juguete perdido.