Teatro de máscaras
De repente un golpe en la puerta
Autor: Etgar Keret Género: cuento Otras obras del autor: El conductor del autobús que quiso ser Dios, La chica sobre la nevera, Extrañando Kissinger, Pizzería Kamikaze Editorial: Sexto piso, $ 290
El cuento breve, con prescindencia de baremos y tesis, puede resultar, en ciertas manos, un pequeño milagro. Restituye a los lectores a una especie de estado elemental: el del encantamiento, la ilusión, la magia, los espejismos, todo aquello que esas emociones de bordes difusos traen aparejado y que, tristemente, se degrada y desvanece al término de nuestra infancia. Sin embargo la mente (lo que ésta implique y concite: alma, espíritu, sueños, recuerdos) es otro prodigio inabarcable, y conservamos vestigios de aquellos atributos, entonces la memoria y la nostalgia como cenizas de un fuego casi extinguido hacen renacer fulgores e iluminaciones. Leer los cuentos de Etgar Keret provoca –resultaría indecente pronunciar la palabra en este país, en estos tiempos, si no fuera que hablamos de literatura–felicidad. Keret nació en Tel Aviv y sus narraciones son como esquistos hallados entre rezagos de piedra trabajada antes por escritores irrepetibles: Franz Kafka, Bruno Schulz, Saul Bellow, Bernard Malamud, Joseph Roth. Judíos, como Keret, prestidigitadores en las variantes singularísimas del humor y la tragedia, autores que montaron su teatro griego con máscaras superpuestas, intercambiables, misteriosas. Keret dice algo, nombra algo, y, en realidad, se refiere a otra cosa, a otra situación, pero no hay riesgo de interpretar símbolos y metáforas pues no se trata de eso: no apela a sencillas alegorías y parábolas, mejor dicho, su genialidad no consiste sólo en la sabia administración de esos recursos. Keret tributa a la estética de otros compositores de libros o películas (Woody Allen, Ethan y Joel Coen). En el relato que da título al libro, un escritor, él mismo, un Keret especular, en un país donde si uno quiere algo tiene que exigirlo por la fuerza, obviamente su país, es sorpresivamente amenazado por otro judío, un judío inmigrante, procedente de Suecia, quien apuntándole con una pistola le reclama que cuente un cuento. Al intento del escritor, quien advierte que no es su oficio el de contar cuentos, sigue una escaramuza verbal y otro golpe en la puerta. Llega un encuestador marroquí el que, también armado, pide a Keret que responda una breve encuesta. Defraudado por la negativa del escritor, pretende entonces que cuente el cuento que le reclama el judío. Un breve alegato del marroquí sobre el racismo y la hostilidad del pueblo judío. La queja del narrador por la eterna guerra entre Oriente y Occidente. Un tercer golpe en la puerta, un repartidor de pizzas. Trae una que el escritor no encargó, fuerza su entrada a la casa, toma asiento en el sillón junto al judío y al marroquí y, amenazando a Keret con una cuchilla, lo conmina a que cuente el cuento. El escritor, Keret por Keret, se queja irónicamente de que esto que le sucede no le hubiera sucedido a Amos Oz o a David Grossman. Puesto a improvisar su cuento, conjetura sobre la creación y la invención. Lo intimidan: que en el cuento nadie golpee a la puerta. En el segundo cuento del libro, Robi, un oficinista que dijo su primera mentira a los siete años, pasa de soñar con su madre muerta (y ahora viva, sentada sobre una esterilla a su lado en un sitio blanco, una extensión blanca que parece
Un alegato del marroquí sobre el racismo y la hostilidad del pueblo judío. La queja del narrador por la eterna guerra entre Oriente y Occidente
no tener principio ni fin), a tener la posibilidad de materializarse en ese otro “sitio”: el “pasaje”, un agujero en el patio de su casa de infancia por el que se transporta, y ahí están sus mentiras encarnadas: un pequeño pelirrojo, un pobre perro lisiado, y también mentiras ajenas: un hombre ruso que perdió las manos. Robi se promete que su próxima mentira será alegre y tendrá mucha luz. En fin, 39 cuentos y Etgar Keret, que no teme al juicio de la posteridad ni a la interpretación de la física cuántica, transforma lo inverosímil en verosímil y, entre tanto, escribe textos inmortales.