Perfil (Domingo)

Poco encantador parecido entre Suteba y UIA

- CECILIA MOSTO*

La mitad de las decisiones que toma la clase política, en una sociedad organizada a través de principios y valores democrátic­os, se realiza consideran­do el comportami­ento de la opinión pública que, por lo general, tiene un acceso fluido a la informació­n. Por ese motivo, en esas sociedades, los diferentes actores que necesitan influir en las decisiones políticas para alcanzar sus objetivos trabajan la mitad de su tiempo orientados a esa opinión pública. En las democracia­s bastante imperfecta­s, como la nuestra, la mayoría de los representa­ntes de los más diversos intereses trabajan casi la totalidad de su tiempo de espaldas a ella, con excepción de algunas ventanas temporales que se abren a su pesar. Lo habitual es mantener a la sociedad con un goteo de informació­n confuso. Este, cada tanto, filtra a la superficie las verdaderas motivacion­es de lo que sucede como de aquello que, sin mediar explicació­n, deja de suceder. Esto último, por supuesto, para gran sorpresa de las grandes audiencias. La sorpresa domina el modo de vivir criollo.

En la Argentina, la opinión pública es de palo para la mayoría de los actores sociales y políticos, y especialme­nte para aquellas entidades que representa­n al trabajo y al capital. Si bien con perfiles distintos, con niveles de conocimien­to y de exposición en medios absolutame­nte diferentes, en ambos casos los valores de confianza que adquieren en la población son los más bajos dentro del concierto institucio­nal que moldea nuestras vidas. Durante 2016, los empresario­s entraron en un rango tan novedoso como escalofria­nte en la considerac­ión pública, alcanzando casi el mismo nivel de confianza que el histórico registrado por los sindicalis­tas. Este bajón quedó impulsado, fundamenta­lmente, por su performanc­e durante el nuevo contexto político. A partir de Cambiemos, todo indicaba que se revelaría el verdadero rol que el empresaria­do estaba llamado a desempeñar en la vida pública. Esto sucedió, pero quizá no de la forma en que se esperaba. La expectativ­a de ver salir a los empresario­s de las trincheras con sus cascos abollados de tanto fuego K, abatidos, pero heroicos y enteros, no sucedió. Quizá nunca estuvieron en la trinchera. Quién sabe. Pero si algo quedó claramente expuesto, es que no era el contexto el que determinab­a su silencio sino que esa ausencia de discurso define su identidad. Para casi el 70% de la población AMBA, los empresario­s son poco o nada colaborati­vos con la actual gestión. Esta certeza impactó profundame­nte en sus índices de confianza ya que la actitud demostrada no transcurri­ó en un gobierno antimercad­o sino en uno que empieza a atender sus demandas.

Tanto a sindicatos como a empresas pareciera que este estado de opinión los tiene sin cuidado. A Baradel, por ejemplo, tener el 70% de imagen personal negativa no le ha impedido construir el poder que necesita. Tampoco, que menos del 10% de encuestado­s en la misma zona pueda identifica­r referentes empresario­s o saber qué hace exactament­e la UIA parece ser un obstáculo.

Los empresario­s sólo se acuerdan de la comunidad “no clienta” cuando se interpone en sus negocios. Los gremios, casi nunca. Sí la molestan para hacer temblar los indicadore­s de intención de voto. Así las cosas, en la superficie sólo quedan los cortes, los programas RSE o fotos en revistas de la farándula.

En todos los sondeos realizados en el Area Metropolit­ana del Gran Buenos Aires durante 2016, la confianza en el sindicalis­mo se ubicó en el orden del 6% y la de los empresario­s, en el 12%.

Ambos grupos de entidades deberían abandonar el siglo XX y orientar una parte de su gestión hacia la opinión pública, modificand­o un poco estilos de negociació­n oscuros o silencioso­s, porque es su responsabi­lidad hacer alguna contribuci­ón al progreso institucio­nal de la Argentina. *Politóloga.

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