El arquitecto del siglo XX
“Un artista tan intrincado como el pintor Paul Klee y otro tan programático como Adolf Loos, ambos rechazan la imagen tradicional, solemne, noble del hombre, imagen adornada con todas la ofrendas del pasado, para volverse hacia el contemporáneo desnudo que grita como un recién nacido en los pañales sucios de esta época”, escribe Walter Benjamin en Experiencia y pobreza, su ensayo para dar cuenta, entre otras cosas, de que el siglo XX había comenzado con la Primera Guerra Mundial y que el arte, al menos tal y como se lo conocía, no iba más. El caso de Paul Klee y su relación con “el pensador creativo”, tal como prefiere llamarlo Hannah Arendt, es conocido y el Angelus Novus, el cuadro que Klee pinta en 1920, fue una de las pocas pertenencias de Benjamin. Sin embargo, como se ve en la cita, le importa mucho el arquitecto austríaco, que había nacido en Moravia en 1870. Con sus obras y con su pensamiento, colabora con la tesis de Benjamin sobre la ruptura de la tradición, el silencio después de la guerra; en fin, la baja de la cotización de la experiencia. Ornamento y delito, de 1908, es casi tan significativo como sus casas, monumentos, pabellones, entre otras construcciones, para hacer andar las ideas que serán pregnantes en el nuevo siglo. Allí se lee: “Como el ornamento ya no pertenece a nuestra civilización desde el punto de vista orgánico, tampoco es ya expresión de ella. El ornamento que se crea en el presente ya no tiene ninguna relación con nosotros ni con nada humano; es decir, no tiene relación alguna con la actual ordenación del mundo”. De eso se trataba, entonces, la nueva barbarie y el carácter destructivo.