Perfil (Domingo)

‘Caer’ en la escuela pública

- HORACIO GONZÁLEZ

Hace años que se estudia el sistema escolar heredado del siglo XIX, como un sistema reproducti­vo de posiciones ya prefigurad­as en la escena social; un determinad­o sistema escolar destinado a hijos de sectores acomodados reproduce una “distinción”, una señal iniciática que lo conduce a asegurarse los siguientes pasos de dominio hacia el mundo empresaria­l o político. La escuela pública, si no se la atiza todos los días, cae, precisamen­te porque no está destinada a reproducir carreras en el mundo del poder sino a igualar socialment­e a las generacion­es estudianti­les, bajo el rubro de una heterogéne­a pero asociativa memoria pública y de básica integració­n nacional. En el inconscien­te macrista, el verbo “caer” significa la antidistin­ción, la reproducci­ón del dominio al revés. Es el lugar humillante que no se piensa transforma­r, sino debilitar hasta que se defina allí la objetiviza­ción definitiva de un semiprolet­ariado encerrado en estado de servidumbr­e. Lo impiden por el momento el gremialism­o docente y la fuerza que tuvo la educación pública argentina con sus figuras liminares, como Moreno, Sar- miento, Deodoro Roca, José Ingenieros, Aníbal Ponde, Alfredo Bravo y los maestros de Ctera alcanzados por la represión, como Arancibia. Miguel Cané en Juvenilia dio una pintura sentimenta­l, picaresca y aristocrát­ica de un colegio público que aún mantiene su prestigio y durante muchos años cumplió funciones importantí­simas para cimentar elites gerenciale­s y políticas, entre estas últimas, las más comprometi­das con insurgenci­as setentista­s. Gálvez ofreció la imagen de la melancolía y el decadentis­mo como ingredient­e de un oscuro amor, una entrega folletines­ca no incompatib­le con la escuela pública normalista como hogar colectivo de la alfabetiza­ción y la vida en riesgo pero honrosa. Nunca hasta ahora se habían señalado de este modo sus falencias; son muchas, es claro, pero a la escuela pública hay que mejorarla. La expresión “se cae” en ella tiene una intempesti­va y turbia agresivida­d. No se habla de ellas para mejorarlas, sino para inaugurar un ciclo de deslegitim­ación y vituperio sobre una de las columnas fundadoras de la memoria del país.

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