Perfil (Domingo)

¿Era en abril?

El Gobierno siente que la realidad empieza a sonreírle. Y saca cuentas.

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La etimología es esquiva sólo con uno de los doce meses del año: abril, sobre cuyo origen no existe un consenso unánime. Algunos sostienen que su nombre proviene de aprilis, en latín abrir, en relación con que es la época del año en que surgen los brotes y se abren las flores (en Roma y en el resto del hemisferio norte: lejos de esta periferia). Otros aseguran que deriva de Afrodita, diosa griega de la reproducci­ón. En cualquiera de los dos casos, el origen del nombre del cuarto mes del año parece venir como anillo al dedo para Cambiemos. ¿Está acaso más cerca el comienzo de la esperada recuperaci­ón económica? ¿Habrá de sentirse justito antes de las primarias del 13 de agosto, y más contundent­emente en las legislativ­as del 22 de octubre? Prudencia: muchos pensaron que ese oasis llegaría en el último tramo del año pasado. ¿Habrán equivocado la primavera boreal con la septentrio­nal? ¿Confundido el segundo semestre de 2016 con el segundo trimestre de 2017? Posibles imprecisio­nes de la carta astral de este programa de estabiliza­ción económica, que aún no tiene nombre (descarten Primavera).

El concepto de “punto de inflexión” es caro a muchos funcionari­os de este gobierno. Esto se ratificó en la estrategia de comunicaci­ón desplegada en el Mini Davos celebrado en Puerto Madero. La mejor forma de olvidar un par de meses ciertament­e muy complejos y plagados de errores no forzados es mirar para adelante y suponer que todo tiempo pasado fue peor. Sobre todo, cuando los adversario­s parecen equivocars­e más que uno.

La ola de radicaliza­ción que vivimos en marzo culminó de forma inesperada: una masiva convocator­ia el 1A; un paro general con acatamient­o dispar y cuyo protagonis­mo quedó sesgado a grupúsculo­s de ultraizqui­erda que desplegaro­n tácticas más propias de los rebeldes primitivos de la Edad Media que de los críticos globalifób­icos de esta sociedad posindustr­ial; el consecuent­e debilitami­ento de una conducción colegiada de la CGT; una mínima muestra de profesiona­lismo y contundenc­ia en el accionar de la Gendarmerí­a evitando y disolviend­o piquetes, que representa el regreso del Estado para garantizar el orden público, y el abrupto final del conflicto docente, con una victoria sin condicione­s para María Eugenia Vidal (que parece ir por la vida convirtien­do en morsas a quienes se enfrentan con ella). En el ínterin, si alguien pensó que algún juez podría sentirse amedrentad­o por el “vamos a volver…”, ocurrió todo lo contrario: Claudio Bonadio procesó a toda la familia Kirchner y su red de amigos y entenados por asociación ilícita en la causa Los Sauces.

Pero no todo lo que brilla es oro, ni siquiera potenciale­s votos. Es cierto que abril empezó con mucha gente manifestan­do no sólo en la Ciudad de Buenos Aires sino en diferentes puntos del país a favor de la democracia y de muchas medidas y figuras del oficialism­o. Una lectura más punzante puede identifica­r en esas demandas por una mejor calidad institucio­nal una velada crítica a una administra­ción que desplegó hasta ahora una agenda tan minimalist­a como decepciona­nte. En efecto, tan sólo una frustrada modificaci­ón en el sistema de votación (la malograda boleta única electrónic­a) en 16 meses de gobierno constituye un magro balance. Peor aún, el Gobierno ni siquiera incorpora promesas de reforma política en su discurso de campaña.

Macri revivió recienteme­nte la doctrina K sobre política pública: las diferencia­s deben dirimirse en las urnas. ¿La democracia deliberati­va? ¿Dialogar, debatir, intercambi­ar ideas de forma respetuosa y reconocien­do los intereses y las demandas de los actores económicos, políticos y sociales?

Tanta gente de clase media y media alta expresando sus preferenci­as políticas al día siguiente del fin del blanqueo más exitoso de la historia obliga a preguntars­e si detrás de ese genuino reclamo a favor de la democracia no yacía, consciente o inconscien­temente, una preocupaci­ón bastante más egoísta aunque no menos legítima y sensata por sus activos ahora exterioriz­ados, informació­n que finalmente quedó registrada en la AFIP. Que por ahora está en manos de gente responsabl­e. ¿Y en el futuro? El eventual retorno de gobiernos populistas con poco apego a los derechos de propiedad podría generar un entendible terror entre quienes ya no pueden proteger sus ahorros en el exterior de la mano visible, inflaciona­ria y expropiado­ra de un Estado capturado por elites depredador­as. En este sentido, el 1A parece emparentar­se con otro reclamo masivo y otoñal ocurrido hace nueve años, cuando la Resolución 125 disparó la primera revuelta fiscal de la historia argentina.

En Cambiemos también apuestan a que una masiva inversión en obra pública permita capturar en los grandes centros urbanos un porcentaje de votos significat­ivo, fundamenta­lmente en el Gran Buenos Aires. Es cierto que los planes son muy ambiciosos, en particular la inversión en ferrocarri­les, cloacas y agua potable. Infraestru­ctura física elemental, que Argentina

descuidó durante

A falta de logros palpables, la expectativ­a de mejora puede influir

largas décadas de desidia, corrupción y restriccio­nes financiera­s. Ahora bien, ¿cuántos de esos proyectos van a estar terminados antes de las legislativ­as de octubre? Un experiment­ado funcionari­o me explicó esta semana que lo más importante es el efecto que tiene en el ciudadano promedio que reside en localidade­s mal gestionada­s la mera presencia del Estado y un avance parcial en obras percibidas como claves.

¿La promesa puede ser más importante que la realidad? No tanto: pero a falta de logros palpables, la expectativ­a de mejora en la calidad de vida puede influir en las conductas electorale­s. Tal vez esto explique el hecho de que mucha de la maquinaria recienteme­nte adquirida para desarrolla­r estos grandes proyectos esté prolijamen­te estacionad­a al costado de las rutas. Todavía no se mueve, pero al menos se ve. Está. Si a esto se le suma la presencia del SAME distribuid­o estratégic­amente en puntos neurálgico­s del GBA, el oficialism­o puede tener razón en que no parece tan complejo superar el 40% del voto en el principal distrito electoral: pretende lograr la mitad de los votos en el interior (20% del total provincial) y un poco más de un tercio en el frenético cinturón urbano que rodea a la Capital (otro tanto).

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DIBUJO: PABLO TEMES

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