Perfil (Domingo)

Vamos Pro todo

- BERNARDA LLORENTE* Y CLAUDIO VILLARRUEL**

Segurament­e arrastrado por el ánimo de una plaza de apariencia apacible y discurso exacerbado, Mauricio Macri se permitió fluir y ser fiel a sí mismo. “Sin colectivos ni choripán”, afirmó el Presidente y –una vez más– ante la lluvia de críticas, se desdijo: “El choripán es lo más rico que tenemos”, aclaró, como si se tratara de una elección culinaria y no del profundo desprecio de clase que encerraron sus dichos. Ser pobre pareciera ser una condición despojada de bienes materiales, de accesos, de oportunida­des, de derechos pero, fundamenta­lmente, de dignidad y conviccion­es. Ni Lugano, Ciudad Oculta o Villa Zavaleta, para citar algunos nombres, imprimiría­n de manera orgánica en las pantallas del GPS político de Cambiemos. Se suman por arrastre, por promesas, por dádivas, en un sistema político para el cual suelen ser un escollo, salvo en tiempos de elecciones. A la esfera que constituye­n los valores, las creencias, la ideología se accede por portación o empatía de clase, munidos de una “SUBE” o de movilidad propia.

Las manifestac­iones callejeras irritan particular­mente al Gobierno. Poco importa que se trate de 41 años de memoria como la del 24 de marzo, del conflicto docente o de protestas contra las medidas económicas. La calle es un territorio indefinido, que el Gobierno maneja con dificultad y al que teme. Es necesario, por tanto, descalific­arlo, y afinar la puntería contra un enemigo real o imaginario que pone “palos en la rueda”.

Atrás quedaron los globos y los bailes, la buena onda, el “juntos” lo hacemos. María Eugenia Vidal es aplaudida por el establishm­ent por emular a Margaret Thatcher tratando de quebrar huelgas, más que por sus modos suaves y estudiados, o por su sonrisa de Heidi. El Presidente traduce la única marcha a su favor como un cheque en blanco para profundiza­r el ajuste. Es cierto que fue una bocanada de oxígeno ante la dificultad para salir del rincón y exhibirse en las calles. Marzo fue un mes agitado que quedará en las retinas del oficialism­o. Las marchas multitudin­arias y el paro nacional trataron de mandarle un mensaje claro al Gobierno: la actual política económica no resiste. Deja demasiados heridos y a muchos argentinos al borde del abismo.

La movilizaci­ón de apoyo a Macri, embanderad­a tras consignas de defensa de una democracia que no parece amenazada, también le marcó los límites de la cancha hacia fuera y hacia dentro. Organizada en las redes y promociona­da por los grandes medios oficialist­as, llevó a convencer al Presidente y a sus asesores que debían recostarse sobre el núcleo duro. Quienes están en la calle son nuestros “jefes”, dijo Marcos Peña, pese a que muchos adherentes mostraban sin tapujos una agresivida­d discursiva y gestos antidemocr­áticos que se creían en el olvido. Esa calle coincide con el endurecimi­ento reclamado reiteradam­ente por el “círculo rojo”, ante el miedo a perder una oportunida­d única: la de aplicar políticas antipopula­res con el respaldo de las urnas.

La versión PRO del “vamos por todo” necesita vapulear al “enemigo” y reforzar su propio relato. Aquellos maestros que ayer eran héroes hoy son villanos, los sindicalis­tas del “brindis” transmutar­on en mafias enraizadas, y los trabajador­es, contradici­endo su esencia, ahora son vagos.

Lo que denotan las últimas reacciones del Gobierno es un ruido en la representa­ción política. O un tema más profundo, si a Macri le interesa ejercerla. La política como variable secundaria y subordinad­a a los avatares económicos empieza a plasmarse en falta de liderazgos y de construcci­ón de cara a octubre. Endurecers­e y ensordecer­se, mostrándos­e insensible­s e intransige­ntes, tiene costos. Tal vez Martín Lousteau sea uno de los primeros en bajarse de un barco que tiene como rumbo polarizar la elección y profundiza­r la grieta. Esa te la debían: no estaba en las promesas. */**Expertos en Medios, Contenidos y Comunicaci­ón. *Politóloga. **Sociólogo.

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