Eco-activistas cuentan cómo es la vida en el ‘rainbow Warrior’
El primer oficial y el jefe de cocina relatan sus experiencias como tripulantes de la emblemática embarcación, que llegó esta semana al país.
El Rainbow Warrior III, el emblemático buque de Greenpeace, y el más ecológico de su flota, llegó a Buenos Aires. Tras participar de una acción por los “ma res del f in del mundo” en Chile, arribó al país, y estará amarrado hasta el domingo 16, antes de seguir viaje a Uruguay y Brasil.
Con una tripulación de entre 15 y treinta personas, la tripulación de los buques de la organización vienen de todas las naciones: en este caso, de Canadá, Australia, Bélgica, España, México, entre otras. Cuando amarran, se suman los voluntarios de cada terri- torio al que llegan. Entre ellos hablan en inglés y la convivencia es buena. La vida en altamar dura tres meses, en medio de campañas donde buscan llevar mensajes de cuidado ambiental y lucha contra grandes coporaciones. Allí, las rutinas estrictas las marcan las tareas y acciones de las que participan. Limpian, entrenan, y descansan. A las 6 se desayuna, a las 12 se almuerza, y a las 6 se cena.
Emili Trasmonte (45), es catalán y primer oficial. Su tarea principal es organizar las del resto: a las 8 de la mañana termina su guardia que empezó a las 4, distribuye tareas y da indicaciones. “A bordo la rutina, en realidad, nunca lo es”, dice este marinero que se unió a Greenpeace luego de diez años en el mundo financiero, trabajando en comercio internacional. “Hoy no me reconozco en esa vida. Veo a otro tipo”, recuerda.
Navegante, fue voluntario y capitán de barcos pequeños, hasta que, tras estudiar náutica durante cinco años, llegó la oportunidad de ser parte de la tripulación de las grandes embarcaciones. “Soy aficionado a la navegación a vela, y estar en un velero tan mítico en la historia de Greenpeace es increíble”, dice sobre el Rainbow Warrior. También estuvo en el Esperanza, donde realizó la acción que más recuerda: una travesía de seis semanas siguiendo un barco que llevaba una plataforma petrolera para perforar el Artico, a la que seis activistas se subieron durante una semana para visibilizar el problema. “Juntamos muchas firmas. La victoria del sistema es hacer creer a la gente que no puede cambiar las cosas; pero hemos salvado varias causas que la razón nos decía estaban perdidas”, dice.
Cerca de las 12, la cocina toma velocidad. Daniel Bravo (38), el cocinero mexicano, se apura a terminar el almuerzo: pastas, ensaladas, verduras asadas y pan de choclo. Todo se compra a productores locales, orgánicos, en línea con la misión de la organización. A veces incluyen carne y pescado o hacen comidas típicas de cada país de la tripulación.
“Trato de no ser repetitivo y hacemos festivales culturales, aunque atados a los ingredientes que conseguimos”, cuenta Bravo, quien a los 21 años dejó una vida cómoda como chef en restaurantes, y empezó su activismo ambiental. Primero en D.F., luego en acciones del mundo; donde llegó a estar preso y atrapado en una plataforma petrolera. Pero hoy su activismo pasa por otro lado: cómo elegir qué y cómo el consumimos también influye en el medio ambiente. “Siempre hay alternativas, y podemos elegir a quién apoyamos cada vez que cocinamos o compramos; a una empresa internacional que destruye bosques, o a un pequeño productor que crea biodiversidad, no genera deforestación y logra productos sanos para nosotros y el medio ambiente; ése es mi activismo actual”, dice.