Detrás de todo gran hombre
Hace tiempo que los críticos, filósofos e historiadores están buscando explicaciones para las obras que Marcel Duchamp hizo a principios del siglo pasado. Algunas de las más exitosas, las interpretaciones, llegaron a afirmar que, por ejemplo, inventó el arte contemporáneo o por lo menos le dio las posibilidades de que éste tuviera lugar. La operación de sustraer de la lógica del uso, del mercado, del consumo, de la casa de sanitarios, más propiamente, un mingitorio y ponerlo en el museo es, a ojos vista, un gesto contundente. No sólo en la utilización de objetos no artísticos hasta el momento sino en el desvío conceptual de esa acción. Desde que La fuente ingresó en 1917 al Salón de los Independientes de París, las preguntas sobre qué es el arte y quién dice que es un objeto artístico y qué no tuvieron, primero como chiste, luego como rompedero de cabezas, ese ready-made como respuesta. Asimismo, a las obras de Duchamp se las trata con misterio. No conformes con todo lo que ese objeto ha hecho en términos artísticos por sí solo se le busca un “sentido”. Que si hay una mujer detrás del mingitorio –entiéndase que no esté ubicada sino en la idea–, y que para más, ella haya sido la creadora. Julian Spalding y Glyn Thompson aseguran que la idea fue en realidad ocurrencia de la poeta y artista Elsa von Freytag-Loringhoven (1874-1927) y que Duchamp, lejos de ser la mente creadora y controversial, podría en realidad haber copiado esta idea de la alemana. Hay una carta, unas fechas, una relación que van en este sentido. Mientras la evidencia se acumula y los historiadores del arte debaten, la historia de la Baronesa Dadá, como le decían, amiga de Djuna Barnes y William Carlos Williams, murió sola en París a los 53 años por un escape de gas, sus objets trouvés desperdigados a su alrededor, sus perros y la poesía porno que escribía.