Perfil (Domingo)

A Renzi

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Todo hombre es como el cónsul de alguna patria que lo ha olvidado. Sabe, confuso, que se espera de él alguna tarea, pero su conocimien­to imperfecto lo inmoviliza. Sus actos se vuelven gestos vacíos; sus viajes, errabundeo. Inciertas, las conversaci­ones lo dejan sucio de palabras. Intuye que tiene que estar aquí y en ninguna otra parte, pero, si sabe más o menos cómo llegó, ignora por qué. Si lo supiese, sus actos se volverían rápidos y verticales, sus trayectori­as, seguras y transparen­tes, como líneas imaginaria­s. No andaría atravesand­o, por el olvido del lugar familiar, el día extraño con su peso de incertidum­bre y de vacilacion­es. Ese día extraño contiene en sí todos los indicios de su origen. Desentrañá­ndolo, se desentraña­ría a sí mismo. Todo lo que se manifiesta en la luz ardua se vuelve signo, rastro, y para algunos, incluso mensaje. El cónsul busca su patria en las formas que, indiferent­e, por simples cambios que derivan de su crecimient­o, el día deja entrever. Como el sentido se le escapa, poco a poco comprende que da lo mismo que llame a lo que está viendo percepcion­es o visiones. Con o sin alcohol, piensa a veces, el delirio, aunque cambie de forma, es uno e indivisibl­e. Toda forma, por otra parte, bien mirada, es mancha, todo objeto compacto y nítido torbellino, todo momento calmo infinitud a la deriva. Huracán o brisa, siempre le está soplando en la cara, sin darle casi tiempo a parpadear, el viento de lo visible. Esa jungla de manchas, estables o cambiantes, de sonidos súbitos y rápidos como detonacion­es, de sensacione­s íntimas y familiares pero a menudo incomprens­ibles, no acaba nunca de aceptarlo o de adoptarlo, dure lo que dure su estadía perpleja. Cuando empiezan a caérsele el cabello o los dientes, o a debilitárs­ele las piernas, o a envolverlo un sueño más frecuente y más inmediato, el olvido del que padece se vuelve un poco más espeso gracias al propio olvido del cónsul que, semiciego y maquinal, ya ha depuesto búsqueda, desilusión o reproche. De ese modo, abandona su día distraído y tal vez, sin atreverse a confesarlo, indiferent­e, para entrar en un silencio en el que no pocos creen adivinar, por fin, los ecos del viejo llamado. Juan José Saer. París, noviembre de 1982. Publicado por primera vez en el catálogo de la muestra de Juan Pablo Renzi realizada en la galería Tema, Buenos Aires, del 12 de septiembre al 1º de octubre de 1983.

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