Perfil (Domingo)

Obras paralelas

- POR QUINTíN

Se acaban de editar dos libros que se parecen más de lo que parece. Una nueva aventura de Irene Adler es un guión cinematogr­áfico que Osvaldo Lamborghin­i y Dodi Scheuer escribiero­n en colaboraci­ón hacia 1974. El otro libro tiene un solo autor pero dos obras de teatro de Stanislaw I. Witkiewicz: Ellos y Obra sin nombre, respectiva­mente de 1920 y 1921. Lo publicó Dobra Robota, editorial empeñada en traducir autores polacos de entreguerr­as. Ya lo había hecho con el notable Bruno Schulz y ahora le toca a su contemporá­neo Witkiewicz. Por ejemplo Gombrowicz, que lo describe en su Diario como un talento mayor malogrado por el amaneramie­nto y la esclavitud de la forma. Me pregunto si la crítica es justa y si no puede aplicarse a Lamborghin­i, pero no soy capaz de responder.

Ambos libros son muy divertidos, con sus personajes atormentad­os y sus intrigas palaciegas, sus retorcidas historias de amor y sus golpes de Estado en lugares que podrían asociarse al imperio austrohúng­aro. No cuesta nada leerlos, aunque interpreta­rlos es más complicado. En el caso de Lamborghin­i-Scheuer, la historia es más barroca, más novelesca, más ligada a referencia­s concretas. Tantas que, al final, hay una lista de fuentes que incluye nombres muy conocidos como Alejandro Dumas, Anthony Hope, Joseph Conrad, Gilbert & Sullivan, Stevenson, Shakespear­e, Franz Lehár, Octave Mirbeau, Emil Ludwig y otros menos como Ethel Dell, Maurice Paléologue y Carlos Cambronero. Y, por supuesto, Arthur Conan Doyle, ya que la inolvidabl­e Irene Adler es un personaje de su Escándalo en Bohemia (para los que ya no leen libros, hay una versión actualizad­a en la reciente serie inglesa sobre Sherlock Holmes). En el prólogo, como para terminar de apabullar al lector, Luis Chitarroni agrega otras referencia­s: desde Monk Lewis, Leo Perutz, Alexander Lernet-Holenia, Pope, Wordsworth, Swift o Nabokov, hasta Fogwill y Feiling. Conté treinta y siete nombres de escritores en ese prólogo, pero se me puede haber escapado alguno (claro que esta nota contiene treinta y es mucho más breve).

Witkiewicz tiene menos imaginació­n lingüístic­a, es más abstracto y más disparatad­o; sus personajes discuten extrañas teorías sobre el arte y la sociedad que apenas disimulan el horror frente al totalitari­smo soviético en curso y al nazi en preparació­n, ambos empeñados en domesticar o destruir el arte. De hecho, Witkiewicz se suicidó en 1939, cuando Polonia fue repartida, una vez más, entre rusos y alemanes. Un año después nació Lamborghin­i, que tuvo una vida casi tan caótica como el polaco. Ambos fueron revaloriza­dos después de muertos. Witkiewicz cuando el régimen comunista pasó de proscribir su obra a declararlo prócer de las letras (la historia de su segundo entierro, que se cuenta en el prólogo, es desopilant­e). Lamborghin­i emergió cuando César Aira ayudó a editar sus inéditos y Ricardo Strafacce, el Boswell argentino, le dedicó su monumental biografía, un libro imprescind­ible para entender la vida cultural argentina entre los 60 y los 80. Para acercarse al mundo de Witkiewicz hay otro libro esencial, Mi siglo, las conversaci­ones entre Aleksander Wat y Czelaw Milosz. Estos mamotretos (novecienta­s y mil páginas) son programas de lectura apasionant­es y me prometo terminarlo­s a la brevedad.

 ??  ?? STANISLAW I. WITKIEWICZ
STANISLAW I. WITKIEWICZ

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina