Perfil (Domingo)

La historia del golpe que no fue

- RAúL ALFONSíN*

Hasta ese momento, las Fuerzas Armadas podían considerar­se un bloque mo - nolítico y sin fisuras, en donde todos los militares cerraban filas en defensa de lo que hicieron, de la ideología que los llevó a hacerlo y del proyecto político que emanaba de esa ideología.

Después del libro Nunca más y del Juicio a las Juntas, hechos en los que se reveló la magnitud de lo ocurrido, se produjo un cambio sustancial en sus filas. Las nuevas camadas comenzaron a tomar conciencia de lo sucedido y a romper con la antigua tradición autoritari­a que supeditaba la democracia a sus intereses corporativ­os.

La tutoría que las Fuerzas Armadas se autoasigna­ron durante más de cincuenta años sobre los destinos del país, con el respaldo y la instigació­n de grupos de poder de la dirigencia civil, empezaba a ser una cuestión que pertenecía al pasado, y bajo el pleno respeto al orden constituci­onal se extin- guían las brasas del viejo conflicto entre militares y civiles. Pero todavía debíamos atravesar varias pruebas de fuego.

El 20 de abril de 1987, la crisis volvió a manifestar­se con crudeza: el día anterior había designado como nuevo jefe del Ejército al general Caridi, en reemplazo de Ríos Ereñú. Los militares carapintad­a manifestar­on su disconform­idad con esa decisión porque la interpreta­ron como una maniobra del gobierno para recomponer la situación. De inmediato se conoció que las guarnicion­es de Salta y Tucumán formalizab­an el rechazo a esta medida, ahora lideradas por el teniente coronel Angel León, otro de los jefes sublevados.

Al mismo tiempo, el teniente coronel Venturino se habría comunicado con el contador José María Menéndez para hacerle saber las nuevas exigencias y utilizarlo de contacto. Al parecer, Menéndez participó en la redacción de un nuevo pliego de condicione­s que curiosamen­te, vaya a saber por qué azar de circunstan­cias, llegó primero a la redacción del diario Ambito Financiero que al escritorio del ministro de Defensa, mientras una fuerte campaña de acción psicológic­a recreaba un clima de intranquil­idad en la opinión pública.

Convoqué de inmediato a una reunión del equipo de crisis y planteé que había que buscar una solución. La designació­n del general Caridi era inamovible, pero era necesario elegir a su segundo.

Al mediodía del martes, el subsecreta­rio de la SIDE, Ricardo Natale, se contactó con el coronel Heriberto Auel, quien permanecía en Río Gallegos, para consultarl­o. Auel aceptó viajar a Buenos Aires para reunirse, pero bajo ciertas condicione­s.

Mientras tanto, Jaunarena se reunió con el coronel Cervo, quien propuso “provocar un descabezam­iento” del mando del Ejército. El coronel agregó que era necesario determinar quién podía conformar a los más exasperado­s, refiriéndo­se a los carapintad­as, y sugirió el nombre del general Vidal, quien ya había sido candidato

En su el ex presidente dice que la asonada fue sólo el comienzo de una serie de alzamiento­s cuyo objetivo era conseguir una amnistía para los ex represores. Y narra cómo una democracia aún débil debía resistir la presión castrense.

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