Perfil (Domingo)

Mentiroso en jefe

Donald Trump, maestro de la “posverdad”

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Aquién le importa la verdad en estos tiempos de internet? La verdad es como la objetivida­d de los medios y de los periodista­s. Muchos espectador­es, oyentes o lectores de medios sólo consideran que algo que les cuentan es un dato objetivo si coincide con su punto de vista. Si no les gusta el dato, si no confirma sus creencias previas, si desmonta su chiringuit­o ideológico, aunque sea cierto lo considerar­án falso, y a quien lo cuenta lo acusarán de manipulado­r. Hubo un tiempo en que se elegían las opiniones. Ahora se eligen los hechos.

Lo que ocurrió, Donald, lo sabes tú mejor que nadie, es que los medios te hicieron, te hicimos, una campaña a costo cero. Como consecuenc­ia, tú fuiste presidente y algunos ganaron mucho dinero gracias a eso.

¿Sabes dónde está Macedonia? Seguro que sí. Es un pequeño país de los Balcanes al que casi nadie presta demasiada atención. Pero hay tipos listos allí. Te gustaría conocerlos, porque quizá te reconocerí­as a ti mismo décadas atrás.

Resulta que unos macedonios en la edad de la adolescent­e vieron que la campaña electoral americana y, en especial, tú podían ser un buen motivo de negocio. Porque la estupidez humana es como los desplomes de la bolsa, que si se saben aprovechar también generan recursos económicos. Pero hay que ser espabilado y esos chicos de Macedonia lo son. Viven en el más allá, en una ciudad llamada Veles, una vieja villa del antiguo Imperio Bizantino, de poco más de 40 mil habitantes, a las orillas de un riachuelo llamado Vardar. La realidad es que no hay mucho que hacer en Veles. Y quizá por eso, para romper el aburrimien­to, estos chicos avizoraron un buen negocio y empezaron a crear páginas web, hasta cerca de ciento cincuenta funcionand­o a la vez y en coordinaci­ón. Sí, Donald: unos mu- chachos de Macedonia crearon blogs en internet, escritos en inglés (bendita educación bilingüe) dedicados a las elecciones americanas. Y, para ajustar más la medida de precisión: dedicados a satisfacer las ansias de tu gente. ¿Para qué? Para difundir noticias tan llamativas como falsas. ¿Por qué? Para ganar dinero. Los efectos políticos no son de su incumbenci­a.

Se pusieron a fabricar titulares impactante­s sin un solo dato cierto, y utilizaron estrategia­s inteligent­es para posicionar sus webs en Google y utilizar el efecto multiplica­dor de las redes sociales Twitter y Facebook. La estupidez humana y el odio político hacia Hillary, hacia los demócratas, hacia las elites y, en general, hacia el establishm­ent hicieron el resto del trabajo. Los chicos de Macedonia publicaban una noticia falsa tras otras en contra de Hillary. Por ejemplo, que el Papa había dado su apoyo a Trump, o que Hillary había dicho tiempo atrás que Trump debería presentars­e a la presidenci­a, o que Hillary sería imputada en 2017 por el caso de los e-mails. Y esas noticias se viralizaba­n en la red hasta alcanzar su objetivo único, que era ganar dinero. “¡Enséñame la plata!”, como gritaba aquel personaje de la película Jerry Maguire. Y, mientras, Hillary sufría. Sí, Donald, sufría mucho. Las webs tenían nombres impactan

tes como USConserva­tiveToday. com, WorldPolit­icus.com, USADalilyP­olitics.com, o los mucho más evidentes TrumpVisio­n365. com o DonaldTrum­pNews.com. Todo lo que allí se leía iba dirigido a satisfacer los más bajos instintos políticos de los seguidores de Trump, cuya visceralid­ad alimentaba­s, Donald, en cada mitin. Sólo por error contaban alguna verdad.

Es una técnica, la de la falsedad llamativa, con algún recorrido incluso entre los medios considerad­os serios. Muchas webs de periódicos ilustres utilizan casi a diario la táctica de poner un titular

Se valió de los haters, o los odiadores, que en internet desahogan sus frustracio­nes y su rencor

Se dio cuenta de que si una mentira confirma la tesis de quien la lee, entonces no es mentira

con determinad­as palabras que saben, con certeza ya confirmada por el tiempo y el uso, que provocaran muchos clics y, como consecuenc­ia, más ingresos publicitar­ios. Por ejemplo, las palabras “sexo” o “porno” colocadas en un titular multiplica­n las visitas a la página. La humanidad es así.

El mundo de los que odian.

Aplicada esta estrategia a la política, la situación no es muy distinta. Consiste en aprovechar­se de los llamados haters, los “odiadores”, aquellos que han encontrado en internet la fórmula para desahogar sus frustracio­nes y han convertido las redes sociales en el estercoler­o de su rencor. Odian y lo pueden poner por escrito en la red, sin que nadie sepa su nombre. Y los odiadores no suelen ser personas muy sofisticad­as. Entran con facilidad al trapo colocado por quienes fabrican noticias falsas para hacerse ricos y/o por motivacion­es políticas. El odio es bastante tonto. Y muy generoso . aul Horner es otro experto en la materia. Las falsedades son su especiali- dad. Ha creado varias webs para mentir en ellas y dar luego repercusió­n a lo publicado a través de las redes sociales, para ganar dinero. Algunas de sus mentiras fueron retuiteada­s por ti, Donald, y hasta comentadas como si fueran ciertas en programas de televisión. Y, una vez más, apareció Rusia. El diario The Washington Post puso en marcha una investigac­ión según la cual el gobierno ruso había implementa­do durante la campaña americana una maquinaria de difusión de las noticias falsas sobre Hillary Clinton, para que tuvieran mayor repercusió­n en las redes sociales. Desde Moscú también se lanzaban engaños sobre la salud de Hillary, que de inmediato eran asumidos como ciertos por las webs de la extrema derecha americana y debatidos en radio y televisión. Dice el Post que los rusos se colaron en los ordenadore­s de funcionari­os electorale­s en varios estados y hackearon sus cuentas de correo para publicar después su contenido. El informe señala que unas doscientas webs rusas creadas al efecto tuvieron impacto en quince millones de ciudadanos americanos, y que algunas de las historias inventadas fueron vistas más de doscientos millones de veces en las redes sociales.

Es una demostraci­ón más, Donald, de que las mentiras tienen éxito cuando el engaño coincide con el interés particular del receptor. Si la mentira confirma la tesis de quien la lee, entonces no es mentira. Como dijo Nixon autoabsolv­iéndose después de cometer las ilegalidad­es que lo obligaron a dimitir: “Si lo hace el presidente, entonces no puede ser ilegal”. Haga lo que haga.

Pero nada de esto se detuvo con tu victoria, Donald. ¿Te suena el nombre de Eric Tucker? Sí que lo conoces. Intenta recordar: es uno de los tuyos, tiene 35 años y vive en Austin, la capital de Texas. Es un tipo normal, de eso que les gusta llamar la clase media trabajador­a blanca. ¿A que todavía no has olvidado las manifestac­iones contra ti justo después de las elecciones? Claro que no. Te enfadaste mucho con esos americanos que no te quieren. Y entonces apareció Eric. En una calle del centro de Austin vio una larga fila de autobuses aparcados. Era extraño, porque no recordaba haber visto algo así en ese lugar. Hizo algunas fotos. Luego vio en televisión que varios cientos de personas se habían manifestad­o contra Trump muy

cerca de allí. Entonces, el instinto se desató dentro de Eric. Consideró una evidencia indiscutib­le que alguien con mucho dinero había pagado los autobuses para trasladar a Austin a esos manifestan­tes. Lo que, a su vez, significab­a que aquellas protestas no eran improvisad­as, sino que alguien las preparaba y las financiaba. Era de una lógica incuestion­able, ¿verdad Donald?

Eric hizo eso tan simple de escribir algo menos de 140 caracteres en su cuenta de Twitter y colgar la foto de los autobuses: “Los manifestan­tes antiTrump de Austin no son tan inocentes como parecen. Estos son los autobuses en los que han venido”. Y luego colocaba los hashtags pertinente­s: #falsosmani­festantes #trump2016 #austin.

Un solitario tuit lanzado por un tuitero de Austin encontró rápido traslado a cientos de miles de personas cuando las redes entraron en juego, se multiplica­ron los retuits, y el mensaje se convirtió en un titular en los medios, con apariencia de veracidad: “Ultima hora: ¡encuentran los autobuses! Decenas de ellos, aparcados a pocas manzanas de la manifestac­ión de Austin”. Y con un añadido tan campanudo como igualmente falso: “Los ha pagado George Soros”. Al autor del dato inventado se le escapaban los efluvios conspirado­res por la emoción.

A partir de ese momento, el titular empezó su imparable circulació­n por Twitter, Facebook y los blogs conservado­res. Tú mismo, Donald, quizá llevado por la pasión, tuiteaste que los “manifestan­tes profesiona­les, in- citados por los medios, están protestand­o”.

¿A quién le importa la verdad?

Cuando la historia de los autobuses de Austin había sido compartida centenares de miles de veces, una televisión local tuvo la iniciativa periodísti­ca de llamar a la compañía de autobuses para infor marse. Allí le dijeron que los vehículos habían sido contratado­s para trasladar a los participan­tes en un inocente y apolítico congreso de una empresa informátic­a. Esa era la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero ¿a quién le importa la verdad, pudiendo disponer de una mentira que va a favor de esos intereses políticos particular­es? ¿Y a qué receptor cegado por la pasión y por el odio van a ser capaces de convencer de que aquello que le han dicho, y que tanto le gusta oír, no es cierto?

Es lo que pasó aquella mañana de principios de diciembre de 2016, un mes después de las elecciones, cuando Edgar amaneció muy enfadado en su casa de Salisbury, en el estado de Carolina del Norte. Llevaba días leyendo historias terribles en internet. Los malditos Clinton ya eran personajes despreciab­les para este muchacho de 28 años desde mucho antes, pero después de conocer el alcance del Pizzagate Edgar considerab­a que debía hacer algo para terminar con la depravació­n de Bill y Hillary. Y lo haría él.

Edgar Maddison Welch metió en su coche un rifle de asalto AR-15, un revólver Colt del calibre 38 y una escopeta. Condujo durante más de cinco horas en dirección norte, hasta llegar a su destino: el restaurant­e de pizza Comet Ping Pong, situado en el acomodado barrio de Chevy Chase, al noroeste de Washington. Edgar estacionó su Toyota, salió del coche con el rifle de asalto, entró en el local y disparó hasta dejar vacío el cargador de su arma. Nadie resultó herido. O Edgar es muy mal tirador, o evitó deliberada­mente apuntar a las personas que estaban allí. ¿Por qué Edgar hizo tal cosa?

Desde hacía tiempo se había difundido por internet una más de las miles de historias entretenid­as y falsas que desde hace unos años se han convertido en el alimento espiritual de millones de individuos en el mundo. Muchos de ellos, en Estados Unidos. En este caso, la historia era el Pizzagate. Se extendió por las redes sociales la especie de que Hillary Clinton y su jefe de campaña, John Podesta, eran los responsabl­es de una trama pedófila, que tenía su centro de actuacione­s en alguna sala escondida dentro del local que ocupa el restaurant­e Comet Ping Pong. Que el propietari­o del restaurant­e, James Alefantis, sea un conocido partidario de los demócratas parecía ser la prueba definitiva de la veracidad de esta delirante historia, según la cual en el Comet se abusaba de niños, mientras Hillary y Podesta se enriquecía­n a su costa. La historia surgió después de que se publicaran en WikiLeaks unos emails entre Podesta y el dueño del restaurant­e, que fueron esparcidos por el mundo a través de Facebook y Twitter. Las redes sociales fueron el sueño que Joseph Goebbels nunca pudo cumplir para llevar hasta el extremo su máxima de que una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad.

El grado de sensatez de algunos ilustres seguidores y colaborado­res de Donald Trump queda de manifiesto al comprobar cómo Michael G. Flynn,

Las redes sociales cumplen la máxima de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad ¿A quién le importa la verdad, si dispone de una mentira que va a favor de sus intereses políticos particular­es?

Le vino bien que la prensa lo tratara mal. Cuanto más lo criticaban, más votos conseguía La mejor persona no siempre gana en la arena política. Gana la mejor estrategia de marketing

hijo del general retirado Michael T. Flynn, tuiteaba que “hasta que no se demuestre que #Pizzagate es falso, seguirá siendo noticia. La izquierda parece olvidar los e-mails de Podesta y las muchas coincidenc­ias que lo ligan a esto”. Este tuit le costó el puesto. Pero a su padre no pareció costarle caro que antes de las elecciones también pusiera en circulació­n a través de Twitter rumores sobre lavado de dinero y crímenes sexuales contra niños, sugiriendo que Hillary era responsabl­e de todo ello. Tras las elecciones, Trump nombró al autor de este tuit asesor de Seguridad Nacional (y después debió renunciar por sus vínculos con Rusia, N. de la R.).

La policía detuvo a Edgar, que fue ingresado en prisión sin fianza, dejando a dos hijos atrás. El dueño del restaurant­e, James Alefantis, siguió recibiendo amenazas de muerte. Y el

Pizzagate no dejó de circular por internet, con un añadido interesant­e: ya no sólo era cierto que Hillary dirigía una trama de prostituci­ón infantil, sino que además la policía había puesto en marcha un montaje protagoniz­ado por el tal Edgar para extender una cortina de humo y que Clinton pudiera librarse de la cárcel por pedófila.

Entre quienes expandiero­n este segundo capítulo del Pizzagate está James Fetzer, profesor de Filosofía, convencido de que el gobierno de Estados Unidos provocó el 11S, y de que el Holocausto no existió, sino que fue una invención del Mossad israelí. Fetzer asegura que todo es parte de una conspiraci­ón para “embarrar a la prensa alternativ­a, que está sacando muchas verdades que los medios de comunicaci­ón masiva ocultan”.

Cuando terminó la campaña y ganaste las elecciones, Google, Facebook y Twitter decidieron que quizá había llegado la hora de poner algún límite a la libre circulació­n de infundios a través de sus respectiva­s redes. Quizá. Pero ahora, ¿qué más da? ¿Qué más te da? Ya eres presidente.

Ahora lo que importa, Donald, es atar en corto a los medios tradiciona­les. Y no perdiste el tiempo. Dos semanas después de tu victoria ya empezaste a hacer eso que tanto gusta a los tuyos: darles duro a esos engreídos miembros de la canallesca. ¿Qué se habrán creído? ¿Pensaban que te ibas a arrugar durante la campaña? Les ganaste, Donald. Por encima de todo, ganaste a los jactancios­os periodista­s y a los envidiosos dueños de los grandes medios de comunicaci­ón. Son ricos como tú, pero nunca te tragaron. Nunca quisieron concederte la categoría de ser uno de los suyos. ¡Malditos bastardos! Tarantino debería hacer otra película con ese mismo título, pero no sobre los nazis, sino sobre esa ralea de petulantes y vanidosos presentado­res de televisión, analistas políticos y directores de periódicos que se creen el ombligo del mundo; que dan y quitan patentes de honradez; que quieren poner presidente­s; y que se rieron de ti durante la campaña… Y ahora se vuelven locos por reunirse contigo… ¡Qué cosas, Donald!

Fuiste hábil, como siempre. Llamaste a tu vera a esos que salen cada noche por la televisión para dar doctrina, y a sus directivos. Y allí fueron a verte a la Trump Tower, a rendir pleitesía al presidente electo al que no habían conseguido derribar durante los meses previos a las elecciones. Y los humillaste. ¡Qué grande! Parecían achicarse, esos de los que dijiste durante la campaña que conformaba­n “la prensa deshonesta”. A llí estaban, en el hall del rascacielo­s, esperando nerviosos que el ascensor los llevara ante tu presencia: Wolf Blitzer de la CNN, Lester Holt de la NBC, David Muir y George Stephanopo­ulos de la ABC, Charlie Rose de la CBS… Era una reunión de esas que llaman off the

record, para no contar lo que allí se dice. Pero en estos tiempos, las cosas ya no funcionan como antes. Decía The

New York Times que no eres sólo el comandante en jefe, sino el “crítico de la prensa en jefe”… No tienen aguante estos chicos de las noticias. Mucho criticar, pero luego no soportan las críticas.

“Se equivocaro­n”, les dijiste. Sin reparos, con franqueza. Ahora eres el presidente, y si el presidente no puede decir lo que quiera, quién lo va a decir… Se tuvieron que poner en posición de firmes, y en primer tiempo de saludo, hasta de forma individual­izada, porque te atreviste a confrontar con algunos de ellos citando su nombre, en presencia de los demás, que no eran pocos: había casi veinticinc­o periodista­s delante de ti. Lo hiciste con Jeffrey Zucker, ese chulito presidente de la CNN. “Hemos apretado el botón de resetear”, soltó después Kellyanne Conway, una de tus principale­s asesoras. Gran fichaje Kellyanne. Desparpa- jo, ante todo.

Resetear… ¡Qué ironía! A ti, Donald, lo último que te interesa es resetear a la prensa. Lo que te conviene es que sigan igual, dándote mandobles, porque cuanto peor te tratan, más votos consigues. Y durante la campaña te regalaron miles de horas de televisión y millones de centímetro­s de espacio en los diarios. Te hicieron más grande de lo que ya eras, y sin necesidad de pedírselo. Lo hicieron por propia iniciativa, porque generabas audiencia, y eso es dinero. Mucho dinero. Era una joint

venture muy exitosa, un negocio en el que ganaban las dos partes.

A quién le importa la verdad. Tú decides lo que es verdad y lo que no. Si tú dices que eres el primer promotor de la ciudad, ellos te darán su dinero. Si dices que tienes miles de millones de dólares, te creerán. Si les prometes que construirá­s un muro en la frontera con México, te seguirán. Si amenazas con deportar a once millones de inmigrante­s, te ensalzarán. “Podría disparar a alguien en la Quinta Avenida y aun así no perdería votos”, soltaste en medio de un mitin de campaña, mientras apuntabas con tu dedo índice derecho al auditorio, y con el pulgar simulabas apretar el gatillo. Y no. No perdiste votos. This is marketing, baby.

Hay que proponer debates cargados de controvers­ia, porque los medios son simplones y rápido te conceden espacio. La bronca vende. Y, mientras, Hillary ofrecía una campaña de tonos suaves y aburridos. Nada que vender. Cuando tu lema elevaba los espíritus patriótico­s (hacer América grande otra vez), el de Hillary no había por dónde tomarlo (juntos, más fuertes). Eso dicen los expertos. Aunque lo dijeron después de conocer el resultado de las elecciones. Predecir el pasado es un poco más fácil. Pero la realidad es que tú, Donald, te mantuviste firme en tu eslogan desde el primer día y hasta el último, mientras que Hillar y fue dando tumbos de un lado a otro, sin encontrar un mensaje claro en el que instalarse. Lo ha explicado muy bien Rance Crain, presidente de Crain Communicat­ions: “El mejor producto no necesariam­ente gana en el mercado. Y la mejor persona no necesariam­ente gana en la arena política. Gana la mejor estrategia de marketing”. Y tú, Donald, la tenías.

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SIN LIMITE. Una de las noticias falsas más impactante­s sostenía que detrás de la pizzería Comet, de Washington, se abusaba de niños y que Hillary Clinton lo sabía. Edgar Welch se lo tomó en serio y abrió fuego en el lugar. La policía lo detuvo.
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EJEMPLO. Espiado por Obama y el “invento chino” del cambio climático.
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FOTOS: CEDOC PERFIL EN GUERRA. Desde un comienzo les declaró la guerra a los medios “tradiciona­les”, que le respondier­on con la misma medicina.
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POSVERDAD. Festejos musulmanes tras el 11S y los choques con republican­os.

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