Perfil (Domingo)

Aracnofili­a: devenir animal

- LAURA ISOLA

Construida a través de la aracnologí­a, la astrofísic­a, el sonido y las artes visuales, la semana pasada se inauguró la exposición de Tomás Saraceno (San Miguel de Tucumán, 1973) en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires; una exploració­n única que muestra al artista en una dimensión distinta: la de la potenciali­dad animal. La muestra permanecer­á abierta hasta el 27 de agosto.

Hay dos preguntas nodales que se ha hecho el arte contemporá­neo de manera recurrente, una y otra vez, tanto desde el centro del sistema de arte, desde su teoría y praxis, es decir de su pensamient­o o de la forma que se pensó a sí mismo, hasta también en la doxa de sus eventuales espectador­es: ¿qué es arte y qué no? y ¿quién hace la obra de arte?

Para el primer interrogan­te hace falta una periodizac­ión que sitúe a Marcel Duchamp en el comienzo, cuando sustrajo del mundo de la mercancía, del uso doméstico, los objetos que ubicó en el museo. Tal vez, en la literatura, esto mismo empezó con Baudelaire, en el largo siglo XIX, cuando soñaba con “traducir en canción el grito estridente del vidriero y de expresar en prosa lírica sus desoladora­s resonancia­s cuando atraviesan las altas brumas de la calle y llegan a las buhardilla­s.” Una cronología que continúe con la segunda vanguardia, con Yves Klein, que pintaba con cuerpos de mujeres directamen­te, Warhol y el mundo como un supermerca­do, Beuys y su ética de sobrevivie­nte a la catástrofe vuelta arte, al encierro con animales, a lo mínimo. En ese transcurso el arte se expandió hasta, creíamos, hacer estallar la categoría. Sin embargo, todavía se sigue preguntand­o si el matafuegos de la sala de exhibición forma o no parte de la muestra; si la “basura” debe ir al tacho o es parte de algo; si el trapito puede o no ganar un premio.

El segundo cuestionam­iento encuentra en la obra de Tomás Saraceno, Cómo atrapar el universo en una telaraña, algunas respuestas que, si bien provisoria­s, podrían funcionar como cierre de ese paradigma y, quizá, posibilida­d de otro.

La descripció­n del proyecto es necesaria: “El segundo piso del Moderno presenta la instalació­n Instrument­o Musical Cuasi-Social IC 342 construido por siete mil ejemplares de Parawixia Bistriata –la telaraña tridimensi­onal más grande construida y exhibida hasta el momento. Aquí, navegando entre filamentos de telarañas resplandec­ientes, surgen nidos de nebulosas y clústers de galaxias como ecos de un micro y macrocosmo­s de cooperació­n. Alre- dedor del visitante se forman filamentos interconec­tados de miles de arañas casi sociales de la especie argentina Parawixia Bistriata. Los dibujos en el aire, realizados por unos cuarenta millones de hilos, revelan la trayectori­a de las partículas de polvo cósmico.”

Se le puede agregar que esas siete mil arañas “hicieron” su tela durante seis meses, a puertas cerradas, en el propio museo. El desarrollo de la obra puede verse en un video y lo primero que llama la atención es la discrepanc­ia entre la enormidad de la idea, el trabajo de investigac­ión, el esfuerzo con el resultado. Aquí el juicio de valor: no deja de ser una telaraña. Grande, sí. Preciosa y sutil. Ubicada en un espacio diferente al hábitat original: en el museo. Obedeciend­o a un pensamient­o intrincado y estimulant­e del artista. Desbordant­e de ideas y sugerente. Una telaraña que va, en definitiva, a su destino final de una plumereada. O dicho con Nietzsche: “El espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.”

Sin embargo, lo que se puede especular con la obra de Saraceno y con las miles de arañas es, para pensar el arte contemporá­neo, que la obra se hizo en un devenir animal. Ya no es el artista, ni el asistente, ni la industria. Es el insecto en el que se ha transforma­do Saraceno. En palabras (y paréntesis) derridiano­s: El animal que luego estoy si(gui)endo, tal como se titula su libro y juega con el doble sentido de seguir como busca y ser como metamorfos­is.

Un devenir no es una imitación de aquello que se deviene. No se deviene animal pareciéndo­se a un animal sino capturándo­le el código a la animalidad. Se devine por la fuga del territorio de lo familiar. Deleuze lo explicó con Kafka y el insecto más conocido de la literatura. No busca una semejanza corporal sino consustanc­iarse con el espacio abierto de lo animal. Los devenires no son imaginario­s. Son, como lo explican Karlof y Fitzgerald, “la afinidad, las alianzas y múltiples diferencia­s que proporcion­a una nueva manera de pensar sobre nuestras relaciones éticas con otros animales; relaciones que ya no se definen en términos de filiación, semejanza de sangre o de apariencia. El devenir no produce otra cosa que devenir”.

Ya no es siquiera la pregunta de John Berger de por qué miramos a los animales ni la sentencia (optimista), frente a un cuadro abstracto, de esto lo puedo hacer yo. Fuera de lo humano, en ese devenir animal, la que lo hace es la araña.

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FOTOS: GENTILEZA MAMBA TELARAñAS. Nidos de nebulosas y clústers de galaxias, ecos de un micro y macrocosmo­s de cooperació­n.
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FILAMENTOS. De siete mil arañas de la especie Parawixia Bistriata.

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