Perfil (Domingo)

Optimismo electoral

Pese a que hizo poco por cambiar el sistema político, macri tiene chances de triunfar por los problemas del peronismo.

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Nadie puede discutir que Cambiemos fue una experienci­a electoral exitosa. ¿Es acaso una coalición de gobierno? ¿Cómo puede impactar la arquitectu­ra política en la que está estructura­da Cambiemos en la dinámica electoral de este año? Se trata de preguntas particular­mente inquietant­es para Macri y su equipo, que entienden que en octubre tendremos una suerte de plebiscito en el que se juega mucho más de lo que la Constituci­ón establece para las elecciones de mitad de mandato. Sobre todo, a la luz de las tentativas de rebelión que aparecen en muchos distritos, como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Córdoba, Chaco y Entre Ríos: la idea (poco) original de adaptar los armados locales a las respectiva­s “situacione­s provincial­es” suponía una mínima construcci­ón de confianza y la existencia de mecanismos de formación de consenso entre las partes, cosa que, como es obvio, no existe en la enorme mayoría de los casos. Ni tampoco a nivel nacional.

Las coalicione­s de gobierno integradas por dos o más partidos políticos suponen, antes que nada, que esos partidos efectivame­nte existen: deben tener identidad, estructura física e institucio­nal, un programa aunque sea formal, vida interna, etcétera. Sólo un puñado de las fuerzas políticas que compiten electoralm­ente en la Argentina puede superar este test básico. En general, son sellos de goma que incluso se alquilan al mejor postor un tiempo antes de las elecciones. En algunos casos, fueron organizaci­ones relevantes en el pasado pero rara vez lograron un funcionami­ento interno regular, incluyendo la formación de dirigentes y la participac­ión en el debate público a partir de la selección de demandas sociales y la elaboració­n de propuestas concretas para solucionar­las. Por lo general, se trata de emprendimi­entos o aventuras individual­es, con duración acotada, de líderes mediáticam­ente bien instalados, que crean “espacios” nuevos e intentan “poner en valor” viejas estructura­s que quedaron latentes o inercialme­nte vivas, pero carecen de recursos y/o de candidatos competitiv­os. En rigor de verdad, los partidos políticos mejor organizado­s son por lo general muy pequeños y electoralm­ente poco competitiv­os, pues están muy sesgados a la izquierda. Síntesis: difícil entonces conformar coalicione­s de gobierno sin partidos en serio.

Otra cuestión relevante es que estas coalicione­s son caracterís­ticas de los regímenes parlamenta­rios, no de los presidenci­alistas. Es decir, distintas fuerzas parlamenta­rias negocian acuerdos para formar gobierno, y existen mecanismos muy flexibles para superar, sin generar traumas y problemas de gobernabil­idad, situacione­s de crisis en el caso de que esos consensos se rompan. En estos casos, la clave es la siguiente: la legitimida­d de quienes negocian la coalición es previa a su conformaci­ón. Por el contrario, en los sistemas presidenci­alistas, son los acuerdos entre partidos los que obtienen la legitimida­d del voto popular. Por eso, si se rompen (como ocurrió con la Alianza a comienzos de siglo), se desatan profundas crisis de gobernabil­idad. Conclusión: en los sistemas presidenci­alistas, las coa- liciones de partidos son muy inestables y peligrosas. Es en parte por esta razón que Macri descartó un gobierno de coalición.

Una excepción parcial a lo antes descripto fue el denominado “presidenci­alismo de coalición” que ensayó Fernando H. Cardoso y perfeccion­ó Lula en Brasil. Sin embargo, a la luz del escándalo del Lava Jato, sabemos ahora que lamentable­mente dicho arreglo profundizó pari passu prácticas cleptocrát­icas y de financiami­ento ilegal de la política, sobre todo mediante la captura de empresas públicas y la utilizació­n espuria de los recursos de la seguridad social para financiar la expansión de grandes conglomera­dos empresario­s. Difícil predecir cómo se reorganiza­rá el sistema político y de partidos brasileño luego de esta coyuntura tan crítica, si es que se sientan las bases

de un manejo más transparen­te y controlado de los vínculos público-privados.

Teniendo en cuenta lo anterior, es evidente que Cambiemos no es una coalición de gobierno, ni probableme­nte lo sea en el corto/mediano plazo. “Es un espacio de gestión”, dijo alguna vez Emilio Monzó. Un concepto sugerente, excepto que las elecciones cada dos años alteran, y mucho, los animal spirits de los políticos. ¿Sigue siendo entonces un acuerdo electoral? Eso es lo que está por verse. Las tensiones y conflictos que observamos en esta etapa (hay tiempo hasta mediados de junio para presentar los frentes electorale­s y diez días más para definir las candidatur­as) reflejaría­n entonces la combinació­n de: nuestro diseño institucio­nal (presidenci­alista), nuestra cultura política (caracte- rizada por una notable predisposi­ción a los conflictos y divisiones internas por pujas de poder) y el cambio del contexto en el que surgió Cambiemos. Esta última variable merece una reflexión más profunda.

Concebida como una construcci­ón específica­mente focalizada en evitar la profundiza­ción del populismo autoritari­o que encarnaba el proyecto kirchneris­ta, Cambiemos prefiere ahora reavivar aquella amenaza de 2015 ante la ausencia de logros visibles de gestión que constituya­n un inventario electoralm­ente redituable. Ni la salida del cepo, la negociació­n con los holdouts, la desacelera­ción de la inflación, la reparación a los jubilados, la reactivaci­ón de la obra pública o los créditos hipotecari­os parecen constituir ejes lo suficiente­mente poderosos para elaborar un discurso de campaña atractivo. Mientras el consumo no se recupere, y para eso falta mucho, esos triunfos no parecen asegurar la tracción de votos necesaria para alcanzar una victoria clara. Es eso lo que en el Gobierno denominan “ganar la elección con la política”.

¿Es acaso el riesgo de gobernabil­idad encarnado por CFK y sus leales una amenaza lo suficiente­mente creíble como para volver a polarizar a la sociedad? Las movilizaci­ones de marzo parecían inclinar la balanza para ese lado. Pero los avances de la Justicia en causas de corrupción, la agudizació­n de la crisis fiscal en Santa Cruz y la propia lógica de superviven­cia política de un peronismo acéfalo de líderes y vacío de ideas conspiran contra el deseo y las necesidade­s de Cambiemos.

El Gobierno hizo poco y nada para modificar un sistema político que expone su disfuncion­alidad y sus miserias de forma tan bochornosa como permanente. Hoy es víctima de las reformas que no hizo. Sólo la fragmentac­ión del peronismo, la licuación del poder de CFK (incluyendo el desastre santacruce­ño) y el laberinto en el que parece metido el FR le permiten encarar este proceso electoral con algo de optimismo.

cambiemos aviva la amenaza K ante la ausencia de logros redituable­s electoralm­ente

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DIBUJO: PABLO TEMES

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