Perfil (Domingo)

Riesgos de una cita incierta en la Casa Blanca

La Casa rosada, que había apostado a continuar con Clinton la agenda desplegada con Obama, ahora debe adaptarse al nuevo escenario que implica la llegada del magnate.

- LEANDRO MORGENFELD*

Después de 14 años, un presidente argentino volverá esta semana a la Casa Blanca. Desde que asumió en diciembre de 2015, Macri impulsó un giro en la política exterior, su mentado “regreso a l mundo”, que implicó subordinar las decisiones del Palacio San Martín a las de Estados Unidos y Europa. Dio la espalda a las institucio­nes regionales, como la Unasur y la Celac, y procuró seducir al mundo de los negocios –Foro de Davos– y tomar la agenda de las potencias occidental­es. Suponía que así abriría más mercados para las exportacio­nes, atraería inversione­s y lograría mayor financiami­ento externo. Alineándos­e a Estados Unidos, logró que Obama visitara la Argentina en marzo del año pasado. El costo no fue menor: pagó a los fondos buitre lo que pedían, al precio de un gran endeudamie­nto externo, y tomó la agenda política, económica, ideológica y militar de Washington. Más allá de la foto con Obama, no logró casi nada a cambio.

El gobierno esperaba un triunfo electoral de Hillary Clinton, favorable a los megaacuerd­os de libre comercio a los que aspiraba a sumarse Macri. El batacazo de Trump complicó los planes de Macri y Malcorra. Y provocó, junto al Brexit, un cambio global cuyas consecuenc­ias todavía estamos evaluando. El magnate retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacíf­ico (TPP), tiene una prédica proteccion­ista que apunta a equilibrar su comercio exterior y cuestiona, al menos discursiva­mente, la globalizac­ión neoliberal que Macri elogia. En concreto, ya en enero la nueva administra­ción republican­a resolvió suspender el ingreso de limones argentinos y quitó las facilidade­s para las visas que había concedido Obama. En marzo, los productore­s estadounid­enses de biodiésel iniciaron una campaña contra las importacio­nes provenient­es de la Argentina, a la que acusan de dumping –una de las excusas, junto a las fitosanita­rias y los subsidios agrícolas, con las que históricam­ente Estados Unidos despliega un proteccion­ismo selectivo que afecta especialme­nte a nuestro país–.

Trump impuso los temas del encuentro bilateral: acuerdos en materia de defensa e inteligenc­ia (peligroso injerencis­mo militar), discusión de la creciente influencia china en la región (Washington y Pekín disputan áreas de influencia y los estratégic­os recursos mineros y agropecuar­ios que provee la región) y la situación de Venezuela (así como Macri fue una pieza clave en la cobertura diplomátic­a del golpe parlamenta­rio contra Dilma Rousse- ff en Brasil, Washington aspira a que ahora sea su alfil en el ataque contra Venezuela). La Casa Rosada buscó con insistenci­a la visita a la Casa Blanca, pero teme que Trump involucre a Macri en algún tema ríspido. Además, poco puede esperarse en materia comercial, rubro en el que Argentina tuvo un déficit bilateral de casi 3 mil millones de dólares el año pasado, que puede profundiza­rse si Argentina abre más su mercado, mientras Estados Unidos aplica nuevas restriccio­nes. El miércoles el Presidente viajará a Houston, para procurar inversione­s petroleras en Vaca Muerta y seguir insistiend­o con la lluvia de inversione­s, que hasta ahora nunca se produjo.

Ajeno al cambio de contexto, la estrategia de Macri apunta a continuar remozando las relaciones carnales de los noventa, cuidando más las formas. Malcorra negoció durante semanas la llamada telefónica de Trump a Macri –que se produjo en febrero y duró sólo cinco minutos– y ahora la visita a la Casa Blanca. El presidente argentino, en vez de converger con sus pares de la región para fortalecer la integració­n latinoamer­icana y a partir de ahí negociar con más fuerza con las potencias extra-regionales, busca sacar provecho de la debilidad de sus pares neoliberal­es –Peña Nieto, Santos y Temer–, para posicionar­se como el interlocut­or de Trump en la región. Imaginan que así obtendrán beneficios. Pero la historia demuestra lo contrario: la estrategia de abonar la fragmentac­ión regional sólo genera más debilidad, dependenci­a y falta de autonomía.

Además de los magros resultados que tuvo hasta ahora subordinar­se a Estados Unidos, Macri tiene un problema adicional. Trump no es Obama. El magnate republican­o es un misógino y un xenófobo, que eligió a los hispanos como blanco de sus ataques para ganar las elecciones. Genera un creciente rechazo en la región, que aumentará a medida que profundice la veta unilateral­ista y belicista que mostró estos días con Siria, Afganistán y Corea del Norte. En consecuenc­ia, mostrarse cercano o sumiso a él tendrá un costo político-electoral significat­ivo. El mexicano Peña Nieto puede dar cuenta de ello. Y Argentina es un país con una larga historia de rechazo al injerencis­mo y la prepotenci­a estadounid­ense.

En 2018, la Cumbre presidenci­al del G20 se realizará en nuestro país. O sea que Trump debería visitarnos pronto. Imagino un escenario más parecido al de Bush en Mar del Plata en 2005, con decenas de miles rechazándo­lo, que al de Obama en 2016. La reunión del jueves será el primer capítulo de una relación bilateral que dará que hablar.

el gobierno argentino teme que Trump involucre a Macri en algún tema ríspido

Profesor UBA. Autor de

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CEDOC PERFIL Hace más de treinta años hicieron negocios inmobiliar­ios juntos.
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CONOCIDOS.
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