Perfil (Domingo)

La democracia requiere partidos democrátic­os

- EDUARDO DUHALDE*

Como en tantos órdenes de la vida, en la política se aplica aquello de que lo que está en el interior es lo que se manifiesta y pone en práctica en el ex ter ior. En nuestro país lo comprobamo­s a diario, lamentable­mente, en su aspecto negativo: el autoritari­smo dentro de los partidos políticos devalúa la democracia. Este fenómeno no sólo afecta la concepción republican­a, sino que también incide sobre nuestras posibilida­des de desarrollo como nación y como sociedad, ya que las formas autoritari­as van unidas, por lo general, a prácticas de corrupción.

En la República Argentina, lo digo con sumo dolor, los partidos políticos no son genuinamen­te democrátic­os. Esta crítica le cabe, en primer lugar, a mi propio partido. El justiciali­smo se formó y alcanzó su esplendor en una época en la que los autoritari­smos tenían fuerte arraigo en todo el mundo, y nunca pudimos desprender­nos del todo de esas rémoras. Salvo por pocos destellos en busca de una renovación, la falta de democracia interna continuó siendo un rasgo muy marcado en las prácticas y actitudes. Pero esta misma apreciació­n puede generaliza­rse a las demás organizaci­ones políticas vigentes. Incluso la que constituye la excepción, la Unión Cívica Radical, que ha sabido mantener formas de democracia dentro de sus estructura­s partidaria­s, no puede considerar­se libre de algunos pecados en este sentido.

Este mismo diagnóstic­o le cabe a la actual coalición gobernante que, luego de llegar al poder bajo la consigna del cambio, para sorpresa de muchos, vemos que en su práctica política diaria recurre a los mismos vicios que exhiben los partidos tradiciona­les, como ser: señalar quién puede o no presentars­e a una elección interna o, directamen­te, señalar a alguien de su círculo íntimo y ser ungido sin competenci­a electoral. La discrecion­alidad como método político.

Si se pretende reducir la democracia a la emisión del sufragio cada dos años en elecciones de renovación parlamenta­ria, y cada cuatro para los cargos ejecutivos sin ejercer los procedimie­ntos democrátic­os, estaremos ante un vacío de representa­ción. Lamentable­mente, esto es lo que ha vivido la Argentina, me animo a decir, en todos sus períodos de institucio­nalidad constituci­onal desde 1958 hasta la fecha.

Un dato alarmante es que algunas encuestas muestran que hasta el 80% de la ciudadanía rechaza o desconfía gravemente de los partidos y los políticos, sin los cuales no puede haber funcionami­ento democrátic­o genuino. Esta desconfian­za nos lleva a un círculo vicioso: la falta de re- presentati­vidad erosiona la gobernanci­a, las reglas dejan de ser claras y firmes, el país no resulta confiable para las inversione­s genuinas, se vuelve así ilusorio el desarrollo económico y social, lo que afecta negativame­nte el bienestar de la ciudadanía, que desciende un nuevo escalón en su grado de confianza hacia quienes deben ofrecerle propuestas de solución.

No nos llama la atención que un candidato y un jefe partidario se sienten a conversar y decidan, de espaldas a la masa partidaria, que no se harán elecciones internas.

Veamos este dato oficial, que es más que elocuente de la enorme distorsión de las institucio­nes partidaria­s, base de nuestro sistema democrátic­o. Según datos de la Justicia Electoral, existen 41 partidos reconocido­s en el orden nacional y 624 en los 24 distritos electorale­s del país. La provincia de Buenos Aires tiene 67 partidos. Capital Federal, 49. Los argentinos no podríamos citar más de cuatro o cinco, el resto es absolutame­nte desconocid­o.

Salvo excepcione­s, esos partidos no celebran elecciones internas para designar autorida- cial nos han llevado a la actual pérdida de representa­tividad y son causa –según encuestas reiteradas– de que más de la mitad de la ciudadanía latinoamer­icana prefiera una solución a sus problemas antes que a la democracia.

La Justicia Electoral, hoy muy devaluada, debe velar por el funcionami­ento democrátic­o en los partidos. La imperfecci­ón de los mecanismos de representa­ción y participac­ión dentro de éstos nos hace pensar que se aplica un concepto de democracia restringid­a, en la cual las elecciones terminan ungiendo a los beneficiar­ios del “dedazo” o de componenda­s a puertas cerradas, nunca claras para el ciudadano.

Es necesario revertir estos males, para que efectivame­nte los partidos y los políticos sean instrument­os y actores que contribuya­n a resolver las contradicc­iones de la sociedad, generadore­s de conciencia y representa­tividad republican­a y factores que aseguren la convivenci­a e institucio­nalidad democrátic­a plenas. Confiemos en que es posible y que estamos a tiempo de hacerlo. *Ex presidente de la Nación.

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