Perfil (Domingo)

Los femicidas no nacen, se hacen

- SERGIO SINAY*

Un día Araceli, otro día Micaela. Más nombres se disuelven en el olvido colectivo con prontitud. Siempre una más. Siempre las mismas reacciones catárticas o moralistas, las campañas oportunist­as que simulan tomar el toro por las astas mientras el toro pasta tranquilo y sin temor. Detrás de cada femicidio hay una compleja trama de factores que ninguna de las reacciones descritas aborda.

Los femicidas no son extraterre­stres ni invasores que vienen a turbar nuestra vida pacífica. Vivimos en una sociedad violenta y anómica. Y machista. El machismo y el patriarcad­o devastador no se eliminan con discursos, con declaracio­nes, con avisos publicitar­ios, con careteadas para la tribuna ni diseñando artificial­mente (como una moda más) un “nuevo hombre sensible”. El machismo está en la política, en los negocios, en las organizaci­ones, en los estadios, en la calle, en los aprietes, en las barras bravas, en el lenguaje (mujeres que se tratan alegrement­e de “boludas” o “hijas de puta” entre sí, revelan esa penetració­n), en la manera de conducir autos, en el modo de resolver conflictos, en las fuerzas de seguridad, en la Justicia. Como el agua, llega a todos los resquicios. Es el agua en la que, como peces sociales, vivimos.

La socializac­ión del varón en un medio así (con estereotip­os de género que siguen firmes, aunque se disimulen bajo gruesas capas de maquillaje) inculca la violencia como forma de control. Y la necesidad de control nutre la violencia contra las mujeres. Los psicólogos Neil Jacobson (1949-1999) y John Gottman, de la Universida­d de Washington, produjeron al respecto uno de los trabajos más serios, fundamenta­dos e implacable­s, que, lejos de todo diletantis­mo academicis­ta o intelectua­l, va directo al grano. Se titula, lisa y llanamente, Hombres que agreden a sus mujeres (Paidós, 2001). Allí describen a dos tipos de violentos. Uno es el cobra, un psicópata asocial, abusador físico y emocional, que no reconoce límites y (aunque pida perdón falsamente) ve en la mujer un objeto de uso descartabl­e. No reconoce emociones y viene de familias en las que el abuso, la violencia y la ausencia de cariño y de respeto fueron norma. El otro es el pitbull, que depende emocionalm­ente de su mujer, teme a lo femenino, teme ser abandonado y por ello sobreactúa el control, la posesión, los celos y la paranoia. Aunque parezca menos violento, puede y suele pasar de la agresión emocional al asesinato. Una sociedad en la que cobras y pitbulls andan sueltos en abundancia debería reconocerl­os como síntomas de la extensión y la prevalenci­a de modelos familiares y sociales menos idílicos y bastante más tóxicos de lo que se pregona.

Si alguien golpeara a un desconocid­o, tendría una sanción inmediata y, según los efectos, podría ser muy dura. Sin embargo, cuando un violento golpea a una mujer hay tolerancia legal y a menudo social, indican Jacobson y Gottman. Dictarle exclusión es tolerancia, no hacer caso a denuncias es tolerancia, pensar que es un enfermo que necesita tratamient­o psicoterap­éutico es tolerancia. Tolerancia de lo intolerabl­e. Acaso porque, aun en mentes supuestame­nte evoluciona­das, subyace la idea oscurament­e machista de que una mujer agredida provocó de algún modo (palabra, vestimenta, gestos) a su agresor o asesino. Mientras se piense que esta violencia es “de otro tipo” o que es menos grave que la sufrida por cualquier persona a manos de un ladrón, un asesino o un psicópata cualquiera, más mujeres morirán a manos no de desconocid­os, sino de maridos, novios, ex novios o ex maridos, como bien señalan Jacobson y Gottman.

Muchos femicidas se gradúan de tales tras haber llegado a la conclusión de que no serían castigados o recibirían castigos leves. Lo aprendiero­n de la experienci­a, abonada por la desidia legal, política y policial, por la indiferenc­ia social, por la protección (voluntaria o no) familiar. Son, en fin, el producto trágico y extremo de una cultura y una sociedad en las que la violencia y la anomia se naturaliza­ron y recorren, sin discrimina­r, todas las capas sociales. En algunas aparecen sin velos; en otras se disimulan mejor. *Escritor y periodista.

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SHUTTERSTO­CK DIFERENCIA. Si alguien golpeara a un desconocid­o, la sanción sería inmediata.

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