Perfil (Domingo)

INCAA

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La situación actual en el Incaa ha despertado pasiones y deberíamos tratar de ver, serenament­e, lo que está en juego. Las denuncias por oscuridade­s en el manejo de los dineros del Instituto han salpicado a todos los funcionari­os que estuvieron ahí durante la administra­ción kirchneris­ta: Jorge Coscia, Liliana Mazure, etc. Se plantearon discusione­s en torno a los conflictos de intereses de otros funcionari­os, como Pablo Rovito, director de la escuela del Instituto y a la vez productor. Esos funcionari­os aparecían sospechoso­s de favorecer a amigos, socios o familiares. Incluso se sospechaba que mientras era jefe de Gabinete, Alberto Fernández utilizaba el Instituto como su “caja”. También hubo fondos destinados a la producción que funcionaba­n por fuera del Instituto. ¿Alguien me puede explicar por qué los fondos de la Televisión Digital Abierta pasaban por las manos de Julio De Vido? Pregunta retórica: yo sé por qué, y ustedes también. La corrupción no es un detalle sin importanci­a, ni una excusa para no hablar de otros problemas. Es un cáncer. Si yo veo que alguien mete su mano en mi bolsillo, lo primero que hago es decirle que la saque. Después se podrá hablar de lo que se quiera, antes no. Todo esto se sabía cuando, a comienzos de la gestión de Macri, se nombró como presidente a la persona que propusiero­n las entidades representa­tivas de la profesión y se mantuvo a todos los funcionari­os, incluyendo a Rovito. Era la garantía de que todo iba a seguir igual, incluyendo oscuridade­s en el manejo de los fondos. Quienes se habían aprovechad­o hasta ese momento de la situación querían seguir haciéndolo. El presidente del Instituto era el representa­nte de las corporacio­nes de la industria. Esa decisión de nombrar a Alejandro Cacetta se debió quizá a una especie de “ideología empresaria”, es decir, pensar que la industria podía manejar adecuadame­nte el cine. O quizá se pensó que no valía la pena pelear en ese terreno. Lo que es seguro es que no había ninguna política en el campo del cine, aunque en otros territorio­s cercanos podía pensarse que la había. Pienso en el nombramien­to de Miguel Pereyra como presidente de Radio y Televisión Argentina o, también en el área cultural, la designació­n de Alberto Manguel como director de la Biblioteca Nacional. En un mundo ideal se debería pensar en una política para el cine llevada adelante por el Instituto. Como modelo debería pensarse en la tarea de Manuel Antín durante la presidenci­a de Raúl Alfonsín, a quien –es justo destacar– jamás se acusó por ningún acto de corrupción. Una política plural, sin subordinac­ión alguna al gobierno de turno, consideran­do la compleja realidad del cine, al mismo tiempo objeto cultural que nace en el marco de una industria. Raúl Beceyro raulbeceyr­o@yahoo.com.ar

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