Un Kamasutra andino
En 1966, Rafael Larco Hoyle, fundador del Museo Larco Herrera en 1926 en la Hacienda Chiclín de Trujillo, que pertenecía a su familia, escribió: “Al poner punto final a este libro sobre uno de los aspectos del panorama arqueológico del Perú del que sólo tenemos como referencia los vasos eróticos, queda libre al lector el vasto campo de la sugerencia”. Se trata de Checán, un ensayo sobre la cerámica erótica de los mochicas. Sobre todo, porque este escritor, ingeniero agrícola y arqueólogo ad hoc tenía, entre otras piezas magníficas, la impresionante colección de huacos que hoy puede verse en el museo que tiene su sede en Lima. El vasto campo de la sugerencia fue, evidentemente, muy explotado. Las escenas que se pueden ver en las vasijas parecían no dejar lugar a dudas y la imaginación poco necesitaba para re- presentarse la vida sexual de este pueblo. Activa, frenética, desbordada y, por qué no, envidiable. Las poses en los intercambios sexuales, el tamaño de los miembros viriles, las posibilidades en el reparto de roles y género exhiben un catálogo frondoso. Sin embargo, este desborde y superabundancia vino a ser controlado. Como en el principio, cuando esta colección no era mostrada por razones éticas, ahora salen los arqueólogos a decir que esta cerámica es sólo el 2% de la producción, que no hay fijación con el sexo, que tiene un sentido ritual y mágico, que no hay que tomarlo al pie de la letra, que no es pornografía, que la homosexualidad se explica como control de la natalidad, que el tamaño de los penes en esas vasijas es para albergar mayor cantidad de menjunjes que preparaban. Es decir, por lo pronto, un discurso nada sugerente.