La editora de sus ‘Diarios’
Gabriela Franco fue la última editora de Abelardo Castillo, emprendió con ella la labor de organizar y corregir sus míticos Diarios, cuyo segundo tomo fue anunciado por Alfaguara para este año. —Efectivamente, tuve el privilegio de trabajar con Abelardo en la edición de sus Diarios. Dar a conocer esos cuadernos fue un acontecimiento de una relevancia enorme, literaria y editorial, cuya real magnitud sólo podremos mensurar con el tiempo. Los diarios de André Gide fueron formadores para Castillo, y a su vez sus cuadernos lo son y seguirán siéndolo para varias generaciones, además de contribuir a cimentar una tradición poco cultivada en la literatura argentina: la de los diarios personales de escritores. Trabajar con él fue una experiencia intensamente feliz; era brillante, generoso, divertido y de una honestidad que no abunda. Cada encuentro era de una riqueza abrumadora, una fiesta secreta que no voy a dejar de extrañar.
—¿Cuáles fueron los pasajes que más te sorprendieron/ emocionaron/hicieron pensar de los diarios?
—Castillo a los dieciocho años ya era un escritor: no sólo por la destreza de su prosa (tuve ante mis ojos los cuadernos manuscritos donde casi todo está escrito de primera mano, sin correcciones), sino que ya entonces era un inmenso lector y su única preocupación era la literatura. Está el registro del momento de la chispa: el hallazgo que se convertirá en obra: por ejemplo, el origen del cuento El candelabro de plata mientras camina por la calle un 25 de diciembre, o un viaje en micro en el que reconocemos el germen de lo que será una de las escenas geniales de El que lo opuesto a la estupidez”. A diferencia de otros, a Ramos no le interesa decir qué lugar ocupa en la literatura argentina, “porque cada vez que la academia habla de literatura argentina se refiere a la historia de la literatura, el lugar que ocupa yo lo tengo claro y está en mi casa”.
Una de las últimas intervenciones públicas de Abelardo Castillo fue la de haber sido jurado en el Premio Fundación El Libro. La premiación se realizó a fines de marzo, pero él no asistió. Oche Califa, director institucional y cultural de la Fundación El Libro, recuerda que el día que fue a verlo para proponerle que fuese jurado del premio, “me escuchó, rumió con su voz de bajo ruso y dijo: ‘Sí, dale. Y seguramente será la última vez que haga algo así’. Lamentablemente acertó”.
Califa conoció a Castillo alrededor de 1978, cuando sin previo aviso le cayeron a su casa él y varios amigos, y se quedaron charlando dos horas: “Al salir estábamos encantados con ese escritor tan contundente, tan serio y a la vez tan chispeante (decir ‘jodón’ no queda bien). Después lo vi un par de veces más. Sobre el final de la dictadura, en una reunión para emitir una declaración en favor de Haroldo Conti y otros escritores desaparecidos. Pero no volví a hablar con él hasta ese día de fines de 2015 cuando le propuse ser jurado. En diciembre de 2016, cuando nos poníamos de acuerdo por la reunión (los otros eran Antonio Skármeta, que debía venir de Chile, Luisa Valenzuela, Pablo De Santis y Daniel Divinsky), tiene sed, cuando Esteban Espósito se despierta después de una borrachera atroz. Y están los otros escritores: cuando Cortázar lo llamó por teléfono y Castillo estuvo a punto de cortar pensando que era una broma; el encuentro con Borges en la librería de Falbo, cuando le dedicó los poemas y le dijo: “Los adjetivos póngalos usted”; la carta a David Viñas de más de veinticinco páginas de encarnizada polémica. Y el modo dichoso con el que compartieron vida y obra con la escritora Sylvia Iparraguirre. Es impactante también el relato del día en el que la policía estuvo en su casa porque un vecino denunció anónimamente que en ese departamento entraba mucha gente a cualquier hora. Era el año 1979. “Quiero ser muy preciso. Lo peor, en estos casos, es dejarse llevar por la literatura patética o heroica”. La búsqueda de la honestidad intelectual, sin complacencias. La recurrencia del proverbio latino ( nulla dies sine linea) y la tenacidad con que lo lleva a cabo. Las reflexiones en torno a la literatura. Algunas citas: “La literatura no es más que amor y trabajo”; “La contradicción de la fantasía es, justamente, que para ser válida debe tomar apariencias de realidad. Lo desaforadamente imposible causa risa. El arte es esencialmente serio, aunque sea cómico”; “Roberto Arlt tiene una prosa bella. La palabra justa no es bella. Como un fulgor de maza golpeando sobre un yunque”; “Para escribir, para estudiar, para reflexionar, necesito sentirme bien. Tenso, quizá, pero tenso como un arco”. me llamó y dijo que para qué alquilar un lugar, que viniéramos a su casa. Allí se hizo, efectivamente, la reunión y hasta fue un equipo de filmación para dejar registrado el momento. Abelardo estaba contentísimo de recibir a sus pares y parecía que quería que la reunión no terminara jamás”.
Máximo Chehin fue el ganador de ese premio. Cuando a finales de febrero Oche Califa le anunció que había ganado, le dijo además que Abelardo quería hablar con él. No pudo llamarlo en ese momento pero luego lo hizo y estuvo charlando con él casi una hora: “Me hizo recomendaciones de estilo y de orden de los cuentos, y las hizo de memoria porque como la premiación era a la semana siguiente, el jurado, por cuestiones de protocolo, no tenía acceso al original, pero él se acordaba de todo. No creo que él se sintiera obligado: para él, el texto tenía que estar perfecto, no había ninguna razón para que no lo estuviera. Y ahí se nota el espíritu de formador de escritores que tenía. Yo soy tucumano, y muchos tucumanos tenemos el vicio de emplear mal los pronombres: usamos ‘adelante mío’ en vez de ‘delante de mí’. Me dijo que eso afeaba el texto, que bajaba la calidad de la prosa. Y no sólo eso, hizo una sugerencia del orden de los cuentos. Sus recomendaciones justificaron todo. Mi intención era acercarme y pasarle yo mismo un ejemplar del libro, pero justo me enteré de esta noticia”.