Lo femenino en riesgo
Todo historiador debe ser consciente de sus limitaciones. No es el caso de Castorio. Obsesivo hasta el hartazgo, expone los documentos históricos (más bien literarios) de manera extensa para concluir que su Mesalina carece de una biografía digna. Tampoco con este libro construye una, más bien trata de explicar el mito, la trascendencia de la mujer insaciable, aquella que rompe con el andamio del poder patriarcal romano, pero no más. Sí explora la forma en que Tácito la expone, o cómo la condena Cicerón, al punto que sugiere cierta misoginia en ellos y otros más. He aquí la primera limitación: ¿un liberto romano era necesariamente misógino? ¿A quién le consta?
Ya en la segunda parte, Castorio realiza un salto temporal hasta María Antonieta, degradada por los libelos satíricos prerrevolucionarios franceses. Con esto exhibe otro límite, aquello que omite: el análisis económico de la forma tribal de Roma en la que surge Mesalina; la influencia de Oriente y la mitología (más allá de Cleopatra); la persecución de las acusadas de brujería; así como el rol de la mujer en las cortes, como es el caso de Lucrecia Borgia. Tampoco menciona el destrato de Enrique VIII hacia sus consortes.
Mesalina, su carácter simbólico en la encarnación de la ninfómana, tampoco recibe la luz de otras lecturas. El autor niega a Foucault de manera explícita (el lenguaje en la historia de la sexualidad), también a Jung, a Freud y a Lacan. De ahí que analiza expresiones marginales, como textos pornográficos a espaldas de Clemente VII o films clase B italianos. Nada sobre el deseo y el goce, nada sobre la fantasía humana rescatando su propia miseria, nada de crítica, nada sobre la mujer expoliada en este siglo.