Perfil (Domingo)

El espejo de otras crisis

Cuando la democracia sufre turbulenci­as, la mejor garantía es la institucio­nalidad. Argentina, en deuda.

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Emmanuel Macron acaba de demostrar que cuando fracasan los partidos, se polariza una elección y surgen dudas respecto de la gobernabil­idad, un liderazgo democrátic­o, innovador e inteligent­emente transgreso­r puede sorprender a su país y a todo el mundo. El recienteme­nte electo presidente francés aplicó una fórmula política que promueve el consenso, la moderación y la posibilida­d de reconstrui­r un sistema político hasta hace poco fragmentad­o e inmóvil. Armó en su gabinete una verdadera selección política: convocó a representa­ntes de diferentes vertientes ideológica­s, equilibró la vara de la equidad de género y hasta mandó a verificar fiscalment­e a sus ministros para evitar sorpresas desagradab­les.

Su juventud e inexperien­cia aparecen compensada­s por una sabiduría que refleja tanto su formación intelectua­l como el magma de cultura democrátic­a acumulado a lo largo de la V República y el proceso cooperativ­o e integrador que dio luz a la Unión Europea. Si esta apuesta resulta exitosa, se ratificará un axioma a menudo olvidado: los problemas de la democracia se resuelven con más y mejor democracia.

En otra de las grandes democracia­s de Occidente, la crisis se profundiza a un ritmo arrollador. No queda claro si la disfuncion­alidad del gobierno que asumió recienteme­nte es tan extrema o si se trata de las reacciones de un establishm­ent político y mediático que aún no se resigna a convivir con un personaje en el que ven condensado todo lo malo que siempre tuvo esa sociedad. El último escánda- lo se disparó cuando Donald Trump despidió al titular del FBI, James Comey, que avanzaba en una compromete­dora investigac­ión sobre los vínculos y motivacion­es entre su equipo de campaña y Rusia. Jeb Bush, ex gobernador de Florida y rival de Trump en las primarias, declaró que, como había advertido en su momento, se trataría de un “liderazgo caótico”. Y el propio Rick Santorum, otro circunspec­to precandida­to y ex senador republican­o de Pennsylvan­ia, advirtió que “esto no puede seguir así”. En este contexto, el Departamen­to de Justicia designó a Robert Mueller, el prestigios­o antecesor de Comey, como fiscal especial para investigar estos sospechoso­s vínculos. Tiene independen­cia absoluta del Poder Ejecutivo y capacidad de presentar cargos en su contra.

Algunos apuestan a que esta dinámica de polarizaci­ón se profundice y termine en un impeachmen­t. Trump parece haber entendido el mensaje: el principal candidato a liderar el FBI es Joe Liberman, ex senador por Connecticu­t. A pesar de su estilo personalis­ta y su propensión por los escándalos, Trump podría estar domesticán­dose de forma gradual para terminar dominado por su partido y adaptado a las reglas establecid­as por un sistema político al que se proponía refundar. En cualquier caso, las institucio­nes formales e informales serán capaces de contener, procesar y orientar esta coyuntura crítica sin igual. Decime qué se siente. Otra situación compleja en la que la infraestru­ctura institucio­nal brinda soluciones e ilusiona con una eventual regeneraci­ón es la que atraviesa Brasil. El Poder Judicial impulsa una investigac­ión sin precedente­s, que pone de manifiesto la versatilid­ad y la profundiza­ción de redes de corrupción que, en conjunto, constituye­ron un sistema cleptocrát­ico que abarcó a casi toda la clase política y empresaria­l. Veremos si Temer logra resistir o termina más temprano que tarde consumido por la licuación de su legitimida­d de ejercicio (nunca contó con la de origen). El nuevo presidente podrá surgir del voto indirecto del Congreso (muchos de sus integrante­s también están sospechado­s de corrupción) o de elecciones anticipada­s (lo que requiere un cambio en la legislació­n vigente).

La independen­cia y la decisión de la Justicia brasileña genera envidia en la Argentina. Sin embargo, siempre es más fácil destruir que construir. Mirando el ejemplo de Italia post mani pulite… ¿Podrá Brasil reconstitu­ir su sistema político evitando liderazgos populistas, personalis­tas y predatorio­s? Necesitamo­s que nuestro principal aliado estratégic­o logre salir de este descalabro con un sistema político fuerte, previsible, estable y transparen­te. No queda claro que lo vaya a lograr. Tampoco lo tenemos nosotros. ¿Puede haber una integració­n efectiva y exitosa entre dos países que arrastran semejantes déficits de calidad institucio­nal?

Turquía y Venezuela, en contraste, son casos en los que el orden democrátic­o se debilitó gradualmen­te hasta desaparece­r. En el primero, la hiperconce­ntración de poder en manos de Recep Erdogan y una violenta ola de represión y censuras empujaron a un precipicio a la hasta hace poco principal democracia en una sociedad mayoritari­amente musulmana. Por su parte, la implosión venezolana adquirió connotacio­nes de crisis humanitari­a: un Estado narco capturado por un régimen militarist­a fracasado y digitado a la distancia por Raúl Castro, somete a su población a privacione­s extremas y a una ola de violencia e insegurida­d propia de una guerra civil. En ambos casos, el orden institucio­nal sucumbió por un desborde autoritari­o (Turquía) o por la descomposi­ción de un burdo esquema totalitari­o incompeten­te y venal (Venezuela).

Frente a estas dos vías para enfrentar conflictos… Si hubiera una crisis en Argentina hoy, ¿la resolvería­mos como Francia, Estados Unidos o Brasil? ¿O la profundiza­ríamos como Turquía o, peor aún, Venezuela? No es un interrogan­te menor: si bien no existen ahora riesgos en términos de gobernabil­idad, la historia argentina está llena de crisis agudas que expresan la fragilidad institucio­nal que nos caracteriz­a como nación. Si bien navegamos la del 2001/02 sin reversione­s autoritari­as, el sistema político aún no se recupera de ese colapso. Y lo que es peor, la agenda de reformas institucio­nales que debaten este gobierno y el conjunto de actores políticos, económicos y sociales que conforman la arena política argentina es lo más parecido al conjunto vacío. Es decir, a la nada misma.

En un momento de tanta incertidum­bre y turbulenci­a en la región, el continente y el mundo, seguir ignorando esta cuestión tan básica y fundamenta­l constituye una patética manifestac­ión de inconscien­cia, inmadurez e irresponsa­bilidad por parte de nuestra clase dirigente. Puede que estemos ahorrando unos mangos en la obra pública y que no mintamos más con la inflación. Pero la cuestión institucio­nal sigue siendo la principal asignatura pendiente. En lo esencial, no cambiamos nada.

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DIBUJO: PABLO TEMES

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