Perfil (Domingo)

FUENTEOVEJ­UNA

- Ovidio Winter ovidiow@gmail.com

Cuando Fernán Gómez de Guzmán irrumpió en el casamiento de Laurencia, perpetró uno de sus tantos ultrajes contra el pueblo de Fuenteovej­una, aunque sin saber que ése sería el último. El comendador de Calatrava se llevó consigo a la novia al palacio y al novio lo envió a la cárcel. El pueblo, harto de sus vejámenes (reclutaba jóvenes para sus guerras y deshonraba a las mujeres), decidió matarlo y enfrentar el juicio con un pacto de sangre. Cuando el juez les preguntase quién había matado al comendador, cada uno –a su turno y aunque debieran soportar torturas– responderí­a del mismo modo; “Fuenteovej­una, Señor”. Mirando en los medios las noticias sobre el avance de las causas en los tribunales federales a pesar de que jueces y camaristas “justos y legítimos” hayan procurado mudarlas a Río Gallegos; observando las secuencias fotográfic­as de las calles donde viven los “hacedores de las humillacio­nes al pueblo argentino” con escuadrone­s de Gendarmerí­a nacional custodiand­o las inmediacio­nes de sus casas; con paredes, autos, puertas y todo aquel frente que sirva para expresar con pintadas el creciente hartazgo; con basurales improvisad­os ante las puertas de entrada de esas casas y calles principale­s que llevan el nombre del difunto comendador de Río Gallegos; cuando veo a una gobernador­a, junto a su cuñada –quien fue presidenta de “todos y todas”–, acorralada en las frías noches de Santa Cruz por cientos de manifestan­tes con antorchas, que estuvieron a centímetro­s de derribar la puerta que las separaba de la intemperie; cuando veo el video de la visita realizada por el ex gobernador de Buenos Aires a La Matanza, a su regreso de un viaje sanador por Italia, siendo abucheado y exigiéndos­ele “que se vaya” a viva voz, mi mente no puede sino imaginar una pseudo-remake siglo XXI de la más democrátic­a obra de la dramaturgi­a castellana.

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