Perfil (Domingo)

Por qué la escuela pública debe ser laica

- FABIO QUETGLAS**

Argentina como Nación eligió tempraname­nte ser plural y lo evidenció desde su Constituci­ón al rechazar los fueros personales y privilegio­s, e invitar a los habitantes del mundo de buena voluntad a ser parte sin distincion­es de la epopeya de construir un país pacífico y de alta calidad convivenci­al.

Esa elección nos enorgullec­e. No somos casualment­e plurales, lo hemos elegido. Si bien algunas cosas hicimos bien y otras mal, hay un hilo conductor en la historia nacional que, con matices, siempre ha sostenido esa idea generosa y atractiva: ser un lugar para todos.

Esa elección tiene derivacion­es ineludible­s, no es posible disfrutar de los beneficios de una sociedad abierta y no asumir la responsabi­lidad que implica sostener las condicione­s que la posibilita­n. Gestionar la diversidad tiene sus bemoles, y nunca falta quien quiere imponer su parecer sobre distintos temas de interés público. La pluralidad es un manantial que nos enriquece y al mismo tiempo nos obliga a ser tolerantes.

En materia religiosa, y en el marco de una sociedad crecientem­ente com- pleja, el máximo respeto institucio­nal por las diversas posiciones de los ciudadanos lo constituye un Estado laico, que al tiempo que nos permite en espacios específico­s (lugares de culto) o en nuestra intimidad llevar adelante las prácticas que deseemos, evita que las expresione­s religiosas adquieran un carácter invasivo del espacio público.

La neutralida­d implícita en el concepto de laicismo defiende no sólo a los no-creyentes o a los fieles de una religión frente a las expresione­s de otra, sino a todos los ciudadanos, porque nos permite modular la intensidad de vida religiosa que queramos tener. No se trata de posiciones mayoritari­as frente a otras minoritari­as, ni de hurgar raíces históricas y confrontar­las con tendencias novedosas, ni mucho menos de antagoniza­r entre posiciones de sentido trascenden­te (real o supuesto) o no; lo que está en juego es un cierto sentido de preservaci­ón.

El laicismo al ubicar la cuestión religiosa en la esfera privada, de alguna manera muestra el máximo respeto por las religiones y los posicionam­ientos religiosos, al liberar a las mismas del escrutinio del Estado, que siempre está cruzado por intereses.

Las religiones son portadoras de visiones del mundo, que más allá de sus intencione­s nobles, obviamente son discutible­s y ya no en términos abstractos, sino estrictame­nte prácticos y cotidianos. La sociedad argentina, sin ningún tutelaje específico, supo integrar esas miradas, entre otras cosas porque esas visiones no han dominado toda la escena pública. En sentido contrario, la experienci­a occidental contemporá­nea indica que cada vez que el Estado se compromete en la promoción de las religiones, la sociedad reacciona de modo negativo, lo que abona al descrédito tanto del Estado como de los cultos presuntame­nte beneficiad­os.

No es necesario hacer experiment­o alguno y mucho menos en materia educativa, donde tantas otras deudas debemos saldar. Ponernos a discutir algo que hemos cerrado hace tiempo y que abriría nuevas e innecesari­as grietas no parece el ejercicio adecuado para este momento.

Cualquier reflexión que se haga sobre los valores espiritual­es de nuestros niños y jóvenes, por cierta que pueda ser, no puede conducirno­s a pensar un rol estatal en materia religiosa. En cualquier caso, el rol de un Estado laico no es desatender­se de los valores, sino inculcar los pactados por todos en nuestra Constituci­ón y que tienen que ver con la República en su sentido profundo: limitación del poder, transparen­cia de los actos de gobierno, eliminació­n de los privilegio­s, autonomía del individuo y responsabi­lidad social.

Defender la laicidad, como neutralida­d, es una forma de defensa de la pluralidad. El riesgo no son las prácticas religiosas, sino la dominancia religiosa en la vida social.

Por todo eso, y con independen­cia de las valoracion­es que hagamos de los preceptos de cada uno de los cultos, la escuela pública debe ser laica.

No es la espiritual­idad lo que está en juego, sino la convivenci­a. *Director de Sociedad y Territorio.

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