Perfil (Domingo)

Hoy: ‘American Psycho’, de Easton Ellis

- JUAN JOSE BECERRA

De las calamidade­s del capitalism­o reciente registrada­s por la literatura balzaciana del siglo XX, ninguna llegó tan lejos como las atendidas en American Psycho (1993), de Bret Easton Ellis. Lo hicieron por dos carriles y en un proceso de dos momentos sucesivos: el que lleva la realidad a la literatura (en el caso de que esto pueda ser posible) y el que devuelve la literatura a la realidad. El primero nos obliga a hablar –por pereza– de inspiració­n. Allí Easton Ellis se presentó con una novela de inmediatez para catalogar los síntomas de una sociopatía americana vinculada al consumo, es decir a la vida social como experienci­a en la que la cultura presiona para que los sujetos hagan números, batan récords inútiles y se malogren en la histeria de la posesión. Este déficit mental es encarnado por Patrick Bateman, un nabo de metrópolis que quedará en nuestra memoria por la creación de Easton Ellis pero también por la representa­ción para el cine que hizo de sus desechos sinápticos Se trata de uno de los autores posmoderno­s más relevantes de la actualidad. el actor Christian Bale, en la adaptación cinematogr­áfica de Mary Harron.

El segundo carril (el “de vuelta”) nos trae a la actualidad, donde hay un presidente que se llama Donald Trump y se encarga de mantener los principios de Bateman en el campo de las institucio­nes, sustituyen­do el arte de desollar y reventar vagabundos por otros menos llamativos y apegados a cierto cúmulo de leyes.

En medio de estos extremos, rozados por contigüida­d, tenemos como tótem la erección de la palabra winner haciéndole toreo a la palabra tabú loser. Porque es el triunfo por aplastamie­nto de los primeros sobre los segundos lo que Easton Ellis recrea en un teatro de maldades un poco cómico, un poco fúnebre, para contarnos cuál es el vacío ontológico que se abre en el interior de los que lo tienen todo.

Easton Ellis dio en la tecla desafinada de la civilizaci­ón, y lo que sonó fue una sorpresiva ópera anticapita­lista. Una primera persona psicópata nos cuenta el cuento de hadas de una nueva clase de héroe, que escala la cima de la especulaci­ón financiera. En términos viejos, acordes al glosario de la Revolución Industrial, Bateman no produce nada. Pero no tolera bien la acumulació­n. Necesita descargar, y lo hace acostándos­e con mil mujeres, matando sin objetivos precisos salvo el de reencontra­rse una y otra vez con la felicidad de la depredació­n étnica, comiendo en los restaurant­es de moda y comprando ropa cuyo rango va de un vestuario de príncipe a la última mersada. No se puede acumular tanto si no es para malgastar lo acu- mulado, y ésa es la lección política de la novela: el problema de tener.

La gracia del libro es, justamente, la de la acumulació­n inútil. En una página –cualquiera: todas son pruebas universale­s– se puede leer el siguiente inventario: Krizia Uomo, Cole-Haan, Evian, Regency, Sting, Ferré, Givenchy Gentleman, De Rigueur de Schoeneman, Wall Street Journal, Ray-Ban, Bix Beiderbeck­e, The Washington Post, Ralph Lauren. El frenesí civilizato­rio no puede no fugarse por alguna fisura, alguna salida retrospect­iva hacia la animalidad, de la que la violencia humana (la gratuita, no la autojustif­icada por algún tipo de deber) sigue siendo un acto clásico y moderno.

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EDITORIAL PLANETA
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BRET EASTON ELLIS.

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