Bajo la piel.
Son dispositivos de corto alcance que funcionan como una llave de identificación para abrir puertas o acceder a la PC. Cuestan Us$ 38 y en argentina ya hay usuarios que los utilizan.
Por seguridad, más gente se implanta chips en la mano. El kit, a US$ 38.
Janine Medina muestra la pantalla abierta de su notebook, donde almacena información “sensible”. De repente, se aleja de su computadora y el equipo automáticamente se bloquea mientras los datos privados se encriptan. No es magia sino una nueva tecnología que Janine lleva, literalmente, bajo su piel, implantada en la palma de su mano.
Se trata de un microchip NFC de corto alcance –similares a los que usan la tarjeta SUBE y los nuevos pasaportes– con capacidad para recibir y reemitir datos. Y que tiene un número de identificación único e irrepetible. Ese chip subcutáneo, de 12 milímetros de largo y dos de ancho es invisible a la vista y casi imperceptible al tacto. Está en permanente “comunicación” con el lector de su computadora y su smartphone. Así, si Janine se aleja, los dispositivos se bloquean y para volver a usarlos hay que tipear un password.
“Este es uno de los primeros usos prácticos del biohacking. Pero hay otros. Por ejemplo, se puede usar otro implante pa- ra activar la cerradura de una oficina o de la casa y reemplazar con seguridad las llaves o la tarjeta de acceso”, le contó a PERFIL Medina, coordinadora del proyecto “BioHacking Village”, en EE.UU.
Janine no está sola, sino que es parte de una tendencia creciente en todo el planeta: la de cyborgs por elección. “Calculamos que, sólo en EE.UU., habrá unas seis mil personas que ya se han hecho estos implantes que cruzan biología con infor mática, con la intención de ver sus posibles aplicaciones y nuevos usos”. De hecho, en Bélgica la empresa de marketing digital Newfusion implantó a ocho de sus empleados un chip como reemplazo a las tarjetas de identificación. La idea tiene también cultores en Argentina: “Me implanté dos chips en mis manos, hace más de un año”, le contó a PERFIL Nicolás Batsios. “Uso uno para abrir la puerta de casa y desbloquear mi celular. Y el otro sirve para compartir información personal con personas que tengan el lector de su smartphone habilitado”. Batsios, junto a un grupo de interesados en impulsar el mundo del biohacking, importaron al país varios kits para implantar. “Calculo que ya habrá al menos entre cincuenta y setenta argentinos usando microchips bajo su piel”. De hecho, hasta hubo proyectos para hacer crecer la tendencia y directivos del Club Tigre pensaron en ofrecer esta opción a sus socios para facilitarles el ingreso a la cancha. Sin embargo, aunque algunos directivos llegaron a usarlo, la iniciativa no prosperó. Usos múltiples. Medina –quien estuvo en la Argentina para brindar charlas en la Andsec Security Conference de Buenos Aires y rea li zó impla ntes subdérmicos a argentinos interesados–, lleva un tercer implante bajo la piel de su brazo. “Ese es para almacenar información médica”, explicó esta investigadora y cultora del biohacking. “Lo coloqué para analizar cuáles son las posibilidades de guardar información médica privada, que puede incluir desde el tipo de sangre a enfermedades y antecedentes médicos como alergias a una medicación. A estos datos podría acceder, sólo con mi consentimiento, el médico que va a tratarme. O, en caso de emergencia, en un hospital contarían con información rápida y confiable, que podría salvarme la vida”.
Sus usuarios aseguran que los chips, además de ser inofensivos para la salud por ser similares a una prótesis, no son dolorosos. “Vienen en una jeringa hipodérmica estéril y es un procedimiento similar a un piercing”. Tampoco son costosos, ya que el kit para implantarlos cuesta US$ 38.
A la hora de imaginar otras opciones para estos implantas Batsios planea sumarlos como complemento del sistema de alarma de su vehículo. “En un
“mide 12 mm de largo, es invisible a la vista y casi imperceptible al tacto.”