Perfil (Domingo)

Hoy: ‘Cien años de soledad’

- JUAN JOSE BECERRA

Todos saben que Cien años de soledad, el mascarón de proa de la nave insignia de la literatura reconocida como quintaesen­cia de lo latinoamer­icano, anotada bajo el nombre civil de Gabriel García Márquez, fue escrita durante ocho meses a caballo de los años 1965 y 1966 en el Distrito Federal de México. En esa temporada prodigiosa se construyó el techo de una literatura que le debe mucho a su calidad, y también a la época sedienta de exotismos en la que desembocó por casualidad. Lo segundo se prueba por el hecho común de que novelas importante­s de esos años, compañeras de ruta del celebrado Chaski-Boom de nuestra literatura de indios en Europa, como Rayuela (1963), de Julio Cortázar, y Conversaci­ón en la Catedral (1969), de Mario Vargas Llosa, no hayan llegado a las alturas a las que ascendió García Márquez. Su defecto: demasiado citadinas.

Dónde, cuándo y cómo comienzan los milagros es un misterio de las fuerzas ocultas que los administra­n a espaldas de nuestra vigilia. Pero por lo que dicen las his- torias de las personas, el que produjo García Márquez con Cien años de soledad empieza por causas políticas y continúa por causas sanitarias. Lo dice de manera detallada Jaques Gilard en el excelente prólogo a la Obra periodísti­ca (1993) de Gabo.

Al parecer de la memoria colectiva que rodea su juventud, García Márquez abandona sus estudios de Derecho en Bogotá luego del Bogotazo, de 1948, causado por el asesinato de José Eliécer Gaitán. La puerta de salida apunta a Cartagena y Barranquil­la, pero hay un momento de 1949 en el que García Márquez se enferma de no sabemos qué y pasa una temporada en Sucre con su familia. Es entonces cuando los amigos que había hecho en las redaccione­s de dos diarios de la costa le mandan una encomienda con libros de John Dos Passos, Ernest Hemingway, Virginia Woolf y William Faulkner. Hemos dicho William Faulkner, el nombre que la crítica más perezosa sacó a relucir cuando vio en el interior de Cien años de soledad un pueblo inventado. Pero podemos disentir, porque esa novela monumental tal vez le deba menos al imponente Faulkner que a la combinació­n que reúne la precocidad de García Márquez y sus prácticas periodísti­cas en El Heraldo, de Baranquill­a, y El Universal, de Cartagena, donde escribió literalmen­te sobre todo (desde “el hombre peor vestido del mundo” hasta “el gallo que ladró”).

García Márquez es un producto (en su versión elevada) de la redacción de “sucesos”, en el sentido en que los describe Roland Barthes en La estructura del suceso, es decir como ese tipo de realidad formada en las excepcione­s, los hechos deformados, los freaks, la sorpresa narrativa, etc. En ese campo (que es un poco el del circo, la murga, las procesione­s) nadie había llevado a la literatura de un modo tan masivo. La realidad es una feria de fenómenos. Esa es la identidad funcional de Macondo, que es mitológica pero en algún sentido también es realista, de un realismo irracional capaz de darle a la vida algo del régimen de los sueños.

La otra materia narrativa clave del libro es la prosa decidida y preciosist­a, que siempre conserva el talante barroco, sea al nivel de lo que se dice como de lo que se imagina. Pregunta: ¿es Cien años de soledad una gran novela? Por supuesto que sí. ¿Qué duda cabe?

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EDITORIAL PLANETA GARCIA MARQUEZ. Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1982.

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