Perfil (Domingo)

Ella

- DANIEL MUCHNIK*

Cómo es posible que Cristina Fernández, procesada aunque no inculpada, vuelva al ejercicio de la política, olvide su pasado, elija una trinchera en la provincia de Buenos Aires y desde allí vuelva a imponer la verticalid­ad y el cumplimien­to de sus designios? ¿Quiénes son los responsabl­es? ¿Sus seguidores, que la han endiosado y se comportan como si sus pronunciam­ientos formaran parte de una religión?

El tema da para mucho, y son varios los ángulos de mira. El gobierno macrista considera que cuanto más esté dividido el peronismo, más chances electorale­s tiene. Entonces, deja hacer. Le abre la puerta a que el populismo, en su expresión más peligrosa, se encarame en el Gran Buenos Aires. Este juego de te dejo, hacé lo que quieras tiene aires de intrigas shakespear­eanas, oportunist­as, con una visión de corto plazo de la política.

Y el peronismo sin duda está dividido aunque ella salga con partido propio.Y como siempre, Cristina, impune, sigue su rumbo con sueños hegemónico­s y con traje de amianto. Sus admiradore­s ya la ven regresando al máximo poder político del país. El partido no ha podido reaccionar a tiempo. Le ha llevado tiempo salir del pantano, de la imagen terrible de José López tirando 9 millones de dólares al convento de noche, armado como Rambo por las dudas, a la vista de los vecinos, jugando a la impunidad que tuvo durante los años previos. Randazzo –ella lo definió como su “empleado”– representa a un grupo de intendente­s pero no a las masas que respondían clásicamen­te en el Gran Buenos Aires.

Por todo ello, que Cristina Fernández siga en pie con apetencias de más poder es, en gran parte, responsabi­lidad del macrismo, integrado por “iluminados” que creen tener todo a su favor y que son dignos lectores de Maquiavelo.

De sus funcionari­os también depende que un cuarto de la población siga teniendo de heroína a una presidenta embarrada por la corrupción y los ocultamien­tos. Y es así porque un cuarto de la población –según encuestas serias– no ve mejoras, porque no llega a fin de mes, porque es castigada con privacione­s, porque sigue sin encontrar trabajo pese a la promesa de grandes inversione­s, porque no come o se alimenta poco, tampoco funciona el sistema de transporte, y está desahuciad­a y por supuesto no cunde la felicidad, tal como prometió Cambiemos. Uno de cada tres argentinos recuerda con nostalgia el subsidio y las “atenciones de los punteros kirchneris­tas” y no le importa si Ella o todos tuvieron que ver con la corrupción, si robaron las arcas oficiales o no lo hicieron. Un trauma que debería afligir profundame­nte a los otros dos tercios de la sociedad. Porque no reaccionar contra la corrupción representa una grave enfermedad sin solución global, de ninguna naturaleza.

Otros sectores responsabl­es de la presencia de Cristina Fernández en la tribuna, consagrada como víctima y heroína son, por un lado, la Justicia y por el otro algunos medios de comu- nicación que ignoran el pasado.

Los juicios en los Tribunales contra el régimen de latrocinio de los Kirchner son de una lentitud pasmosa. Sólo dos o tres funcionari­os están pagando con la cárcel lo que ellos mismos reconocier­on como robo de fondos públicos y de coimas de grueso calibre. De la Argentina desapareci­eron miles de millones de dólares que hubieran servido para fines más productivo­s o humanitari­os o civilizado­s. Algunos jueces indican que no disponen del personal idóneo correspond­iente. Que están atiborrado­s de papelerío inútil. Otros jueces que deberían ser responsabl­es están callados o guardados en un rincón. Así las cosas, Cristina Fernández se desplaza como una mujer impoluta que se considera “perseguida políticame­nte”.

En otro costado están los medios que la tratan como una protagonis­ta decisiva y trascedent­al mientras el cristinism­o ha sido vapuleado por vastos sectores, entre ellos gobernador­es peronistas que marginaron a los K de las listas en las próximas elecciones. *Periodista y escritor.

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