Perfil (Domingo)

Hoy: ‘El discreto enemigo’, de Rubi Guerra

- JUAN JOSE BECERRA

Rubi Guerra nació en 1958 en Cumaná, una ciudad situada en lo que los venezolano­s llaman Oriente. Es uno de los escritores más importante­s de la generación que comenzó a publicar a fines de los años 80 del siglo XX. Sus trabajos de ficción narran la sociología difusa, las culturas y la historia remota de sus pagos (que no se va), una región de Venezuela en la que conviven el exotismo frondoso y salvaje del Caribe y una melancolía asociada a la pobreza pero también al fracaso personal de sus héroes, resultados de combinacio­nes fatales entre los interiores humanos más recónditos, los caprichos de la suerte y las rispideces del mundo material. Si llamáramos socionatur­alismo a las vibracione­s orquestale­s de su prosa no estaríamos mintiendo del todo.

Un ejemplo –tal vez el más acabado– de los ambientes bellísimos y ligerament­e depresivos que imperan en los textos de Guerra es El discreto enemigo (Espasa Calpe, 2001), un policial de recogimien­to metafísico en el que se puede encontrar, a tra- Nacido en 1958, es un novelista, guionista y editor venezolano. vés de una escritura refinada y reflexiva, una serie de asuntos modernos: las identidade­s secretas, la apariencia, el crimen silencioso.

La historia que se cuenta en El discreto enemigo es la de Medina, un periodista de superficie que viaja a La Laguna para escribir una crónica sobre el lugar, en respetuoso acuerdo con la lírica de la propaganda. Pero la realidad, que se manifiesta en géiseres de desarreglo­s, tiene otra agenda para él. Cosas que pasan. Digamos que el nadador se ve obligado a bucear en un mar de silencio, música funcional de un pueblo que ha congelado todas sus dinámicas de revelación y obliga a Medina a convertirs­e en un espía de lenguajes para el que saber escuchar es ver lejos.

Sobre estas novedades retenidas por el status quo –siempre político–, que son traídas delicadame­nte por el narrador desde los segundos planos de una historia escurridiz­a, se recorta el discurso inocente –o cínico– del periodismo de viajes. La enésima revelación de las bellezas geográfica­s y sus mundos encantados, ya no tienen lugar en el deseo moral y formal de Medina: hay que cambiar de tema. Es una orden imperiosa de la curiosidad.

Rubi Guerra trabaja sobre la desmitific­ación de la Venezuela “chévere”, es decir contra la farsa de fiesta caribeña perpetua y las combustion­es de la euforia. Lo hace con el arte de una literatura que se aparta del repertorio consabido de lo venezo- lano supuesto (arepas, liqui-liqui, cacao, música llanera) para recostarse en las sombras de la intimidad. Es en la intimidad y en elección del acontecimi­ento pequeño como única unidad de interés narrativo donde Guerra modula en voz baja los secretos que rescatan a la realidad de los escondites donde hiberna.

¿Se puede o no se puede ver la violencia que late en los fondos de la civilizaci­ón? En El discreto enemigo puede verse, por supuesto. Pero, como ocurre con la aparición de los fantasmas, no se la puede probar sino en estado de delirio.

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EDITORIAL PLANETA
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GUERRA.

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