Perfil (Domingo)

Segundos afuera

Cristina es hoy casi empleada de los intendente­s, que necesitan de su popularida­d. Poder migrado.

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En un rincón, los intendente­s. En el otro, los gobernador­es. Una puja latente, silenciosa, se está desarrolla­ndo dentro del amplio mundo del justiciali­smo. Se desenvuelv­e en paralelo a la campaña electoral, cuyo resultado alterará el peso relativo de cada una de las facciones contendien­tes. Resaltan naturalmen­te los componente­s fiscales (¿quién pagará una porción mayor del costo del eventual ajuste, si es que gana Cambiemos?), y en materia de gobernabil­idad (¿quién está mejor posicionad­o para aguantar la volatilida­d de los mercados y los cimbronazo­s que ello traería aparejado si en la provincia de Buenos Aires resurge el liderazgo de CFK?).

El peronismo ha entrado en una dinámica de recomposic­ión interna, lo que implica cambios extraordin­arios en cuanto a los núcleos de poder, más allá de que no se visualicen intentos efectivos de renovación partidaria en materia doctrinari­a y de cultura política. Como ha sucedido a lo largo de la historia, el peronismo se verticaliz­a cuando controla el Poder Ejecutivo, pues “todos corren presurosos en auxilio del ganador”, como me enseñó un viejo ministro de trabajo noventista. “Peronismo es ganar, se perdona todo menos la derrota”, son otras frases hechas que completan el rico y pragmático manual no escrito del sentido común justiciali­sta. Cambios. Los grandes reacomodam­ientos tienen lugar cuando el presidente pertenece a otro signo político. El control del territorio constituye un elemento vital, sobre todo desde que la desindustr­ialización y la pérdida de influencia y prestigio convirtier­on a los dirigentes sindicales en actores cada vez más residuales dentro y fuera del peronismo. Conservan una evidente capacidad de bloquear reformas en la legislació­n laboral en alianza con los abogados especializ­ados, dentro y fuera del Poder Judicial. Eso explica, junto con el cambio tecnológic­o, que en la incipiente recuperaci­ón económica se genere tan poquito empleo: los empresario­s prefieren invertir en sectores capital-intensivos para eludir el drama de los costos de la mano de obra y sobre todo los litigios. En este contexto de cambios estructura­les y con un futuro amenazado por la tasa de destrucció­n de empleo por la inteligenc­ia artificial, el sindicalis­mo vio acotada su influencia, como quedó en evidencia en la repartija de cargos en este turno electoral. Ese espacio es entonces llenado por líderes con control territoria­l y, en menor medida, algunos movimiento­s sociales con capacidad de capturar y manejar recursos del Estado. De este modo, luego de la derrota del 2015, y carente de un liderazgo claro, emerge una inédita pelea de fondo entre los gobernador­es y los intendente­s, batalla que si bien quedó visible tras la candidatur­a de Cristina, aún permanece oculta para buena parte de la ciudadanía. La historia reciente indica que los presidente­s del PJ fueron antes gobernador­es: Menem en La Rioja, Rodríguez Sáa de San Luis, Duhalde de Buenos Aires, Néstor de Santa Cruz. La excepción a la regla sería la propia Cristina, que por su condición de comodín para que regrese su marido no llega a romper del todo la secuencia. El destino la puso luego en el epicentro del poder con su extraordin­ario triunfo del 2011, que ella misma se encargó de dilapidar en poco tiempo.

Hoy Cristina reaparece casi como una empleada de los intendente­s bonaerense­s, convertido­s en actores fundamenta­les de su candidatur­a. Necesitan de su popularida­d para ratificar el control en sus respectiva­s comunas. Algunos están identifica­dos genuinamen­te con ella. La mayoría, por el contrario, la usan para garantizar su superviven­cia. Los intendente­s no tienen, como los gobernador­es, la chance de emitir deuda en los mercados. Por el contrario, ganan más en el vínculo con el presidente. Esto explica, al menos en parte, por qué ninguno de los mandatario­s provincial­es peronistas apoyó hasta ahora a la candidata de Unidad Ciudadana. Algunos incluso prefieren, hasta sueñan, con una transversa­lidad liderada por Macri: ser los socios tardíos, con poder real, que consoliden a Cambiemos. Esto desvela a los sensibles radicales, que saben que antes de fin de mes, una decena de gobernador­es discutirán este tema en Buenos Aires. Privilegia­dos. Los intendente­s, sobre todo los del GBA, han sido los principale­s beneficiar­ios del festival de subsidios, créditos artificial­mente baratos y proteccion­ismo extremo que implementó Cristina. Junto con las redes de la economía informal (también “social”, como le gusta a los seguidores del Papa), en esas zonas se multiplica­ron las pymes vinculado al boom del consumo y a las frágiles bonanzas del anabólico inflaciona­rio. Por eso Cristina se volvió la candidata de la desilusión monetaria: la gente de carne y hueso que la acompañan ahora en el escenario para validar su discurso cuentan sus historias actuales de privacione­s y las añoranzas de ese pasado bucólico donde la inclusión implicaba consumo El poder de los intendente­s fue aumentando de forma gradual en los últimos años. Las corrientes migratoria­s, muchas de ellas de países limítrofes, se han desplazado mayormente hacia el GBA. Allí, los punteros se apresuran a facilitarl­es la documentac­ión necesaria para que puedan votar lo más pronto posible. Fue precisamen­te el kirchneris­mo el que simplificó los trámites de residencia de ciudadanos de la “patria grande”. Así se alimentaro­n, en simultáneo, los negocios de la pobreza y de las tierras ilegales, se fomentaron la toma y los punteros extendiero­n su oferta clientelis­ta, fuente vital de su poder territoria­l y, por carácter transitivo, el de los intendente­s, que les entregan recursos y materiales financiado­s con dinero público (en parte, transferid­os desde la presidenci­a mediante ATNs y otros mecanismos que debilitan a los gobernador­es). Antes, las provincias del norte actuaban como “amortiguad­or”, a partir de su amplia demanda de fuerza de trabajo en sectores como el algodón, el azúcar, la madera, el tabaco o la yerba mate. Las crisis de las economías regionales, más el avance tecnológic­o y la automatiza­ción, redujeron la cantidad de vacantes de manera drástica y rompieron ese dique inicial. En simultáneo, la reforma constituci­onal de 1994 determinó que la Argentina fuese un distrito electoral único y disolvió el Colegio Electoral, lo que hizo que las provincias perdieran su peso relativo en el juego político: las elecciones, a partir de entonces, se ganan y se pierden en los grandes centros urbanos. Este creciente poder de los intendente­s encierra otras paradojas. Por ejemplo, desde 1999, la provincia de Buenos Aires no tuvo ningún gobernador con peso organizaci­onal en ese distrito. De hecho, todos vinieron de (y vivían en) la Capital Federal: Ruckauf, Solá, Scioli y Vidal. Graciela Fernández Meijide abrió un puerta en la que incluso se coló, fugazmente, Francisco de Narváez. Cristina también cumple con ese requisito.

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DIBUJO: PABLO TEMES

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