JUBILADOS
Muchas explicaciones acudieron en busca de una definición que encuadrase todas las razones por las cuales una persona que llega a una edad avanzada toma la decisión de quitarse lo poco que le queda de vida. Cada una poseería una parte de certidumbre, seguramente. Sin pretender avanzar respecto “al oportunismo” que pueda haber escondido alguno de esos opinólogos que arreciaron tras el hecho, hay algo que no admite dudas: los jubilados son una población de riesgo, pero muy poco cuidada. Cargan con las depresiones que la cercana finitud les produce, más la incomprensión de los funcionarios “todos, sin excepción”, que dirigieron y dirigen la Anses, gente que está enfrascada en que los números les cierren, más que en satisfacer las angustias de los abuelos. Ninguno de esos directores o políticos de turno se han preocupado ni se preocupan por aliviarlos de los engorrosos (y muchas veces incomprensibles para ellos) trámites administrativos, como podría ser la “supervivencia”, que deben acreditar cada 2 meses so cancelación de toda disponibilidad económica pues se les bloquea el ingreso con su tarjeta, dejándolos a la intemperie. O los turnos en los hospitales, que deben tramitar y esperar no menos de un mes para su cumplimiento (todo esto sin describir el maltrato que muchas veces reciben porque las dotaciones hospitalarias están saturadas, como el ánimo de los malpagos profesionales que deben atenderlos). Tampoco desde la Anses ni desde la política se dieron pautas claras al departamento de legales para que agilizara el pago, en los términos y plazos que fija la ley, de las sentencias favorables a los jubilados, generando en estos la sensación de que nunca van a disfrutar de sus merecidas actualizaciones, equivalentes a sus aportes realizados. Estaría bueno que, más allá de las conclusiones a las que podamos arribar, esta tragedia nos interpelara, a políticos, funcionarios, a la sociedad toda, respecto de los viejos y a cómo queremos despedirlos los que aún estamos vivos.
Juan José de Guzmán jjdeguz@gmail.com