Perfil (Domingo)

Caraval

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Las sensacione­s de Scarlett surgían en colores aún más vivos de lo normal. El apremiante rojo de los rescoldos incandesce­ntes. El pujante verde de los brotes nuevos en la hierba. El desenfreno del amarillo del batir de las plumas de un ave. Por fin había contestado. Leyó la carta otra vez. Y otra. Y otra más. Sus ojos se detenían en cada trazo de tinta, en cada curva del emblema plateado del maestro de Caraval: un sol con una estrella en su interior, y una lágrima dentro de la estrella. El mismo sello impreso como una marca de agua en las páginas adjuntas. No era una broma. —¡Donatella! Scarlett se lanzó escaleras abajo y entró en la bodega en busca de su hermana pequeña. Los familiares aromas a melaza y roble le ascendiero­n sinuosos por la nariz, pero la sinvergüen­za de su hermana no aparecía por ninguna parte. —Tella... ¿dónde estás?. Las lámparas de aceite proyectaba­n un brillo ámbar sobre las botellas de ron y varios barriles de madera recién rellenos. Conforme avanzaba, Scarlett oía un quejido, y captó fragmentos de una respiració­n costosa. Después de la última batalla con su padre, era proba-

Sus ojos se detenían en cada trazo de tinta, en cada curva del emblema plateado del maestro de Caraval

ble que Tella Grupo Editorial Planeta 20 hubiese bebido más de la cuenta y ahora estuviese dormida en el suelo

—Dona... Se atragantó con la segunda mitad del nombre de su hermana.

—Hola, Scar. Tella ofreció a Scarlett toda una sonrisa empalagosa, dientes blancos y labios hinchados. Los rizos de su cabello rubio meloso eran un desastre, y el chal se le había caído al suelo, pero fue la imagen del joven marinero que envolvía la cintura de Tella con las manos lo que hizo tartamudea­r a Scarlett. —¿He interrumpi­do algo? —Nada que no podamos retomar, dijo el marinero con la cadencia del acento del Imperio del Sur, un sonido mucho más suave que el de las cortantes lenguas del Imperio Meridiano a las que Scarlett estaba acostumbra­da. Tella soltó una risita, pero al menos tuvo la cortesía de sonrojarse un poco. —Scar, ya conoces a Julián, ¿no? —Encantadís­imo de verte Scarlett, sonrió Julián, tan fresco y seductor como una franja de sombra en plena estación cálida. Scarlett sabía que la respuesta de cortesía podría ser algo del estilo de “Yo también me alegro de verte”, pero lo único que tenía ahora en la cabeza eran sus manos, aún enredadas en la falda azul lavanda de Tella, jugueteand­o con las borlas del polisón como si su hermana fuese un paquete que él se moría de ganas de abrir.

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