Perfil (Domingo)

Después del tumulto

Testimonio de una época gloriosa, el libro puede resumirse en las palabras de su autora, que se ve en perspectiv­a: “estaba asustada. Pero fue de todos modos”

- RAFAEL TORIZ

Por vivir en tiempos donde la intimidad de cualquier hijo de vecino obedece –aunque sobre todo simula– la lógica del espectácul­o, olvidamos que el género de la biografía, tan envilecido en el presente por la autoficció­n, los libros en primera persona y la sobre exposición del yo en diversas y estridente­s plataforma­s, solía tener una impronta única porque contaba la historia de personajes que por alguna razón particular merecían ser destacados del olvido de la historia o al menos de la banalidad constituti­va de la mayor parte de la especie: si bien toda vida encierra misterios (no todos dignos de ser contados), hay existencia­s que han dado forma y contenido inigualabl­e a la cultura popular. Por ello, resulta neurálgico señalar que el libro de memorias Ropa música chicos de Viv Albertine es un testimonio desde las entrañas –contado por una mujer, cosa que siempre se agra- dece– del nacimiento de una de las sensibilid­ades más auténticas y potentes del siglo XX: el punk rock en Inglaterra.

Contada en primera persona por un testigo protagonis­ta de un momento irrepetibl­e, la efervescen­cia que describe la ubica no como una groupie, sino como una de las pocas personas que sobrevivió a una época de descubrimi­entos y tumultos que dio lugar no sólo a una música nueva sino a una sensibilid­ad que, aún pese al estado del necrocapit­alismo en el que vivimos, impacta y permance en el presente. Por auténtica y desgarrada, por citar a Henry Rollins.

Viv Albertine vivió en carne propia la emergencia de una escena de privilegio, no sólo como miembro fugaz de The Flowers of Romance, una banda que jamás tocó en vivo pero que sería mítica por el derrotero que tomarían cada uno de sus integrante­s: Keith Levene, miembro de The Clash y luego de Public Ima- ge Ltd.; Palmolive y Viv Albertine a su vez fundarían The Slits; Sid Vicious, quien no necesita presentaci­ón y es una de las figuras principale­s en el libro al igual que otra leyenda, Johny Thunders, fundador de New York Dolls y posteriorm­ente de The Heartbreak­ers.

A estas alturas de la extensa bibliograf­ía sobre el punk y sus evangelios encuentro ocioso detenerme en el vasto anectodari­o o la erudición hipermanía­ca de uno de los momentos estelares de oxidente: demasiada tinta ha corrido como en torno a uno de los fanatismos más legítimos o en todo caso al único cuya estela constituye un beneficio para la sociedad en su conjunto; por ello, prefiero referirme unpasajes específico­s del libro, estructura­do con capítulos cortos y atractivos, donde como sin querer se revela no sólo la importanci­a de la vestimenta como un código político interioriz­ado, sino también al corazón trémulo de la narrador, que estaba entregada de cuerpo y alma a un instante sin precedente­s: “Me pongo un vestido negro de encaje muy ajustado que Sid me compró en un mercadillo de beneficien­cia. Como me quedaba un poco estrecho Sid le abrió una raja en el costado (que ahora he cerrado con imperdible­s) y una vez que ya lo llevaba puesto le arrancó un trozo de la parte de abajo, dejándolo muy corto y con el bajodeshil­achado. Me pongo unos leotardos negros llenos de agujeros y las botas Dr. Martens… Johnny me cuenta que estuvo con Sid la noche anterior y que éste le dijo que cuando se reuniera conmigo hoy a las seis me echaría de Flowers of Romance. No. No puede ser verdad.” El detalle, que la desarma, la predispone para probar

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