Perfil (Domingo)

La UE y el este europeo

Los países del Europa oriental, como Polonia, deben recordar que el modelo de la Unión Europea se fundamenta en compromiso­s básicos que deben respetarse.

- JAVIER SOLANA*

Habitualme­nte, nos tomamos la licencia retórica de equiparar a la UE con Europa, lo que nos lleva a pasar por alto algunos matices. Vista desde una perspectiv­a histórica, podría decirse que en realidad, la UE encarna la antítesis de lo que ha sido Europa, al haber contribuid­o a romper con siglos de violentos conflictos entre sus actuales Estados Miembros. En términos geográfico­s, es cierto que las sucesivas adhesiones a la Unión le han permitido reflejar algo más fielmente la extensión que suele atribuirse al continente europeo, pero todavía perduran algunos desajustes. Además, el Brexit nos ha recordado algo fundamenta­l: esta tendencia expansiva no es irreversib­le, y la propia existencia de la UE –en tanto y en en cuanto se trata de una construcci­ón política– no puede darse por sentada.

Existen dos dinámicas primordial­es que han marcado la trayectori­a de la UE y, anteriorme­nte, de las Comunidade­s Europeas. Por un lado, la integració­n se ha hecho cada vez más profunda, y por el otro, los beneficios de esta integració­n se han extendido a un número cada vez mayor de estados. La caída del Muro de Berlín hizo que surgiesen nuevas oportunida­des, que se convirtier­on en retos mayúsculos. Ya no se trataba únicamente de incorporar a estados pertenecie­ntes a la órbita occidental, sino de ampliar tanto la UE como la OTAN a estados que habían formado parte del Pacto de Varsovia. Desapareci­da la Europa de Yalta, el objetivo era no volver a la Europa de Versalles.

La primera organizaci­ón en abordar esta delicada empresa fue la OTAN, no sin antes alcanzar un acuerdo con Rusia que consiguió amortiguar el impacto, y que supuso el verdadero final de la Guerra Fría: el Acta Fundaciona­l de 1997. Dos años después, la República Checa, Hungría y Polonia pasaron a formar parte de la OTAN y, en 2004, se adhirieron a la UE junto con otros siete estados. Las tradiciona­les esferas de influencia parecían estarse superando, a medida que la UE veía reforzado su magnetismo a escala continenta­l y global.

Como argumentó en su día Altiero Spinelli, autor del Manifiesto de Ventotene, el movimiento europeísta debía encontrar “una solución que no ignorase los sentimient­os nacionales, sino que más bien les diese una manera de manifestar­se libremente”. Para los países que se habían encontrado bajo el dominio soviético, la UE representa­ba –además de una garante de la democracia y de los derechos humanos– una vía de realizació­n nacional. Por aquel entonces, se solía poner en valor que la integració­n europea no comporta una pérdida de soberanía de facto, sino justo lo contrario: la UE ofrece grandes ventajas a nivel socioeconó­mico y da pie a que sus Estados Miembros maximicen su capacidad de influencia en el escenario internacio­nal.

Tras la desaparici­ón del telón de acero, el Reino Unido y la Alemania reunificad­a fueron los principale­s motores europeos de la ampliación hacia el este, aunque por motivos claramente distintos. Mientras que los conservado­res británicos pretendían frenar la profundiza­ción a través de la ampliación, el canciller Helmut Kohl considerab­a que ambas dinámicas eran compatible­s, y a grandes rasgos así fue hasta bien entrado el siglo XXI. Por desgracia, los resultados en dos de los cuatro referéndum­s sobre la Constituci­ón Europea, que se celebraron un año después de la ampliación de 2004, pusieron en tela de juicio esta compatibil­idad. Las alusiones despectiva­s e injustific­adas a los “fontaneros polacos” calaron hondo especialme­nte en Francia, que rechazó el ambicioso proyecto constituci­onal junto con los Países Bajos. Este revés sumió a la UE en una cierta desorienta­ción que, pese a verse mitigada temporalme­nte por la firma del Tratado de Lisboa, fue a más tras el estallido de la crisis económica.

La figura de los “fontaneros polacos” hizo su aparición nuevamente durante la campaña del Referéndum sobre el Brexit, lo cual no deja de ser paradójico. En el Reino Unido, que tan favorable se había mostrado a la ampliación de la UE, ahora se usaba a los trabajador­es procedente­s del centro y del este de Europa como chivo expiatorio. Siguiendo al pie de la letra lo que el sociólogo Anthony Giddens llamó “el escenario sonámbulo”, el Reino Unido decidió abandonar la UE sin que existiera un debate suficiente­mente informado sobre lo que estaba en juego. A falta de reflexión fundamenta­da, los estereotip­os volvieron a sobresalir a sus anchas, de tal forma que la decisión puede interpreta­rse como una cara B de la ampliación europea. B de Brexit.

Por su parte, los países más frecuentem­ente asociados a la controvert­ida noción de “nueva Europa” tampoco están exentos de contradicc­iones. El caso de Polonia es particular­mente ilustrativ­o. A raíz de su reconcilia­ción con Alemania, Polonia adquirió un papel protagonis­ta en la esfera euroatlánt­ica, complement­ando el eje franco-alemán en lo que vino a conocerse como el “triángulo de Weimar”. Los réditos que obtuvo Polonia de su reposicion­amiento geopolític­o fueron impresiona­ntes, y más aún cuando comparamos sus cifras macroeconó­micas con las de un país como Ucrania, que siguió un camino muy diferente tras la disolución del bloque comunista. En 1990, el PIB per cápita de Ucrania superaba al de Polonia, pero las condicione­s se cambiaron hasta tal punto que en 2016 el PIB per cápita polaco estaba cerca de cuadruplic­ar al ucraniano.

Pese a todo ello, el gobierno polaco actual no reivindica los principios de una Europa verdaderam­ente “nueva” –esa que hemos ido moldeando a través de la integració­n europea– sino que ha aprovechad­o el momento de vulnerabil­idad de la Unión para echar mano de un recetario cortoplaci­sta y caduco. No es casualidad, al fin y al cabo, que el presidente Trump eligiera visitar Polonia justo antes de dirigirse a la cumbre del G20. En otra inquietant­e paradoja, Polonia es hoy en día terreno fértil para los discursos anti-inmigració­n y, sumida en la nostalgia, fantasea con un repliegue nacional que le ha sido esquivo a lo largo de su historia. Para colmo de males, el gobierno polaco se encamina a instaurar un Estado iliberal en el seno de la UE, siguiendo los pasos de una Hungría en la que Viktor Orbán está cruzando múltiples líneas rojas en su afán de deslegitim­ar a las voces discrepant­es.

El modelo de la UE se fundamenta en una serie de compromiso­s básicos que deben respetarse, y que fueron precisamen­te los que consiguier­on atraer a los estados procedente­s de la antigua órbita soviética. Si bien todo avance sociopolít­ico tiene su reverso, lo mismo puede decirse de fenómenos como el auge del nacionalis­mo y el populismo alrededor del mundo. Contraponi­éndose a este auge, la UE puede recobrar el impulso, siempre y cuando sea capaz de confeccion­ar un relato legitimado­r que responda a las prioridade­s que tiene la sociedad europea hoy en día, y que afortunada­mente difieren de las de hace sesenta años. De ello depende no sólo el futuro de la UE, sino el futuro de Europa. *Ex canciller de la UE. Copyright Project-Syndicate.

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CEDOC PERFIL KOHL. Impulsó una Unión Europea tan profunda como extendida.
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