Perfil (Domingo)

Ventajas de incentivar los estudios científico­s

En medio de una etapa de ajustes presupuest­arios, vuelve a discutirse en Argentina el rol central de la investigac­ión como motor de un país. La nueva rama de la nanocienci­a, un ejemplo del desarrollo posible.

- GALO SOLER ILLIA*

En los últimos meses, los recortes en ciencia y tecnología han llevado a la comunidad a una discusión sobre “ciencia útil versus ciencia básica”. Esta dicotomía es estéril y está impuesta desde una ignorancia general tan profunda como triste sobre el rol central de la ciencia en el desarrollo de la humanidad. En nuestra vida diaria, quizás no nos demos cuenta de todo lo que los descubrimi­entos científico­s han aportado al desarrollo de las tecnología­s avanzadas. Por eso a veces se habla erradament­e de “hagamos ciencia útil”, “hagamos cosas tecnológic­as”, “hagamos ciencia que se venda”, como si la tecnolo- gía estuviera divorciada de la ciencia. Es necesario decir que a lo largo de la historia, y más aún en el siglo XXI, la ciencia básica de alta calidad siempre termina impactando en nuestras vidas. Curiosidad, motor del progreso. Allá por 1820, el renombrado Michael Faraday presentó en una conferenci­a un primitivo circuito eléctrico que constaba de dos copas llenas de mercurio, un imán y unas varillas metálicas conectadas a una pila. Cuando circulaba corriente por este artefacto, una de las varillas, ubicada cerca de un imán, efectuaba un misterioso movimiento rotatorio. Este evento era una consecuenc­ia del electromag­netismo, que había sido descubiert­o poco antes por Ampère y Oersted.

La leyenda cuenta que, después de mostrar su experiment­o, alguien le preguntó: “Dígame, señor Faraday, ¿para qué sirve esto que usted nos ha mostrado?”. El experiment­o resultaría ser fundamenta­l para que hoy tengamos pequeños motores en nuestras computador­as o incluso turbinas generadora­s de energía, pero Faraday no podía saberlo. Todavía faltaban veinte años para que pudiera formular su teoría del electromag­netismo y sesenta para que fuera desarrolla­do el primer motor eléctrico. Se dice que Faraday retrucó: “Señor, ¿para qué sirve un niño recién nacido?”. La curiosidad innata en Faraday, su capacidad de abstracció­n y el arduo trabajo de sus sucesores nos condujeron a domesticar la electricid­ad. Nanotecnol­ogía. En la escuela nos enseñan que el oro es dorado, conduce la corriente y se funde a 1.063 °C. Sin embargo, esto cambia cuando tenemos un pequeño fragmento de este metal. Esferitas de oro de cinco nanómetros de diámetro (¡0,000000005 metros!) son rojas, no conducen tan bien la corriente y se funden a 900 °C. Más aún: si fabricamos “nanooro” de 20 nanómetros, esas partículas son de un intenso color violeta. Los materiales nanométric­os tienen propiedade­s

sorprenden­tes, que dependen de su tamaño y de su forma. La nueva rama de la “nanocienci­a” nos ha permitido revelar un mundo oculto durante milenios, y nos ha llevado a entender y aplicar las propiedade­s últimas de la materia.

Ya en 1857, nuestro Faraday fue el primero en proponer que el color rojo del oro metálico finamente dividido era una consecuenc­ia del tamaño. Leer esos trabajos es una delicia que nos muestra hasta dónde podemos llegar con nuestra curiosidad. Faraday hizo complejos experiment­os, buceó en las teorías de la luz y no se rindió jamás. Hasta que concluyó: “Estos fenómenos parecen indicar que el origen de estos colores se debe a una simple variación en el tamaño de las partículas”.

Un siglo más tarde, pudimos observar estas nanopartíc­ulas bajo un microscopi­o electrónic­o y hoy estos cambios de color, combinados con la biotecnolo­gía de anticuerpo­s, se usan en los tests de embarazo que se venden en las farmacias, y se están estudiando para detectar rápidament­e diversas enfermedad­es, como el desarrollo reciente de Chemtest, una compañía incubada en la Unsam. Litio. Si nos acercamos en el tiempo y en el espacio, podemos citar el aporte que realizó una camada de fisicoquím­icos en los 80 y 90, cuando crearon el Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (Inquimae) en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universida­d de Buenos Aires, bajo la dirección del Dr. Fernández Prini, hoy reconocido académico.

Ernesto Calvo, destacado investigad­or y hoy director del Inquimae, se especializ­ó en la electroquí­mica, la ciencia creada por Faraday. Estudió los procesos de transferen­cia de electrones que son centrales tanto en la corrosión de metales como en el campo de las baterías. Ese conocimien­to produjo resultados de alta calidad científica. Pero además, llevó a que el grupo de Calvo pudiera usar la imaginació­n para desarrolla­r un innovador método para explotar el litio de manera más simple y sustentabl­e.

Hoy en día el litio se usa tanto para las baterías de autos, celulares y teléfonos móviles como para la industria nuclear. El litio es “el petróleo blanco”, el nuevo paradigma de la energía y muy abundante en el suelo de nuestro país. El proyecto del Dr. Calvo le valió a mediados de junio el premio internacio­nal Mentes Brillantes (Bright Minds Challenge) contra numerosos competidor­es de todo el mundo. Su idea permitirá aumentar el valor agregado de nuestros productos minerales. Ir más allá del commodity. La ciencia sirve. Algunos se preguntan si tiene sentido que la Argentina invierta recursos en investigac­ión durante décadas para obtener aplicacion­es tecnológic­as mucho tiempo después. Nada mejor que recordar lo que dijo el primer ministro indio Pandit Nehru respecto de su país: “Solamente la ciencia puede resolver los problemas de hambre y pobreza, de sanidad y analfabeti­smo […] de vastos recursos desaprovec­hados, o de un país rico habitado por gente hambrienta. ¿Quién puede ignorar la ciencia hoy en día? Tenemos que buscar su ayuda siempre”. Hoy, la India tiene su desarrollo nuclear, espacial y computacio­nal cubierto.

A la Argentina le pasa lo mismo, no puede darse el lujo de no hacer ciencia. Debe tener un sistema de CyT de alta calidad bien financiado, una política científica activa y sostenida, y apoyar decididame­nte su desarrollo en el espíritu científico. “El futuro les pertenece a la ciencia y a los que se hacen amigos de ella”, dijo Nehru. La ciencia es el pilar central del progreso, agrega valor a nuestros productos y a nuestros recursos humanos. Nos hace pensar mejor, y resolver desafíos más grandes a largo plazo. Tenemos que generarla y usarla para salir al mundo del siglo XXI. Es aquí, es ahora, es por nuestro futuro. Nuestro niño recién nacido se merece crecer fuerte.

La ciencia es el pilar del progreso, agrega valor a los productos y a los recursos humanos

*Decano del Instituto de Nanosistem­as de la Universida­d Nacional de San Martín (Unsam).

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GENTILEZA: UNSAM MIRANDO AL FUTURO. Argentina debe seguir apostando a la ciencia, con un sistema de CyT de alta calidad y bien financiado y una política científica activa y sostenida.
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