Hoy: ‘Modo linterna’, de Sergio Chejfec
“Entonces llegué a Caracas como si fuera la primera vez, pero sabiendo que ese deseo, el de la primera vez, sólo es posible cuando se regresa”. Con esta frase, Sergio Chejfec abre Modo linterna (2013) hacia extensiones y concentraciones inesperadas. Hay que reparar en el concepto chejfeciano de regreso como experiencia de primera vez para advertir, con el primer paso que damos dentro del libro, que su sistema de percepción, del que fluye una prosa deslizante y luminosa, es capaz de detectar las profundidades de las cosas que aborda justamente por ese arte específico: el arte de volver.
Sergio Chejfec está produciendo en este momento una maniobra de reorientación de su obra. Ese giro es imponente, como el de cualquier gran máquina que quiera modificar el peso de su propia inercia, y no apunta a ningún regreso sino a otro régimen de vuelo, tal vez más rasante. Atrás quedan sus novelas de lentitud gloriosa, que tienen la velocidad del caminante y la paciencia de la araña, y por las que Chejfec es reconocido merecidamente Nació en Buenos Aires 1956, pero vivió en Caracas de 1990 a 2005. con los bombos y platillos de la crítica. Pero –pero- está claro que no tomó para sí la decisión de estacionarse en esas formas sino la de moverse un poco a ciegas en sus propias profundidades.
Lo que hace Chejfec en Modo linterna (también en su último libro, Teoría del ascensor, de 2016) es inventariar, reorganizar y darle sentido hasta el agotamiento por placer a lo que con sus palabras llamaremos “la realidad escondida”. No sabemos ni nos importa demasiado si el arte capaz de revelar los fenómenos de la existencia material desapercibida le debe sus milagros al acto de escribir o, simplemente, el de ver. Lo cierto es que Chejfec parece haber encontrado la antena que sintoniza las frecuencias perdidas de la realidad (sí, no se asusten: de la realidad).
Los textos dan vueltas de adoración alrededor de montañas de nieve, del Donaldson Park, de un encuentro con el árbitro de fútbol Horacio Elizondo en Mérida, de una guía telefónica, de la tumba de Juan José Saer en París, etc. Si los temas de Modo linterna son referidos recién ahora ha de ser porque no son más importantes que su autor o, mejor dicho, que lo que su autor encontró en él para recibir la literatura (la realidad escondida) de la que está hecha el mundo.
Lo que hace Chejfec en Modo linterna es tomar la decisión de quedarse frente a los objetos, los sucesos o las personas que lo atraen hasta tomar de ellos la última gota de un lenguaje que sólo se activa cuando descubre sentido. La literatura es un bien de extracción del que Chejfec deja ver o hace ver el proceso de insistencia, de suspenso y de afecto que lo configura. Porque bien podría no extraerse nada de la realidad contemplada; o algo peor: más de lo mismo, tópicos, lugares comunes, sentimientos uniformes, modismos, etc.
Cuando la fiesta de la literatura termine, Sergio Chejfec será un candidato de hierro a apagar la luz que la iluminó. Hay una altivez conmovedora en su modestia y una relación con las cosas que nada ni nadie pueden acelerar. El mensaje es muy claro: la literatura tiene la velocidad de la vida. ¿Qué sentido tiene apurarla?