Cuerpos equivocados
Devastación. Tal vez es el término adecuado para describir esa nube de desgracias colectivas e individuales que culminó en la crisis argentina de 2001. Esa huella oscura es el ámbito de esta novela, que responde a la maqueta urgente de un policial negro, pero su aliento, la atmósfera enfermiza que exhala en cada capítulo, es la virtud de su progreso. El clima de las acciones conduce a lo inevitable, con una economía de recursos que omite las descripciones para subrayar transiciones bruscas, demandando del lector un abandono a la dinámica del montaje para el recorrido de tensiones y amenazas. Luis Mazzarello logra que el descuido de un suceso, una nota apenas sugerida, retome la narración para producir un vuelco del destino. O para interrogar: ¿en qué consiste la decadencia humana?
La figura del ganador absoluto, emprendedor exitoso en todo ámbito, especie de yuppie de cabotaje moldeado por el menemismo acérrimo, es la materia que mancha a cada personaje: el muerto, el vendedor que investiga el crimen, un policía sin rumbo, el ex juez neonazi y su círculo conspirador. Todos tienen algo que ocultar, incluyendo el propio desprecio por la existencia ajena en la infame ambición de la explotación del otro como objeto descartable. Este salvajismo del capital especulativo, donde la sumisión es la moneda de cambio, hace de El ídolo de las ventas un parque abandonado en angustias que al acumular la evidencia del pasado exhala la fatalidad de ciertas marcas sociales, combustible de la argentinidad como fracaso eterno. La trama vacía los significados del amor, la pasión, incluso pisotea la seguridad de toda ética: la crisis arrasa para que triunfe lo falso, esta precariedad actual.