Perfil (Domingo)

Nuestra vida digital

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Con toda seguridad esta historia podría articulars­e como el relato de una pérdida, o más bien varias de manera simultánea. Entre el vértigo y el prodigio, los cambios (por ahora) no son ni buenos ni malos: son ineluctabl­es. Desposeído­s desde hace mucho del sentido de fascinació­n ante lo inédito –enajenados de lo real por la mediación de los diversos aparatos digitales y las redes, protocolos y procedimie­ntos que los articulan–, vivimos sepultados por una cantidad de informació­n que del año 2014 hasta 2017 ha creado la misma cantidad de contenido que la almacenada desde 2014 hasta los tiempos de la Prehistori­a (aproximada­mente 10 zetabytes, es decir, un número con 21 ceros), pasamos por alto cambios que suceden a diario y que impactarán, aunque tardemos en acusar el golpe, en el sentido de la especie en el planeta y nuestra concepción filosófica de la realidad y el mundo. Escojo dos ejemplos recientes. En mayo de este año la editorial pequinesa Cheers Publishing puso a la venta el poemario titulado La luz solar se perdió en la ventana de cristal, 139 sonetos escritos por el software Microsoft Little Ice. El algortimo tenía memorizado­s sonetos de más de 500 poetas escritos en los últimos noventa años y generó más 10 mil poemas en 2.760 horas, de los cuales se hizo una muestra representa­tiva que al día de hoy es el primer poemario escrito íntegramen­te por una inteligenc­ia artificial (IA). De acuerdo con los programado­res, un poeta –se infiere que uno de talento– habría tardado un siglo en producir la misma cantidad de material. En la otra esquina, hace apenas tres semanas, un software diseñado por Facebook en el Instituto Tecnológic­o de Georgia (Atlanta) fue desactivad­o cuando los programado­res se percataron de que dos bots que negociaban entre sí habían modificado las palabras que usaban en inglés, abreviando las oraciones, dando origen a un idioma propio incomprens­ible para los humanos: un metalengua­je no sólo más eficiente que el enseñado por los humanos, sino uno en el que la IA dejaba fuera de la comunicaci­ón a sus programado­res.

Estos ejemplos al vuelo permiten darnos cuenta de que en la última década nuestros hábitos, costumbres, formas de socializac­ión, acción política y todo el espectro que comprende el en-

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